Francisco Art Lissa fue estrangulado el 21 de marzo de 2007, a los 23 años. Previamente, sus homicidas lo habían sometido a torturas. Su cuerpo fue abandonado en un zanjón, en Los Talas, Berisso. El asesinato de Francisco fue caratulado como homicidio calificado por alevosía y ensañamiento. Raquel Berthi, su madre, decidió hacer justicia por mano propia: compiló cuentos, poemas y fotos de su hijo, y con esos materiales publicó un libro como una "descolorida manera de vivir su presencia".
Una vez, una tarde, hace ya cinco años, una mujer de voz triste y firme se comunicó conmigo: quería que escribiera la historia de su hijo. Me habló de cuadernos, poemas, relatos y canciones guardados y me contó su tragedia.
Como una Antígona desesperada y furiosa, Raquel Berthi en esos años buscaba, de la mano de la justicia, a los culpables del asesinato de su hijo, ocurrido en marzo de 2007, pero también quería escribir. Ella quería escribir. Por eso, recuerdo, le aconsejé que de hacer un libro, ese libro tenía que ser escrito por ella, no por mí. Le sugerí editoriales, le di nombres, contactos y Raquel emprendió el duro camino de la búsqueda y el de la escritura. Todo fue reparación.
Primero fue la búsqueda de editores, paralela a la búsqueda de los culpables. Los Doctores Héctor y Joaquín Granillo Fernández y la fiscal Virginia Bravo, con su alegato y operatividad, ofrecieron pruebas suficientes para que se hiciera justicia. Mientras tanto, el libro crecía adentro. Primero fue adentro. De la mano de Raquel, de Fede Núñez, amigo de Fran, de Valeria La Ferrara, su amiga, que colaboró en la selección de poemas de Francisco y fundamentalmente, de la mano de Luz Aramburú, quien interpretó el deseo de Raquel y realizó la edición en formato de libro, cuyo contenido son textos, dibujos y fotos, con la intención de rescatar aspectos, intereses, pasiones, música en pentagramas más la reseña de su corta vida, a modo de tributo.
Como una Antígona sin paz, sin pausa, Raquel transmitió y supervisó el trabajo a realizar. Cada palabra, cada poema, cada foto o dibujo deberían revelar a su hijo vivo, caminando la ciudad de La Plata, la playa, otros ámbitos, feliz, resignificándolo, trayéndolo. "Francisco podía encontrar la metáfora justa, traducir lo cotidiano en un registro poético", cuenta Raquel, por eso guardó "como un tesoro" aquellos escritos, frases sueltas, dibujos, letras de canciones de Spinetta, de Fandermole. Todo lo que encontró suelto en el desorden de su cuarto. Todo.
Ella habla de "juego" en el ir y venir desde la ausencia a la presencia, siempre con un final triste, ya que la realidad se impone. "Descolorida manera de vivir su presencia", escribe. Por eso mismo, Los cuadernos de Francisco Art Lissa reviven, recuerdan, rescatan, pero también buscan permanentemente respuesta a la pregunta que él poetiza, una pregunta enorme que nos incumbe a todos: "¿Qué es lo que queda de uno?".
"Libro de iniciación, de viaje", como bien lo denomina Luz Aramburú, atravesado por una constante: ¿qué es lo que queda?... y la alegría de vivir, y la infancia, y el amor, y su familia. Raquel Berthi es una madre que pudo y supo y sigue sabiendo transmitir cómo se hace para transformar un dolor, cómo se enfrenta a "La Esa", como la llamó Leónidas Escudero, dibujando, abriendo el acceso a sus escritos, retratando al hijo en su mejor tiempo. "Si muero, mi temor más grande/ dale vida a mis palabras", escribe Fran. Y se pregunta, nos interpela: "¿Qué es lo que queda?/ ¿Qué es lo que queda de mi vida?/ Lo que di... Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo... y ese miedo eterno,/ ese miedo a que el viento/ se lleve las palabras...".
"Aún hoy sigo encontrando amigos de él que me hablan y me cuentan sus vivencias con Francisco. Qué sé yo: el libro, las muestras, los murales. Todas son formas de mantenerlo vivo, de sentirlo cerca", me cuenta Raquel.
¿Quién soy?
Francisco fue un apasionado por el teatro. Estudió con Febe Chaves, con Carolina Donantuonni, con Magdalena Arau, Lito Cruz, Norman Briski y Beatriz Catani. Tenía una gran formación musical, aprendió canto, comunicación audiovisual y fue actor, interpretando a Chejöv, Becket y Woody Allen. Realizó un papel protagónico en Contracara, cortometraje dirigido por Dolores Iafola y en Tormenta del desierto, en la facultad de Bellas Artes de la UNLP.
Desde edad temprana,
Fran tuvo conciencia del paso del tiempo, del ser contradictorio que somos los humanos "a pesar de lo que escribo, no sé cómo se vive", escribió. Se aferró al eco de otras voces, de otros abrazos y de un pasado como extensiones del origen para no irse del todo. Entonces dibujó y jugó con la frase "La no existencia de uno mismo", afirmando: "Existo/ porque todavía no he muerto" o "para mí el sueño eterno es la vida".
(La nota completa en Sudestada Nº 122, agosto de 2013)
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