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Nota de tapa

Seguir viviendo sin Spinetta

Poesía, melodías y universos paridos por la fértil imaginación de un artista que dejó su huella. De Almendra a Pescado Rabioso, pasando por Spinetta Jade y su marca jazzera, caminan tras su huella sus compañeros y amigos, peregrinos también en ese viaje rumbo a la identidad musical de varias generaciones.

¿Cómo desandar la huella artística de un músico inabarcable? ¿Por qué camino salir a buscar los ecos de una obra que resuena hasta nuestros días? ¿Con qué palabras describir los laberintos sonoros y las letras que van y vienen entre la filosofía, el surrealismo, lo existencialista y los sentidos en su estado de máxima pureza?

Tarea difícil si las hay. Por eso, tomamos la decisión de arremangarnos y salir a buscar a sus bandas eternas, a aquellos músicos y artistas que lo acompañaron a lo largo de toda su vida y de su obra. Porque en ese horizonte de bandas intentamos rastrear los géneros musicales por los que indagó, en esos devenires eclécticos, pero a la vez tan pulidos, ensayados y profundizados. Tan Spinetteanos.

A más de un año de su desaparición física, buscamos hacer un dossier que lo identifique y recorra sus múltiples aristas. Y así llegamos a Rodolfo García, compañero de Almendra, la primera banda del Flaco, pero además una de las precursoras del entonces incipiente rock nacional. Y en esa relación fraternal y musical que supieron urdir, el destino quiso que con García formara un trío que resultó ser, además, su última banda.

Pero el Flaco siempre fue un buscador, donde el final del camino no aparecía nunca, simplemente porque su objetivo, incluso trabajando en un proyecto, estaba abierto a lo nuevo, al cambio, a buscar otra cosa. A eso que Rodolfo caracterizó como "su ética musical": una forma de ver al artista en constante estado de creación y de cambio.

Así fue que, tras las baladas de Almendra, Spinetta se fue a crear otro universo. Pensó en un trío potente, donde desarrollar un rock más pesado y contestatario de la mano de Pescado Rabioso. Y ahí apareció Bocón Frascino, bajista de esa banda, para dar cuenta de la etapa donde el Flaco intentó cambiar "las formas musicales". En Pescado Rabioso el viaje fue tan corto como productivo, tan fugaz como misterioso. Un viaje de apenas dos años, que dejó una huella imborrable en su carrera.

Y los recorridos caprichosos nos vuelven al jazz; un estilo que es parte del tejido que va atravesando su obra entera, la sostiene y la envuelve, y por eso las nuevas generaciones reversionan e improvisan sobre la base de sus melodías, aun las más antiguas. De ello da cuenta uno de los músicos, Diego Schissi, que pese a no haber tocado junto a Luis, interpreta muchas de sus creaciones sobre el escenario.

Pero así como el jazz lo acompaña en su obra musical, el dibujo y la pintura hicieron lo suyo: por las tapas de sus discos (tan de entre casa algunas, con esos mínimos detalles de autor que las hacen únicas), por la forma en que su búsqueda en la poesía se orientó siempre hacia la representación artística. Y en ese camino, con el que se cruzó fue con el dibujante Eduardo Santellán, que supo, más que nadie, darles forma, volumen y vaivén a las palabras del Flaco. Su trabajo conjunto generó dos tapas de los discos (El valle interior, de Almendra y Bajo Belgrano, de Spinetta Jade) ilustradas por Santellán, y también una obra inconclusa (ambos se fueron de gira demasiado temprano) en la que trabajaron en forma interrumpida casi desde que se conocieron, a fines de los años setenta, y que nunca se editó. El libro que creaban era una conjunción de los poemas de Spinetta con las ilustraciones de Santellán, plagados de surrealismo y ese mágico ingrediente que tienen los sueños.

Mucho queda afuera cuando se profundiza en la obra de un artista que se distingue por la originalidad con la que, siempre, llevó adelante su música. Pero acá empezamos el camino de desandar su legado, que se bifurca y se expande, y que deja muy atrás el mote comercial de "músico de culto" que le impusieron los que no se animan a conocerlo en profundidad. Un tipo que abrió la puerta del rock nacional para dejar entrar la luz de una poética entrañable y singular. En el barrio de Belgrano, aún hoy, las veredas siguen marcadas por las extensas caminatas del Capitán Beto y sus secuaces en busca de un misterio que insiste en no ser develado...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 120 - Julio 2013)

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Autor

Juan Bautista Duizeide, Ignacio Portela y Nadia Fink