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El golpe de Estado y el modelo: de Allende a Piñera

Chile. 40 años no es nada

Un recorrido por el Chile rebelde. Desde el derrocamiento de Salvador Allende hasta las luchas actuales de pueblos originarios, estudiantes y trabajadores. Radiografía de un presente de resistencias con marcas de identidad del pasado reciente.

Algo está pasando en el silencioso Chile. Desde hace años, la postal de quietud que dejó como herencia la Dictadura de Augusto Pinochet comenzó a resquebrajarse en las manos, en las voces y en las fuerzas de los sectores desplazados por el "modelo de desarrollo". Si se tratara de un asunto meramente cronológico, podríamos situar este despertar en la oleada de manifestaciones contra proyectos energéticos (como HidroAysén y Punta Alcalde) y mineros (como Pascua Lama) que amenazaron y amenazan la rica y diversa geografía de este país.

En esas manifestaciones, tras tantos años de "recogimiento político", de conformismo y de mediocridad, hubo quienes se reconocieron en sus desgracias compartidas y en su temerosa apatía. Reconocimiento que les permitió a muchos cuestionarse el producto país que les venden hace varias décadas: ese que presume de república ejemplar y que actúa como un sutil absolutismo que condena a sus habitantes a la violencia del endeudamiento para vivir y para estudiar, del endeudamiento para sanar, del endeudamiento para olvidar.

Esa violencia -material y simbólica- es fundamental para comprender el panorama al que asistimos, porque se tradujo en un malestar que representó vívidamente el surgimiento del movimiento estudiantil. Aunque venía mostrando energía desde el gobierno de Michelle Bachelet en 2006, durante el mandato de Sebastián Piñera adquirió las fuerzas necesarias para sentarse a la mesa como actor político. Sus marchas catalizaron este malestar gestado en dictadura, criado en transición y ya maduro en esta democracia sólida y restringida, que asegura la estabilidad necesaria para el apogeo de la acumulación de capital.

Un importante sector de la sociedad se familiarizó con sus demandas de "educación gratuita y de calidad", del "NO al lucro", entre otras, al punto que la simpatía por las demandas estudiantiles llegaron a concitar cerca de un 80 por ciento del "apoyo ciudadano". No obstante, frente a los avances del movimiento, la respuesta de las élites fue la misma: si con la violencia económica no basta; violencia real, pura y dura. Y después de esos golpes, el llamado a la institucionalidad y al orden, una invitación a encauzar esas reivindicaciones por el camino leguleyo, donde pueden quedar atrapadas nuevamente.

Este movimiento estudiantil ha sido el más mediático, pero no el único. Bajo la administración del multimillonario hombre de la lista Forbes, se levantaron también las regiones del país, fuentes de inmensos recursos naturales y sedes de numerosas injusticias. En 2011, fue Magallanes, donde sus habitantes exigieron medidas paliativas a los altos costos de vida y, en especial, al precio del combustible, cuestión fundamental en la cotidianeidad de la región más austral de Chile. Un año después, la vecina región de Aysén fue la que exhortó a La Moneda a dirigir su atención nuevamente hacia la Patagonia para que escuchara que la vida es cara y difícil en el sur.

El norte abundante en minerales y en tradición obrera se alzó por Calama, ciudad que alberga la mayor reserva de cobre, "viga maestra de la economía nacional". Allí sus habitantes denunciaron que, pese a ser el pilar productivo de Chile, las mejorías no llegan o llegan mal cuando se administran a miles de kilómetros de sus problemas. Y tras la capital minera, vino Freirina, ciudad que enfrentó el desprecio de un empresariado propietario de una contaminante planta criadora de cerdos, que desnudó la debilidad de las políticas ambientales. Actualmente, es Tocopilla la que condena el abandono de una centralización extrema.

Por su parte, el movimiento de los pescadores puso a remar a este Chile contra una ley que entregó casi a perpetuidad la concesión del mar a siete familias controladoras de casi el 90 por ciento de la industria que explota este patrimonio. Su lucha interpretó la batalla de los pequeños contra los monopolios, que hallan en nuestra legislación un clima tan propicio para que se formen a su antojo. Y si ello encarnó las inequidades de nuestra sociedad, al sur del modelo, el conflicto del Estado chileno con la nación mapuche reveló, una vez más, la barbarie de las clases dominantes cuando se ponen en riesgo sus intereses.

(La nota completa en Sudestada Nº 122, agosto de 2013)

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Autor

Patricio Escobar Romero