No hay con qué darle. Se desgajan en explicaciones que ni ellos mismos se creen. Apelan a redoblar la apuesta y a darle continuidad al mismo discurso que los llevó a este presente de confusión y retroceso. Primero niegan la realidad, después la acomodan a sus urgentes necesidades, más tarde construyen un universo paralelo, artificial, en el que los funcionarios sonríen a cámara y los periodistas se pisan a la hora de los elogios. Para un desordenado aparato de propaganda y justificación, no hay nada más complicado que sentarse ante un micrófono y explicar la madeja de una derrota. Entonces, siempre quedará el oportuno recurso de espiar por la medianera al acorazado corporativo de enfrente, que no para de operar y de buscar el desgaste, que genera de la nada candidatos de cartón, que festeja estrategias funcionales a sus intereses y que aparece dispuesto a todo con tal de no perder la tajada del negocio. Es curioso, hasta hace algunos años atrás eran socios y nadie levantaba la voz. Pero no hay caso, cómo cuesta... Primero la negación, después la confusión, más tarde algunos esbozos de autocrítica. Y por el camino van quedando los cronistas del felpudo, los locutores del doble discurso, los explicadores iluminados que siembran el miedo y cosechan la misma política desde hace treinta años. Es que la gente no entiende, reflexionan los sicarios del mal menor.
No hay con qué darle. A la par, el aparato electoral sigue pariendo figurones cortados por la misma tijera, tan hábiles para el discurso hueco, y se ocupan de disfrazarlos de referentes de un nuevo tiempo. Hasta ayer eran aliados de la misma gestión, intocables, impolutos. Después, de repente, saltan la medianera. Resulta que no son los mismos que ayer aplaudieron de pie las privatizaciones, que se disciplinaron a las órdenes del caudillo de turno, que aceitaron la maquinaria de punteros y rosqueros, que siempre se acomodaron a la sombra del billete más grande. Nada más complejo que batallar contra la realidad. Porque los dueños de la pauta no viajan en los trenes del subsidio y del abandono, no pisan las calles del barrio cuando merodea la policía y sus socios del negocio paquero, no van al almacén a contar monedas, no sufren la amenaza de la contaminación a escasos metros del hogar de sus pibes, no padecen la tragedia de no contar con un pedazo de tierra para proyectar un futuro digno. No, su realidad es bien distinta.
A veces, cruzan miradas, incrédulos. En voz baja, se sinceran preocupados. Saben, no pueden ignorar la realidad. Murmuran los problemas de los otros. Lo saben porque escuchan a sus vecinos, porque muy de vez en cuando, casi siempre para la foto electoral, dejan su torre de marfil para pisar el barro. Comprenden los vicios de su tropa, la inquietante ausencia de alternativas, la irrupción de opciones cada día un poco más a la derecha; dudan y se llenan de preguntas. Discuten entre ellos, anotan en borrador opiniones que jamás difundirán, reconocen la naturaleza de la derrota como una lógica consecuencia de una gestión que se propuso un "capitalismo en serio", que se sentó arriba del aparato y que transó con aliados represores, burócratas y mercenarios.
Después, se enciende la cámara. Debajo de la alfombra queda la incertidumbre. En el escenario de la propaganda y la justificación, actúan para su realidad. Están atrapados en su propia telaraña. No pueden salir de allí. A su lado, el funcionario de turno sonríe. Ellos escuchan, disimulan. Pero una sombra de duda baña sus certezas. Como si se preguntaran, en silencio: ¿y ahora qué hacemos?
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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