Artista múltiple, Violeta Parra supo desplegar su arte a través de canciones, esculturas, bordados, tapices, pinturas... pero más supo acercarse al pueblo hasta fundirse en él. Un recorrido por la Violeta peregrina y por su infancia, etapa clave donde encontró todo el material para crear a partir de las penas y las celebraciones de su pueblo. Opinan Raly Barrionuevo, Lucy Oporto y Felipe Montalva.
Esa que anda lento levantando polvo en los caminos del Chile profundo, la que lleva la guitarra al hombro, la misma que supo tomar las voces de los que no tenían voz, para hacerla grito y devolvérselas al pueblo. Esa es Violeta Parra.
...que me ha dado tanto...
Cuando Violeta llegó a la comuna de Barrancas en 1952, conoció a doña Rosa Lorca, "una fuente folklórica de sabiduría". Mujer campesina, curandera, partera y arregladora de angelitos; acompañaba y asistía en la vida y en la muerte y le relataba gustosa sus versos...
Un poco por consejo de su hermano, otro poco porque todo lo que latía empezaba a asomar con fuerzas, Violeta decidió meterse campo adentro, en el Chile profundo, casa por casa, para recopilar todas aquellas canciones tradicionales que pasaban de boca en boca y que se estaban perdiendo, porque se iban muriendo los más viejos o porque las memorias fallaban y era difícil encontrar a quienes las recordaran completas. Con 36 años arranca la Viola el camino que la llevará al cariño y al reconocimiento del pueblo.
La vieron tocar puertas, primero hacia la zona central de Chile, donde tomó el canto a lo humano y a lo divino (ambos forman el "canto a lo poeta", son décimas acompañas por guitarra o guitarrón y difieren en su denominación por la temática de sus composiciones), luego en la zona más austral, en Chiloé, aprendió las canciones más ligadas a lo ancestral, a las fuentes indígenas; y la última etapa fue la de más al norte, donde el folklore se distingue por las quenas y los charangos. Quince años iba a durar su recorrido, más de 200 canciones fueron aprendidas y registradas, primero en un rústico cuaderno, luego en una especie de magnetófono; todo a pulmón, sin contar con subsidios ni apoyo alguno de parte de funcionarios o instituciones. Anquilosados en archivos estáticos, no fomentaron la difusión del arte vivo del pueblo chileno.
Violeta Parra nació un 8 de octubre de 1917 en San Fabián de Alico, un pueblito del sur de Chile y pronto se mudaron a Chillán con la familia. De su madre, costurera, heredó su lucha por el amor, la condición de nómade y la habilidad con las manos...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 92 - Septiembre 2010)
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