El pibe trabajaba en la panadería. Había llegado de Formosa hacía unos meses. A las tres y media encendía el horno. Después, harina y amasijo para más de treinta kilos: flautas, miñones, algunas figazas.
El dueño le había dicho que "cuanta más miga, mejor" y él los hacía bien gordos, como quería el dueño. Las facturas las iba a buscar frente a la estación, en bicicleta. Como no tenía canasto, las metía en una bolsa, una encima de la otra, dulce de leche, manzana, crema pastelera, todo apiñado y mezclado como en un barco de inmigrantes clandestinos. Llegaba, sacaba el pan del horno y después acomodaba las facturas en las bandejas. A las 6 de la mañana había terminado con todo. Entonces levantaba la persiana, rezaba en voz baja y se sentaba a esperar a los clientes. Así todos los días, salvo los lunes, "que las panaderías y las peluquerías cierran", le dijo el dueño cuando empezó. "Las panaderías cierran. Por orden de Perón".
Salvo que hubiera choriceada un lunes feriado en la Básica del dueño, metido como estaba en política, y entonces ese lunes hacía el pan y después se iba a la Básica a hacer el fuego y a poner los chorizos y a cortar el pan y "que esté todo listo para cuando llegue". Porque era él, el dueño, el que los repartía uno por uno a todos los que estaban en el local. El pibe se encargaba del vino y de poner el casete de la marcha en el momento del brindis. En esas ocasiones la invitaba a Marta, una enfermera del hospital, que todas las mañanas compraba un pan de leche, una medialuna y "una berlinesa rellena", como les decía a las bolas de fraile. Fue ella la que lo llevó por primera vez a la iglesia. Hay alguien que te está esperando, le dijo una mañana, y él pensó que era Marta quien esperaba y no dios, como ella creía. En silencio, amar a dios y a Marta fue lo mismo para él. Salían juntos a la tarde a llevar la palabra del señor casa por casa. El pibe era bueno y esperaba; mientras, ella le hablaba de dios y del pastor, que quería alquilar un local más grande para tener una iglesia más grande y que entren todos. Como en la Básica del dueño, que entran todos sentados, le dijo un lunes feriado.
Un día el pibe tomó coraje y habló con el dueño. Él sabía que prestaba plata o que cambiaba cheques porque venían a la panadería a pagarle. O a pedirle más tiempo y entonces el dueño se ponía furioso si no le pagaban y los amenazaba con pegarle un tiro en la rodilla o tirarlos en un zanjón. A pesar de todo lo que el pibe sabía, le habló: necesito un préstamo. ¿Cuánto? Seis mil pesos; es para agrandar la iglesia a la que voy. Es mucha plata. Se lo devuelvo trabajando. Me pagás ocho cuotas de mil, dos mil de intereses; te lo descuento del sueldo. El pibe asintió. La fue a ver a Marta y le dio el dinero; quiso darle un beso pero ella eludió su boca. Voy a verlo al pastor, le dijo ella y se fue corriendo. Él la miró correr y le pareció que eran cientos de pájaros volando hacia el cielo.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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