Con orquesta es otra cosa...

Es una noche de julio helada y con luna llena. Viejos tangueros tuneados para la ocasión con tintura La Carmela, chinos que no dejan de sacar fotos, señoras con ruleros, ejecutivos escapados por un momento de sus Blackberry, periodistas, secretarias, enamorados, jóvenes algo loquibámbolos con remeras de Hermética, Nepal o los Beatles, llenan el teatro 25 de Mayo, en Villa Urquiza. Una sala maravillosa que afortunadamente sobrevivió a la picota estimulada por la especulación inmobiliaria. Un barrio entrañable para festejar este cumpleaños, dado que Viyurca fue el lugar en el mundo del compositor, arreglador y director de orquesta Emilio Balcarce. El primero en hacerse cargo de la Orquesta Escuela, otro de los sueños realizados del contrabajista Ignacio Varchausky, quien muestra cómo se concretó en el documental Si sos brujo, realizado junto a Caroline Neal.
El Arranque en vivo es una máquina de tango: aceitada, afinada, potente. Pero además, y de manera nada maquinal, es una formación sutil y expresiva. Se suceden tangos, milongas, valsecitos, estilos y hasta un chamamé a cargo de su segundo bandoneonista, Ramiro Boero. Se presenta oficialmente el nuevo cantor: el impecable Juan Villarreal. Pasan invitados como el bandoneonista Julio Pane o el cantor, compositor, líder, genio, que es el Tata Cedrón. Este hombre, uno de los primeros en tomarse en serio a aquellos pibes deseosos de aprender a tocar el tango en lugar de hacerlo como les saliera, ese gigante que no solamente les aconsejó "escuchen a Alfredo Gobbi", sino que hasta les pasó partituras y arreglos, es quien mejor define el espíritu de la noche. Al concluir la primera pieza cantada junto a El Arranque, el Tata revolea sus papeles y exclama: "¡Con orquesta es otra cosa!".

Perseguidores

En el primer cuarto del siglo pasado, las orquestas típicas proliferaron por las radios -ninguna que se preciara carecía de su formación propia-, las confiterías, los cabarets, las milongas. Tuvieron una segunda época de oro en los años cuarenta y cincuenta, cuando miles de personas bailaban en los clubes con la música en vivo de Troilo o de Pugliese. En los sesenta, la pleamar del rock parecía haber condenado a la extinción a esa especie única. Uno de los que más aguantó los años de mishiadura fue el gran Leopoldo Federico, cuya orquesta contó con uno de los cantores más populares de la época hasta su trágica muerte: el uruguayo Julio Sosa, gracias a quien se dio un módico renacimiento del interés por el género entre los jóvenes. En líneas generales, los músicos debieron consagrar sus esfuerzos a formaciones más pequeñas, diseñadas para tocar en lugares más íntimos para públicos mucho más reducidos.

Pero el tango sabe esperar. Aunque sin la masividad de otras épocas, fueron surgiendo a fines de los 90 -a la par de dúos, tríos, quintetos y formaciones menos ortodoxas- varias orquestas formadas por jóvenes instrumentistas. Una de las primeras en salir al ruedo, con El Desquite, fue la violinista Erica Di Salvo, muy conocida por tocar junto a Charly García. Siguieron Vale Tango, del pianista Andrés Linetzky, la orquesta Fernández Fierro, la orquesta Astillero, la orquesta Baigón y tantas otras. Dentro de esa cantera de músicos tan informados como talentosos y creativos, El Arranque, con siete discos grabados y presentaciones por todo el planeta, se destaca por su repertorio, su pericia instrumental, sus arreglos originales y su estilo tanguero de pura sangre.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 102 - septiembre 2011)