A cuadras de Berisso y Ensenada se extiende un territorio isleño en parte sembrado artesanalmente con vides y frutales, en parte cubierto por la selva en galería más austral del mundo, poblada por carpinchos, gatos de monte, chanchos salvajes, sobrevolada por patos, biguás, garzas. Un pulmón amenazado por una obra de beneficios económicos dudosos que no repara en las consecuencias ambientales.
Martín enfiló por el Canal del Saladero remando despacio, cosa de entrar en calor. Apenas asomó al Río Santiago, vio que la margen sur de la isla Paulino estaba recorrida por grandes tuberías. Cruzó paleando rápido hacia el arroyo Caracoles. Ante su entrada lo atajó un hedor inusual. Habían desmontado un par de hectáreas. En el barrial se formaban burbujas pestilentes. Pegó la vuelta hacia las Cuatro Bocas y encaró hasta el primer muelle sobre el Canal de Acceso. Al pie, metido en una chalana celeste, un hombrón de bigotes arreglaba algo.
-¿Sabe qué pasa don?
-El barro que sacan del fondo lo tiran por la punta de la isla. Parece que viene con petróleo, y por ahí con algo más -le dijo señalando una draga, y siguió en lo suyo.
Historia negra
En los 70 era imposible navegar el Río Santiago o alguno de los arroyos que dan a él sin empetrolarse. Prácticamente no quedaban peces, y también habían desaparecido los pájaros. Treinta años después, no permanecían trazas de hidrocarburos en la superficie y abundaban las lisas, las mojarras, los biguás, los patos, los ostreros, las garzas. No es que se hubiera aplicado ningún plan para recuperar la zona. Es cierto que el puerto petrolero y la destilería, de las más grandes de América, por azares de la política tienen bastante menos trabajo. Pero lo definitorio es que los gobiernos civiles, aun flojos de política ambiental, no fueron tan permisivos con el volcado de aguas provenientes de la limpieza de tanques de los barcos, o la suelta de efluentes industriales.
Ahora, el gobernador Scioli, con entusiasta apoyo del intendente de Berisso Enrique Slezack, también oficialista, inició obras que incluyen un inmenso playón para contenedores y un nuevo muelle sobre el Río Santiago. Para que los buques portacontenedores de gran calado puedan entrar al este de las Cuatro Bocas se hizo indispensable dragar. El barro que sacan del fondo va a dar a las hectáreas que desmontaron sobre la isla Paulino, y con él buena parte del petróleo que en años y años se había ido precipitando. Y quizás -no se han hecho públicos estudios al respecto- substancias aún más contaminantes. "Instalamos un filtro", argumentan con suficiencia los ingenieros. El mal olor desbarata su jactancia.
Tenía razón nomás el hombre de la chalana celeste en odiar a ese monstruo de metal oxidado con un tentáculo provisto de dientes en su punta. El hombre sabe, es nada menos que Renzo Ruscitti, viñatero de esta costa, maestro en la preparación de vinos y de dulces. Y ojo con él. Dicen que lo traían fulo de pasar a todo lo que da a cualquier hora los lanchones de los prácticos, jodiendo con su oleaje las estacadas que tanto cuesta alzar para proteger la costa. Y que harto de gritarles que pasaran más despacio, les sacudió y les sacudió con su escopeta del 12. Sin asco. Hasta el último cartucho
Planes moto náuticos
Dentro del plan oficial para la zona, se discute una urbanización de lujo en la isla Paulino. O sea: toneladas de cemento sobre la tierra ocupada por uno de los pocos montes autóctonos que aún quedan por esta orilla del Plata. A los ingenieros y a los promotores inmobiliarios, poco afectos a la botánica, la zoología o la ecología, por no hablar de la justa distribución de la tierra, nomás de sacar cuentas se les cae la baba. Saben que ya no quedan lotes con fácil acceso al Río de La Plata donde construir mansiones con muelle privado incluido para que atraquen los motonautas.
El proyecto, aún muy incipiente, es de por sí bastante paradójico, ya que se comienza por contaminar las aguas adyacentes a ese supuesto country náutico. Pero además, hay un inconveniente geográfico: salvo cuando la marea está muy baja y se puede llegar a ella por el lado de Palo Blanco, la Paulino es una isla con todas las de la ley. O sea: inaccesible por tierra. Entonces los especuladores miran hacia la isla de enfrente, la Monte Santiago, a la que sí se puede llegar tanto en auto como navegando. Total, apenas habría que barrer las históricas instalaciones de la base naval.
Fuera en una isla o en la otra, un barrio de tales características no parece algo muy nacional y popular. Y menos una prioridad para la provincia de Buenos Aires, que tiene un millón de personas en emergencia habitacional, no otorga créditos accesibles para vivienda, y mes a mes ve crecer los asentamientos. Para colmo, ni el playón ni el country náutico son emprendimientos que generen una cantidad de puestos de trabajo significativa para Berisso y Ensenada, castigadísimas por el vaciamiento de los 90. Todo esto, mientras se deja languidecer al Astillero Río Santiago, generador potencial de miles de nuevos puestos calificados y bien pagos. Anteponerle la especulación inmobiliaria, o un puerto para abarrotarlo de contenedores con mercaderías importadas, poco tiene que ver con el pretendido perfil industrialista del oficialismo. Pero como bien aprendieron los matarifes del Proceso, el cemento es una materia bruta que se presta como pocas a la más sutil contabilidad creativa.
El muelle de las lanchas colectivas sobre el Canal del Saladero fue justamente rebautizado hace unos años Haroldo Conti, por la crónica que el escritor desaparecido escribió acerca de la isla Paulino en la revista Crisis: "Tristezas del vino de la costa". Sobre un cartel en cercanías de ese muelle, alguien escribió con fibrón verde: Scioli o Conti.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 108 - mayo 2012)
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