Dilemas y contradicciones en un tiempo de confrontación entre Clarín y el gobierno. La delgada línea entre el apoyo y la propaganda. Los problemas de la crítica y el debate en el marco de una batalla ideológica y también económica. ¿Es válido manipular la información para ser funcional a un objetivo político?¿Cuál es el papel del periodista en este contexto de enfrentamiento? Opinan Eduardo Aliverti, Reynaldo Sietecase, Hernán López Echagüe, Quique Pesoa, Cynthia García, Eduardo Anguita, Pedro Brieger, Mauro Federico, Dante Palma, Gerardo Yomal y Héctor Sánchez.
Un fenómeno nada novedoso. Las grandes corporaciones mediáticas han asumido, en la última década, un protagonismo cada vez mayor en la disputa política. Si antes, para defender sus diversificados intereses, presionaban candidatos, instalaban la agenda y manipulaban la información según su conveniencia; ahora se han lanzado a ocupar la escena nacional a partir de imponer sus figuras mediáticas como alfiles. No precisan de la construcción e impulso de pretendientes a cargos electivos forjados a su medida, sino que ahora sus medios y sus periodistas ocupan el rol de opositores de cara a la opinión pública. Ellos son quienes definen hoy las grandes líneas de discusión en Argentina, y cuando la coyuntura afecta en algún grado a sus intereses, dejan todo atrás para asumirse como organizadores de diversas tácticas tendientes a no perder la iniciativa.
El elemento nuevo en Argentina en este contexto es, en todo caso, la construcción por parte del Estado de su propio aparato de propaganda mediático. Las herramientas para su formación están ligadas a la cooptación de periodistas cercanos a sus posiciones ideológicas, al guiño a empresarios afines (Cristobal López, Sergio Szpolski, y otros) que intentan acomodarse en el mercado mediático y, en algunos casos, al manejo discrecional de la pauta publicitaria como elemento de presión.
El presente de confrontación entre los medios satélites del Grupo Clarín y aquellos vinculados al proyecto del gobierno nacional modificó de forma sustancial el trabajo de los periodistas, los verdaderos peones en un tablero que presenta una dinámica inédita. Así se configura la construcción de un mensaje que intenta, en muchos casos, presentarse como superador de la manipulación informativa característica de Clarín y sus aliados, pero que en no pocas ocasiones cae en los vicios de la propaganda lisa y llana. El único argumento para justificar esa imitación (exagerar lo positivo, disimular lo negativo, repetir lo conveniente, engañar cuando se considera apropiado, apelar al doble discurso) es el de siempre: el de enfrente es más poderoso, y es peor. Lo singular, en todo caso, es que muchos periodistas rechazan la caracterización de propagandistas del proyecto, pese a que aclaran en todo momento que ellos sí "dicen desde dónde opinan".
En un extremo, el Grupo Clarín y su complejo entramado de negocios que va más allá de lo periodístico, que precisa del disciplinamiento del poder de turno para resguardar sus ganancias y que se ve amenazado, interpelado y expuesto por primera vez en mucho tiempo. Sus cronistas ya carecen de toda credibilidad cuando apelan al mito de la independencia y la objetividad, términos sepultados por su rol de funcionales reproductores del discurso patronal. Sin complejos, sin rubores, sin contradicciones.
En el otro rincón, un conglomerado de nuevos medios, con respetados profesionales del oficio y nuevos administradores de la oportunidad financiera, que intenta poner en cuestión el discurso hegemónico del adversario, pero que incurre en reproducir sus mañas y vicios y en justificar su rol de propagandistas detrás de excusas que siempre están atadas al presente de polarización y enfrentamiento diario. Unos y otros desprecian a quienes no se posicionan. Los llaman "neutrales"; como si no existiera margen para evitar alinearse con el pasado sangriento de Clarín como cómplice de la dictadura militar, o no apoyar a un contradictorio gobierno que cuenta entre sus filas a funcionarios marcados por la huella de gestiones corruptas, saqueadoras y represivas.
En la superficie de esta batalla, los periodistas. Los que asumen cada día el trabajo de comunicar y de buscar aquello que está oculto. Los que pujan entre presiones y convicciones, entre el temor a ser funcionales al adversario y la decisión de apostar por la crítica, entre el riesgo de dejar de ser útiles a sus patrones y la imprescindible defensa de la honestidad como valor individual.
Las puertas del debate se abren para que opinen once de los protagonistas de este tablero. Primera parte de un informe especial sobre el presente de un oficio en permanente mutación.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 110 - julio 2012)
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