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Hernán Genovese, entre la poesía y el canto

Vivir en tango

Crecido en las calles de un Lanús empedrado pero escaso de malevos, percantas y compadritos, Hernán Genovese abre sus brazos a un género que parece haber nacido de este lado del mundo sólo para ser interpretado por su voz inconfundible. Bajo la abrigada sombra de un pasado repleto de enormes intérpretes, el tanguero del sur se sube al escenario para cantar su propia historia.

Mira con esa mueca que parece apenas reservada para los amigos. Se desplaza sobre el escenario como quien conoce perfectamente los recodos de ese territorio cotidiano. Busca su momento, espera al acecho detrás del micrófono, prepara su voz para dejar brotar las primeras estrofas de "En gayola y sin bailar": "Él era un maestro barajando el mazo/ café y escolazo, Riachuelo al sur/ la foto que un día firmó Virulazo/ colgaba en su pieza con rante glamour/ Ella era una noble muchacha de Olivos/ nunca un colectivo, siempre con chofer...". La sonrisa se dibuja en el cantor, que muestra apenas las cartas de un tango con aires de romance arrabalero, pero con un giro policial imprevisto hacia el final: "Y fue al compás de un tango/ que trenzaron sus vidas/ él la fichó enseguida para ofrecerle el brazo/ y ella que era bacana y un poco presumida/ se quedó para siempre rendida en el abrazo/ con un disco de Troilo se entraron a querer/ y los dos fueron uno/ bailando sin ayer". El tango es canción y es historia, y fluye cuando lo moldea con la textura de su voz el cantor, que mira de reojo cuando le vienen con rótulos y comparaciones, que busca por detrás de las luces la sonrisa cómplice de quienes escuchan con atención: "Caían chorlitos de los cuatro rumbos/ tahúres de mundo y otarios con fe/ y a todos igual, sin ganzúa ni chumbo/ les iban piantando los mangos de a cien".
Hernán Genovese, en camisa y con unas ganas transparentes de cantarse todo, prepara el final y abre los brazos, como si no pudiera resistirse y se entregara manso a una canción con letra de su autoría: "El caserón de Olivos se convirtió en garito/ pucha, si fue bonito mientras duró el festín./ Pero lo que era broma resultó ser delito/ y vieron sus escrachos en tapa del Clarín./ Algún día la vida los volverá a juntar/ ahora, en gayola, no hay pista pa bailar".

"Me llevo mal con los encasillamientos. Muy mal. Siempre me dicen que me parezco a Edmundo Rivero, que tengo un timbre de voz parecido; así, grave. Pero la verdad es que me gustan muchas vertientes de la música, no sólo el tango; y dentro del tango, muchas cosas distintas", explica el tanguero que acaba de editar De púa y corazón, un disco de homenaje a Roberto Grela. "Siempre fui un admirador de Grela como guitarrista y después me empezó a interesar su obra como compositor. Entonces, pensé que se trataba de un músico que no estaba todavía valorado en su justa dimensión, y por eso me pareció apropiado rescatar una obra que, en su gran mayoría, es casi desconocida", detalla sobre los motivos de su elección para su segundo disco.

Del mismo modo que Genovese gambetea los rótulos y colorea su repertorio con hermosas versiones de Alfredo Zitarrosa y de Atahualpa Yupanqui, también elude las poses de tanguero fatal y egocéntrico para permitirse festejar la presentación de su disco con amigos, a quienes convoca al escenario para compartir micrófono. "Es mi manera de vivir la música: tratar de compartirla con los amigos. Por ejemplo, me gusta ser amigo de los músicos que tocan conmigo. Es como en el fútbol: si jugás con los amigos es mejor, y en la música es igual -señala, antes de añadir-: También creo que ha cambiado un poco con el tiempo respecto de los artistas de otras épocas, que eran un poco más egoístas. Hoy veo que es bastante común esta cosa más familiar, más informal, más desacartonada".

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 110 - julio 2012)

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Autor

Hugo Montero