La saga de los Confines, novela épica de la santafesina Liliana Bodoc, llegó a su fin. Tras Los días del venado y Los días de la sombra, en septiembre se publicó Los días del fuego, que construye una cosmogonía fantástica basada en los pueblos originarios.
"Un tal Laurelito Colque, un trabuqueño boliviano, un indio situado en una ciudad como ésta, viene huyendo de la miseria con sandalias de hule. Nadie que viaje con sandalias de hule puede escaparse de la miseria. Su madre y sus tíos yuyeros le advirtieron sobre los ángeles arcabuceros, que en el imaginario aborigen... -Liliana Bodoc endurece el rostro- son la policía: ángeles muy femeninos con arcabuces, de acuerdo a la gradación de los oficiales españoles... una cosa terrible. A Laurelito los arcabuceros lo atrapan: esa advertencia de su madre tenía un porqué...".
Narrar desde lejos, de la periferia, tiene muchas cosas buenas, añora Bodoc. Nacida en Santa Fe y crecida en Mendoza, acaba de mudarse al barrio porteño de Floresta. Suspira: a fines de septiembre se publicó Los días del fuego, la tercera parte de La saga de los Confines, un proyecto que le demandó siete años y en el que creó un universo mágico, inspirado libremente en los mayas, los aztecas y los mapuches.
Bodoc quería escribir una cosmogonía maravillosa, referenciada en el imaginario latinoamericano previo a la Conquista, su paisaje y mestizaje; "nuestra pelea por la libertad, nuestras derrotas desde la colonia en adelante, hasta el golpe de estado del '76: son todos los mismos muertos por la prepotencia y la intolerancia", sostiene. Con el viento seco de la localidad de Vistalba acariciándole la espalda, terminó su primera novela, Los días del venado, en el año 2000. Recorrió varias editoriales sin apoyo, hasta que el Grupo Editorial Norma la publicó en la Colección «Otros Mundos». Luego, en 2002, llegó Los días de la sombra y ahora la última parte, que la autora, nacida en 1958, considera la más arriesgada y lograda de todas.
La saga de los Confines pertenece al género épico fantástico. Su eterno tema, la batalla del bien contra el mal, deviene conciencia colectiva contra la desintegración de la memoria de los pueblos. Los días del fuego profundiza ese camino: recuperar desde lo ficcional las voces negadas, opuestas a las dominantes. Con la idea de Eduardo Galeano del horizonte -que se corre para que uno avance-, abre una puerta hacia lo mágico, "entendido no como lo que no existe sino como lo todavía no podemos explicar".
Las influencias que atesora son ancestrales: Bodoc rastreó en la oralidad de los relatos mapuches, el olor a maíz caliente de la escritura ideográfica azteca y lo que quedó traducido -"traducir significa algo", aclara- de la literatura quiché, el Popol Vuh, del que tomó su cadencia y musicalidad como ideas madre. Luego abrevó en los cronistas de Indias, los Diarios de Cristóbal Colón y las Cartas de Hernán Cortés a Carlos V, que testimonian en un castellano colonial, llano y triunfal, la devastación de un imperio a manos de otro.
La escritora ríe entrecerrando los ojos y moviendo los hombros: desde el principio, una línea central atravesó la obra, los tres segmentos de la guerra, y "sabía en quién iba a depositar la responsabilidad de pelear contra el Odio Eterno". Su narrativa es rigurosa, simple y metafórica; en tono poético habla al oído y apela a las sonoridades del inconsciente. Casi profesora de Letras en la Universidad de Cuyo, a medida que escribía leía antropología, medicina, Mircea Eliade para embeberse de chamanismo, "pero no puse esa bibliografía al servicio de un trabajo científico, sino que lo tergiversé como me dio la gana".
En Los días del venado, el comienzo de la saga, los habitantes de las Tierras Fértiles olieron el clamor del viento: desde el otro lado del océano invadían los magos de las Tierras Antiguas, vasallos de Misáianes, el Odio Eterno. Engendrado de los dientes de la Muerte, en contra las Grandes Leyes, planeaba alejar la magia de las criaturas y establecer el derecho natural de la injusticia. Para evitarlo nacía la Alianza del Venado, que nucleaba a husihuilkes (inspirados en los mapuches), los Señores del Sol (parangonables a los aztecas) y los ziztahay (de donde provienen los Supremos Astrónomos, parecidos a los mayas). Thungür, hijo del bravío Dulkancellin, aprendería a ser héroe para guiar a los husihuilkes por el bosque.
Luego de encausar a la Muerte en la segunda parte de la saga, en Los días del Fuego el Odio Eterno se disemina: un príncipe traidor, Molitzmós, querrá ser la uña de Misáianes. La resistencia se organizará en las Tierras Antiguas, comandada por los nobles del País del Sol, históricos rivales por ambición a la Corona. Dos gemelos, Vara y Aro, encabezarán la batalla final, para recuperar el don de la poesía.
"La Muerte terminará de hacer su proceso, entre su verdadera esencia y su hijo", anticipa Bodoc. La escritora afirma que Los días del fuego, que terminó hace tres meses, fue la más dificultosa de la saga: "un trabajo de lógica muy preciso. Había que darle vida a un nuevo continente. Las Tierras Fértiles eran familiares al lector, tenían nombre, ríos, costumbres, comidas. Las Tierras Antiguas eran apenas un esbozo."
Levanta la mirada y agrava la voz: busco no relegar las fuerzas del bien a las Tierras Fértiles, "porque hubiera cometido la trampa racista de decir que todo lo bueno está acá y todo lo malo está allá", determina. Este maniqueísmo, afín a las miradas populistas, recorrió el continente americano, vociferó su nostalgia esencialista a la raza perdida y al diálogo natural entre los pueblos, ficción histórica que encubrió el papel retrógrado de los imperios.
Las comunidades indígenas entendían su ligazón con la naturaleza como una vía hacia lo mágico: en sus diarios, Colón las describió con inmensas gamas de colores, pero su pensamiento mercantil sólo retuvo lo exótico. El Imperio decadente civilizó a punta de lanza; las enfermedades venéreas y la Cruz profanaron los cuerpos morenos. La Historia esterilizó a las culturas ancestrales y sedimentó su memoria.
(La nota completa encuéntrela en Sudestada N°34 de noviembre de 2004)
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