Casi cinco mil personas fueron evacuadas en las provincias de Misiones, Chaco y Corrientes como consecuencia de la crecida del Paraná en julio de 2013. Pero más allá de algunas crónicas, el acento mediático pasó por señalar el necesario éxodo de las vacas y otros animales, las pérdidas de las cosechas y el cierre temporario del parque nacional de las Cataratas del Iguazú. La cuestión humana fue subordinada a los intereses económicos. Detrás de este río de palabras, postales de una permanente lucha por la justicia, la dignidad y la felicidad, el curso interno de la memoria colectiva que está pegadita a la geografía que dibuja el Paraná.
Los primeros habitantes que llegaron a la vera del río Paraná fueron los guaraníes, quienes migraron desde el corazón de la Amazonia para alcanzar la tierra sin mal, un paraíso que, como cuentan las leyendas, "se abre también a los vivos que hayan tenido el valor y la constancia de observar las normas de vida de los antepasados y que, guiados por el poder privilegiado del chamán, hayan descubierto el camino hacia él". La búsqueda de los guaraníes duró cuatro siglos. La tierra sin mal al lado del Paraná era el lugar donde se iba a vivir en justicia...
Desde el año 1000 a.C. hasta principios del siglo XXI, el río Paraná contiene mucho más que agua. A través de su curso que bordea las provincias de Misiones, Corrientes, Chaco, Santa Fe y Entre Ríos, se puede rastrear la historia social de sus pueblos y su pertinaz obsesión por ser felices a pesar de las inundaciones, la contaminación y el poder económico de grandes empresas.
Lo que sigue es un relato escaso de todo lo que sabe el Paraná.
Los 2.570 km que abarca el curso del río llamado "pariente del mar" son un recorrido que acompaña el desarrollo de las sociedades latinoamericanas.
Una crónica no lineal, donde el progreso y el bienestar no son los rasgos distintivos de las mayorías que habitan la región.
Los relatos oficiales cuentan que en 1536, cuando llegó a estas tierras Don Pedro de Mendoza buscando el imperio del rey blanco y un nuevo camino para Asunción del Paraguay, se encontró con pueblos asentados a los costados del río marrón.
De norte a sur de lo que luego sería la provincia de Santa Fe, los asentamientos humanos fueron llamados mepenes y mocoretaes; calchines, quiloazas, corondas, timbúes y carcaraes; chanaes y mbeguaes; querandíes y guaraníes.
La cultura de estos pueblos, al decir de los estudiosos, condicionados por el medio ambiente especial del Paraná, era una sola. Su economía giraba en torno a la pesca, la que practicaban con redes elaboradas por ellos y canoas labradas de un solo palo que llegaban a medir hasta veinte metros.
Con la grasa del pescado elaboraban conservas, al mismo tiempo que en los pequeños montes de las islas recolectaban miel silvestre. Además, aunque en forma aislada, se practicaba también el cultivo del suelo, especialmente entre los timbúes.
Alrededor de 1000 a.C., la llegada de los guaraníes en busca de la tierra sin mal también trajo su tipo de vivienda, la llamada maloca o casa comunal (donde vivían hasta cincuenta personas), que era rodeada de una empalizada para proteger al conjunto, a la aldea.
Una de las peregrinaciones de los tupí-guaraní más conocida y estudiada ocurrió en 1539, cuando una comunidad del Brasil llegó hasta Perú. Y duró diez años, porque en 1549 los guaraníes fueron capturados por los habitantes de la ciudad de Chachapoyas. Habían llegado trescientos de una marcha iniciada, supuestamente, por dos mil hombres y mujeres en busca de la Tierra sin Mal.
Allí, en la tierra descubierta a la vera del río Paraná, los guaraníes dieron origen a distintos asentamientos humanos, cuyas lenguas tuvieron diversos troncos o familias. Los primeros españoles que llegaron registraron dos palabras: quirnubatá y piaire, dos clases de pescado, lo cual volvió palpable la importancia del río y del ecosistema en la vida cotidiana de los asentamientos humanos.
En los años inaugurales de la conquista, desde el Paraguay llegaban yerba, maderas y tejidos, mientras que desde el sur arribaban cueros, harina y vino.
La región estuvo en las manos administradoras de los jesuitas que reunían los distintos bienes en Santa Fe, también de cara al río.
Las tierras, por entonces consideradas como lugares de paso por dos o tres años, comenzaron a originar el poder económico de los españoles y de los criollos: Juan de Garay, a fines del siglo xvi, repartió lo solares para viviendas, lo cual a los pocos años dio inicio al primer conflicto, denominado "la revolución de los siete jefes", justamente en relación con la propiedad de la tierra.
El río guarda en su lecho una larga historia de luchas, donde hasta el medio ambiente resultó agredido. Sus crecidas se ubican entre febrero y marzo, aunque en los últimos años se extiende hasta el mes de abril; así como también altera los pulsos del río la gran cantidad de represas de Brasil.
"Durante un gran diluvio sólo quedó emergiendo de las aguas, en constante ascenso, la Krinjidjimbé, Sierra Do Mar, en el Brasil. La muerte asolaba por doquier a las tribus, y sólo consiguieron ascender a la sierra nombrada los Kaingangues y Kuruton, la gente desnuda. Cuando ya el agua llegaba también hasta ellos vieron en el cielo bandadas de saracuras (pollas de agua) que traían enormes canastos de tierra que volcaban sobre el líquido elemento. Varias veces hicieron lo mismo, y como su obra no podía terminarse solicitaron la ayuda de los péingbein (patos). Tanto lo hicieron que por fin lograron construir un terraplén hasta donde estaban los pobres indios. Por él pasaron los que aún quedaban con un ligero soplo de vida. Sus almas fueron descendiendo y dieron nacimiento a pequeños arroyos. Y como el terraplén se había levantado en la costa, las aguas fueron descendiendo hacia el interior, buscando así su nivel. Y en esta marcha hacia el mar encuentran desniveles, paredones, peñascos, restingas, que explican las características del Paraná y Uruguay", cuenta la leyenda.
Y así se pensó el Paraná durante siglos, como esperanza ante el avance de la muerte, como posibilidad siempre abierta para la vida de los más necesitados. Así, tal vez, pueda seguir viviéndose este río que no solamente lleva agua...
Uno de los primeros cronistas del Paraná fue Pedro Tuella. En 1801, escribió Relación Histórica del Rosario de los Arroyos en el gobierno de Santa Fe, Provincia de Buenos Aires, donde describió la topografía del lugar que rodeaba a los 5.879 pobladores que por entonces vivían en la villa.
(La nota completa en Sudestada Nº 122, agosto de 2013)
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