El 1º de enero pasado un grupo de sicarios fusiló a tres militantes del Frente Popular Darío Santillán en el barrio Moreno. Desde los medios, se levantó rápidamente la mentira del "ajuste de cuentas" que recién se pudo desmantelar con el trabajo y la lucha de compañeros, familiares y amigos. Fuimos a Rosario para recoger esas voces ignoradas que hablan de vidas de pibes de barrio, alegres y solidarios.
Varias veces se dijo que Jere, Mono y Patom estaban en el lugar y en el momento equivocados. "¿Por qué iban a estar en el lugar equivocado si esa canchita era su lugar?", diría Lita, la mamá del Mono. ¿Por qué sería el momento equivocado sentarse la primera madrugada del año a esperar a las chicas (que seguro demorarían un rato largo en cambiarse) para salir de caravana?
Ni lugar, ni momento equivocados: esa noche los equivocados fueron otros. Esta vez, barrabravas, mafia, peleas por lugares de distribución de los narcos, la impunidad que genera el saberse protegidos por aparatos policiales, políticos y judiciales fusiló a tres pibes inocentes como a otros más de 140 en Rosario durante 2011.
Una vez más, lo primero que se dijo desde los grandes medios rosarinos y que luego reprodujeron los porteños era más o menos lo de siempre: "Ajuste de cuentas", "los pibes tenían antecedentes". Con el correr de los días, y a partir del incansable ajetreo de familiares y compañeros del Movimiento 26 de Junio del Frente Popular Darío Santillán, en el que militaban los chicos, pudieron caer las acusaciones falsas para dejar entrever la verdad sobre Jere, Mono y Patom.
Hacia allá fuimos, para charlar con sus familias, sus compañeros del Movimiento y sus amigos, y así poder reconstruir esas vidas de pibes de barrio, con sus sueños, sus deseos de mundos mejores, sus ganas de crecer, sus miedos y arrebatos; y para que, como a tantos otros pibes, las mafias y sus aliados de turno no les arrebaten la dignidad y las verdades.
Lo que pasó
Así se habla de la madrugada del 1º de enero pasado en el Barrio Moreno, en la zona sur de la ciudad de Rosario. Nadie menciona los hechos de otra manera. Hay, todavía, a apenas un mes de la masacre, una sensación de espera en el aire. Por eso la palabra muerte está aún vedada: el dolor ensombrece los diálogos y las miradas, y hay un acuerdo tácito sobre la frase que resume lo que nadie quiere decir.
Esa noche Adrián Patom Rodríguez; Claudio Mono Suárez y Jeremías Jere Trasante estaban sentados en los bancos de la canchita de Quintana y Dorrego. Nada diferente de lo que podían estar haciendo ellos o cualquier otro chico del barrio. La canchita es un lugar de encuentro, de partidos al rayo del sol y de charlas nocturnas.
A la madrugada, entre siete y diez sicarios, con Sergio el Quemado Rodríguez a la cabeza, se bajaron de un auto y de una camioneta en búsqueda del Negro Eze. Ezequiel Villalba vive a una cuadra de la canchita y unas horas atrás había baleado el auto donde viajaban Maximiliano Rodríguez, el hijo del Quemado, y su novia. Situaciones mafiosas y de venganzas que surgen de una abierta disputa territorial por la venta de droga. Sin dar tiempo a respuestas, dispararon contra los pibes con ametralladoras y pistolas 9 milímetros.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 106 - marzo 2012)
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