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Hombres de llanuras y de montañas

Juntos en motín, fuga y tragedia

En 1916 más de treinta presos se fugan de la cárcel de Neuquén. Lo que sigue es una cacería por parte de las fuerzas policiales, detenciones, fusilamientos. Y en el medio, una publicación independiente que intenta que no se silencie la verdad

Toda fuga no es sólo de un lugar, sino también de una realidad. El 23 de mayo de 1916, la cárcel de Neuquén fue el escenario de una evasión masiva de reclusos que tuvo resonancia nacional. Antes y después de ello, un encadenamiento de hechos fue allanando los caminos hacia la tragedia. El contexto en el que presos de llanura y de montaña, en extraña comunión, alternaron la vida y la muerte, debe buscarse en la criminalización de los sectores más bajos de la escala social y en el modelo de ciudadanía devaluada que padecía el Territorio Nacional. El marco de conflictividad también estaba signado por la confluencia, en la norpatagonia de las primeras décadas, de bandoleros rurales que encontraron allí un hábitat físico caracterizado por límites flexibles: fácil traspaso de la cordillera y el ingreso a las travesías del oeste pampeano, último refugio de gauchos alzados. También en esa década de 1910 se registraban los primeros centros socialistas, el despertar libertario y una prensa que no rehusaba publicar expresiones culturales de ambas tendencias. Pero las situaciones tratadas en este trabajo anticiparon, a su vez, hechos punitivos que pusieron en cuestión la razón de ser del periodismo independiente.

Esposados sobre rieles
Cuando trece días antes de la fecha convenida un grupo de treinta y cinco presidiarios alojados en la cárcel de Santa Rosa recibió la orden de alistarse para un largo viaje, no imaginó la secuencia de hechos que desataría. Tampoco pusieron mucho empeño. No podían empacar lo que no tenían, de modo que así, casi en harapos, fueron arreados al tren. El cortejo produjo una desagradable impresión en los andenes, primero en Santa Rosa y luego en Toay. Apiñados en una parte del vagón, presos y sus guardias ligados entre sí con esposas no recibieron el mínimo indicio de cuál sería su destino final.
Sospechaban que eran trasladados para aliviar el hacinamiento en la cárcel local, con 300 presos más de los 150 permitidos por su diseño; pero sólo la vista les decía que los rieles los llevaban hacia sur. El panorama desde las ventanillas era la contracara de sus encierros: inmensas llanuras, bosques de caldén y, llegadas las sombras, una calma sospechada de ocultar presagios, tal como lo describe Daniel Moyano en Dónde estás con tus ojos celestes: "Hay un estrellerío tremendo en la noche pampeana... en un silencio tan patente que parece ocultar un estallido".

Así, con avistajes diferentes del mundo de murallas y herrajes, se corrió la voz de que llegaban a la estación Bahía Blanca porque Sixto Ruiz Díaz, oriundo de allí, conocía de memoria sus arrabales. Por proximidad en el vagón y porque el armazón de un grupo recorre afinidades ocultas, Ruiz Díaz se rodeó de un círculo de pampeanos en el que convivían condenados a largos años por homicidio, como era su caso, con otros procesados por cuestiones menores. Completaban el subgrupo, entre otros, un italiano -Antonio Stradelli-, Abraham Almada y Cantalicio González. Precisamente este último y Sixto Ruiz Díaz asumieron con rapidez la conducción de todo el grupo, sin saber aún si iban a luchar por dirimirla o a compartirla sin conflicto.

Desde Bahía Blanca, sobre los rieles del Ferrocarril del Sud, reingresaron en La Pampa y volvieron a dejarla atrás rumbo al Alto Valle del Río Negro. Sólo el estrépito de hierros del paso del tren sobre los puentes interrumpía la somnolencia y los llamaba a la realidad, los ponía más cerca de un punto en el que los ríos ya no fluyen solos, sino que confluyen para cobijar una población que marcó el fin del viaje: Neuquén. La cárcel de Neuquén.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 110 - julio 2012)

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Autor

Jorge Etchenique