Buscar

Entrevista con Raúl Carnota

"Arriba del escenario, la música es un juego"

Es uno de los folkloristas más respetado y versionado de los últimos años. Gringo, rubio y nacido en Buenos Aires, se las ingenió para tejer lentamente una carrera que lejos de darle fama le ha brindado un buen vivir musical.

El génesis de la carrera musical de Raúl Carnota cuenta con un par de pequeños milagros del destino. El primero a los 14 años. Su viejo, un contador de descendencia vasca nacido en Buenos Aires e instalado en Mar del Plata, se fue de viaje a Foz de Iguazú, Brasil. Allí vio una fábrica de guitarras y decidió comprarle una a su hijo. Al entrar a Argentina un funcionario de la Aduana le advirtió: "Señor, usted no puede ingresar con este instrumento". El viejo de Carnota agarró la guitarra por el mango y la levantó retrucándole: "Bueno, entonces córrase que la rompo".

Tozudez mata burocracia, y el joven Raúl finalmente recibió aquella guitarra brasileña con la que aprendió sus primeros acordes y animó también los fogones de las vacaciones, cuando -escapando de la playa y sus turistas- partía rumbo al campo de un amigo.

Un par de años más tarde, a los 19, días después de haber rendido el examen de ingreso para Veterinaria en la UBA, Raúl se fracturó el cráneo en un accidente de auto. Los médicos le prohibieron estudiar por tres años. La suerte entre aquel vasco y la guitarra ya estaba echada.
Casi 45 años después, lo han definido como un hombre "de una ética rígida y una estética flexible". A pesar de haber nacido gringo, rubio y en Almagro, es uno de lo máximos referentes del folklore argentino; ha tocado con Adolfo Ábalos, Armando Tejada Gómez, Susana Rinaldi y los Huanca Hua, y sus composiciones fueron interpretadas por cantantes que van de Mercedes Sosa a Liliana Herrero, Juan Quintero o Luna Monti.

Nos damos cita en un bar frente al Parque Lezama donde Carnota, sin agendas ni horarios, apuros o exigencias propias del moderno mundo del espectáculo, mezcla charlas y café como cualquier vecino del barrio. De hecho vive a dos cuadras.

Pide medialunas, invita un par de cafés, hace preguntas, se incomoda con las que van para su lado, a veces cargadas con algún elogio; pero pronto se distiende y nos cuenta de sus viajes, sus cursos de chacarera en Francia o Rosario, la grabación de un disco con una amiga colombiana en Barcelona y de lo que disfruta de tocar con otros, de la priratería y la postura "indignada" de las grandes compañías o de la vez que el presidente Kirchner lo llamó a la Casa Rosada.

-Siendo tan urbano, ¿cómo hiciste para absorber la esencia del folklore?

-Cuando yo era muy chiquito, en la radio no daban más que tango y folklore. No había otra cosa y, bueno, resultó muy familiar. Después aparecieron los Beatles. Tengo una parte rockera que es lógica: nací y me crié en la ciudad. Cuando trabajé de músico, toqué con gente de todo el país, y con cada uno aprendí algo. Y cuando me tocó hacer lo mío, yo pensé que donde más cómodo me sentía para inventar era en esa música. Porque en el rock tenía ciertos tótems, como Frank Zappa o Eric Clapton.

-Por eso te adelantaste en meter guitarra eléctrica y teclados en el folklore...

-Al principio me costó. Pero yo soy de descendencia vasca. Tengo una cabeza a prueba de balas. Cuando estoy convencido de algo, no me importa nada. Al principio no nos aceptaban. Éramos rubios, porteños, no daba el perfil. Pero a esta altura, después de 30 años de seguir un camino, me hice como un lugarcito. Tenés que tener una gran mística cuando hacés lo que vos querés. Es tremendo. En cambio si vos decís: "quiero grabar, cualquier cosa"; te dicen: "ya está, vení, pasá". Y así hay un montón de pibes que escuchan lo que les dicen porque no traen nada en la cabeza, solamente quieren ser famosos, subirse a un escenario a brillar, el glamour...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 102 - septiembre 2011)

Comentarios

Autor

Tomás Astelarra y Nadia Fink