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Plástica: Ponciano Cárdenas

"Hoy tenemos un movimiento pictórico sin identidad"

Diestro en pintura mural, años de docencia en escuela de Arte, el pintor boliviano nos brinda una cátedra de cultura popular y arroja dardos contra la Bienal de Venecia, el IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte) y los artistas que se dejan tentar por las tendencias de moda del arte sin identidad.

Ponciano forjó su vida como el barro con el que jugaba de chico en los valles de Bolivia, en la preciosa y colonial Cochabamba, rodeado de campesinos y comerciantes. Acostumbrado al riesgo infinito de la obra provocadora, se lanzó a conquistar otras tierras en busca de la identidad cultural de la América profunda. Encalló aquí, en Buenos Aires, casi por descuido, donde decidió instalarse, tentado por un movimiento artístico en formación. Una lucha eterna contra las vanguardias sin contenido, contra la imposición cultural, la desviación de las modas y el arte comercial; pero defensor del hombre artista como patrimonio del pueblo. Su obra es un regreso al origen. América como una madre que sufre por sus hijos. Por eso empezamos la charla desde el comienzo de su vida:

"Mi madre era una chola. Perdí a mi padre cuando tenía dos años, y yo soy el menor de ocho hermanos. Bolivia se caracterizaba por el matriarcado, creo que toda Sudamérica, entonces mi madre había creado un matriarcado. Ganaba muy bien. Yo creo que la mujer boliviana tiene ese empuje de trabajo, aun con sus criaturas a cuestas, llega a parir caminando. La mujer es más fuerte que el hombre. El hombre no es nada fuerte, aun en nuestra época. La mujer lo es. Entonces pasa que, es triste decirlo, el machismo hizo que la mujer soporte todos los dolores porque el hombre no los soporta. Mi madre, una mujer de pueblo, una chola, no tenía la información de qué era el arte, entonces me dice: ‘yo te voy a dar todo lo que pueda, porque yo sé que vos plata nunca vas a tener, pero vas a ser un hombre respetable, y a mí me interesa que seas un hombre respetable'. Palabras textuales. Y ella me apoyó económicamente, inclusive para estudiar Bellas Artes allá en Cochabamba, donde me recibo como profesor. Ella tenía una fábrica, de chica, y también hacía de curandera, pero gratis. El curanderismo allá lo hacía mucha gente, en forma gratuita".

-¿Cómo empieza tu periplo desde Bolivia a la Argentina?

-Con el dinero de un mural que hice en una iglesia, decido viajar a Madrid para estudiar, pero tenía que pasar por Buenos Aires para tomar el barco. Acá lo visito al escultor Luis Perlotti y conozco la Escuela Superior de Arte Ernesto de la Cárcova, que actualmente se está muriendo, como todas las cosas culturales. Y cuando el director ve las cosas que hago me dice: "hermano boliviano, esta es tu casa". Hago una recorrida por los talleres y era una maravilla. Estaba Antonio Pujía. Agradecido, me despido del director, salgo, me paro en la puerta y digo: "¿a qué carajo voy a ir a España?". Al día siguiente empecé como alumno libre y después fui becado por la escuela. Más tarde volví a mi país, porque me interesaba mucho el arte latinoamericano, la identidad. En Bolivia fui profesor de escultura en una escuela de arte, y con el director fundamos una escuela de cerámica para chicos campesinos . Había una necesidad de búsqueda de la identidad. Y eso es lo que se estaba creando en Argentina. En esa época, Buenos Aires era el centro cultural de Latinoamérica. En la escuela de Bellas Artes solían becar a artistas de toda América, entre ellos a mí. Se estaba generando un movimiento de la búsqueda de la identidad del arte latinoamericano. En la plástica estaban Luis Centurión, Juan Carlos Castagnino, Lino Spilinbergo, Adolfo De Ferrari, Leónidas Gambarte, Joaquín Torres García, grandes pintores que habían estudiado en Europa pero que venían a crear un movimiento con identidad. A eso se suma la música, y ahí aparecen Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui; en literatura, Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, Miguel Ángel Asturias, Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, Cándido Portinari, etc. Se estaba produciendo un movimiento importante, que había que pararlo porque a Europa y a Estados Unidos no les interesa que América creciera culturalmente. Entonces se produce acá la revolución del 55. Aparece el Instituto Di Tella y se va a poner un freno a la identidad americana que se estaba creando.

El arte, si no tiene identidad, no es obra de arte. A pesar de uno, porque no es un problema de pensamiento, es un problema de vida, la parte interior. El verdadero artista siempre va a pintar su época, sus vivencias, su identidad. El que no es artista va a meterse en las modas. Nos trajeron modas y así vivimos en este momento: para ser universales, tenemos que pintar como los otros. Se puede globalizar la parte económica, pero la cultura no, porque la cultura es algo que está adentro.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 102 - septiembre 2011)

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Autor

Martín Azcurra