Idolatrado por los más humildes, la vida de Gatica se parece mucho a la de una época del país. Animador de las mejores jornadas del boxeo argentino, su trágica parábola lo llevó de la miseria a la fama, de la gloria al abismo. Historia de un hombre que construyó su vida a los golpes.
El pibe no dejaba de mirar por la ranura del vagón, por donde entraba un hilito de luz que le iluminaba los ojos, verdes, como de tigre. Miraba sin pensar, apretado contra la puerta del vagón, el campo interminable. Trataba de imaginar Buenos Aires, sus calles, pero apenas podía reconocer algunas fotos que había visto en su San Luis natal. No sabía qué le esperaba, pero no tenía miedo. No sabía de sus tiempos de lustrabotas, de pelear por monedas. No imaginaba que a las piñas iba a llegar a prender cigarros con billetes de cien, que iba a entrar a los cabarets como un rey, que su nombre sería sinónimo de una época, de un país. Miraba por la ranura sin imaginar que iba a terminar como empezó, deambulando por las calles buscando un mango, humillado, olvidado, arrastrando la miseria hasta que las ruedas de un colectivo acabaran con todo. Nada se imaginaba ese pibe llamado José María Gatica, al llegar a Buenos Aires, ciudad que lo amaría y odiaría como a nadie.
Mitos y verdades
Pocas cosas de la vida del "Mono" Gatica le escapan al mito. Pocas cosas son realmente claras. Se sabe que nació en Mercedes, San Luis, un 25 de mayo de 1925, que llegó a Buenos Aires junto a su familia escapando de un padre violento, que las primeras piñas las dio en la escuela contra los pibes que lo llamaban burlonamente "María", que alguien lo vio pelear y lo llevó a una misión inglesa, que ahí se ganó sus primeras monedas, que como aficionado se encontró con Prada y allí mismo nació el duelo, que la plata la perdía como la ganaba, que en total hizo 95 peleas, de las que ganó 85 (72 por nocaut), perdió 7, con 2 empates y una sin decisión; que la popular lo amaba, que el ring side lo odiaba, que no se cuidaba, que los mismos que lo aplaudieron lo olvidaron, que terminó sus días en Villa Domínico en medio de la miseria, que se murió en el hospital Rawson un 12 de noviembre de 1963 después de dos días de agonía luego que un colectivo lo pisara a la salida de la cancha de Independiente.
La carrera profesional de Gatica comienza un 7 de diciembre de 1945, con un nocaut a Leopoldo Mayorano. Con Juan Perón en el poder, la figura de Gatica se hace símbolo del "sueño peronista", de las clases desposeídas, que hacen de ese hombre venido del interior su ídolo indiscutido. Y él responde como puede, haciendo lo que mejor sabe: pelear, y ya no importa que nunca llegue a ser campeón de nada, no importa que en Estados Unidos Ike Williams lo tire a la lona en el primer round, que a su regreso Perón ya no lo reciba, porque él ya es parte de la historia, porque se ganó un lugar en la retina de los humildes, porque el mito ya tenía nombre, apellido y apodo: José María Gatica, el Mono.
Como en tantas otras ocasiones, el personaje se comió al hombre. De Gatica se recuerdan frases ingeniosas (como cuando al estrecharle la mano a Perón le dice "General, dos potencias se saludan"), anécdotas incomprobables y un sin fin de supuestos. Pero nadie sabe bien cómo pensaba ese hombre de temperamento incontrolable y valor infinito. No se encuentran hoy reportajes en los archivos, todo se basa en la tradición oral. Como dice el periodista Carlos Irusta "poco se sabe de él, quedaron sus frases, o la leyenda de que el mismo Perón le pegó una cachetada cuando perdió con Williams, pero nadie puede asegurar que sean ciertas".
Gatica no tuvo una vida fácil. Su origen marginal lo llevó a formarse en una cultura callejera, la cual se vio potenciada por la fama y el dinero. Le gustaba la noche, perderse en prostíbulos, cenar en los mejores restoranes, vestirse extrava-gantemente, con su bolsillo siempre abierto al despilfarro. Solía pasear por la avenida Santa Fe, comprando zapatos desde su auto. Luego de unas cuadras llegaba a tener diez pares nuevos, y algunos los abandonaba al pie de un árbol. "Algún desgraciado los va a agarrar", se reía.
En su living comedor había percheros de pared a pared, donde colgaba docenas de trajes, sacos y sombreros. Usaba sacos de piel de camello con sombreros de ala caída, con una flor en el ojal. "Aire, aire", se quejaba cuando lo rodeaban los curiosos, y se enojaba si lo llamaban simplemente Mono. "Mono las pelotas", respondía.
El dinero era una forma de hacerse respetar, de demostrar que le había ganado al desprecio sufrido durante su infancia. Pero poco a poco le fueron sacando todo. Los préstamos familiares que nunca fueron devueltos, los negocios que fracasaron. Una tintorería, un almacén de ramos generales, todo se fue esfumando entre sus dedos. Como en las últimas giras por el interior, cuando los empresarios se aprovechaban de su nombre y le pagaban con lo que querían, que apenas le alcanzaba para pagar el viaje de regreso gracias a contratos que no podía leer por ser analfabeto. Le sacaron todo, el dinero y la dignidad. El 6 de julio de 1956 hizo su última pelea profesional ante Jesús Andreoli en el Lomas Park, nada quedaba de él. Quienes habían esperado para verlo caer, disfrutaron su ocaso.
Aquellos duelos con Prada
Nada igualó en el mundo del boxeo a los duelos Gatica-Prada. La rivalidad estaba dentro y fuera del ring. En el cuadrilátero, por la bravura de los dos peleadores. En las tribunas, por lo que ambos significaban. Gatica era la popular, el pueblo, los de abajo. Prada era el ring side, los pitucos, los de arriba. Pelearon seis veces, dos como aficionados y cuatro como profesionales. Ganaron tres cada uno, con polémicas, golpes bajos, fallos discutidos y demás.
Irusta explica: "No puede haber un gran boxeador sin un gran oponente, por eso su enfrentamiento. Con Prada había un enfrentamiento cultural, porque era un tipo de negocios, muy correcto, de buena ‘verba'. Por lo que uno ha visto en películas, las peleas eran unas carnicerías, otra que boxeo, se mataban a piñas, se odiaban de verdad, y dieron espectáculos tremendos".
Por su parte, Ulises Barrera sostiene que "Gatica tuvo una sombra negra que fue Prada, que lo dominaba psicológicamente. Prada era otro peleador, un poco más inteligente pero no muy superior técnicamente". Lo cierto es que esos seis combates fueron históricos. Prada tuvo una ventaja cuando pelearon por el título argentino de la categoría livianos, ya que Gatica no era un peso ligero, no era un hombre de 61 kilos. Él habría sido un peleador bárbaro en 63,500, en welter junior, categoría que aún no existía.
Con el tiempo, el duelo se convirtió en humillación. Con Gatica en la ruina, Prada lo convence para que sirva de atracción en un restaurante de su propiedad. Tiene que mostrarse, que la gente lo vea. Como un mono. Prada gana la última pelea...
(La nota completa se puede encontrar en Sudestada N°34 de noviembre de 2004)
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