A ti / silbada, / acribillada, / a ti, / agujereada por enconadas bayonetas, / levanto extasiado, / solemnemente esta oda, / por encima de la marea de insultos. / ¡Oh! / ¡Oh, bestia! / ¡Oh, ingenua! / ¡Oh, mezquina! / ¡Oh, grandiosa! / ¿Qué nombres no te habrán dado? / ¿Cómo devendrás aún con el tiempo, / recia arquitectura constructiva, / o simplemente un montón de ruinas?...
Hay una imagen, una historia, un recuerdo. En la foto, de las menos conocidas del líder ruso, Lenin aparece desparramado sobre una escalera del Kremlin, escribiendo, apoyada una mano en la frente. Seguramente urgido por los acontecimientos en la reunión que se ha interrumpido brevemente, Lenin esboza allí, en rápida letra manuscrita, una propuesta de apuro, una enmienda a un documento, un comentario al texto. Lo que se desprende de la imagen es, claramente, la urgencia. No hay tiempo para caminar hasta un escritorio, no hay tiempo para analizar ideas al detalle. La urgencia exige de Lenin una respuesta inmediata. Y el líder ruso se tumba a un costado, y escribe con lo que tiene a mano lo que la urgencia le exige.
"...a ti, / maquinista cubierto de hollín, / a ti, / minero que cavas las moles primigenias / de la tierra, /bendito seas, / bendito seas, bienaventurado. / ¡Gloria al trabajo humano! / Y mañana, / San Basilio, / catedral de los fieles, / te aclamará con unción, / implorando perdón. / Con tus tenaces cañones, / harás estallar al milenario Kremlin. / "Gloria", ruegan con voz apagada en vísperas de la muerte. / Aúllan las sirenas apenas sofocadas...
Noventa años han pasado desde aquella gesta bolchevique. Allí también, la urgencia jugó un papel decisivo en la victoria sobre el zarismo. A partir de entonces, también, fue determinante para enfrentar la invasión de nada menos que 21 ejércitos extranjeros que pretendían aniquilar el mal ejemplo de esa revolución en manos de los soviets, de los obreros, de los campesinos y de los poetas. Después llegaría la guerra civil, el tren blindado, el ejército rojo, la crisis de un país enorme arrasado por el hambre, la muerte del líder, los conciliábulos, la ruptura interna, la maniobra, la pérdida del rumbo, para comenzar a partir de entonces un camino que poco tenía que ver con las ideas que Lenin y la dirección bolchevique defendían con su vida aquel octubre rojo, en 1917. Pero bien vale recordar en estos días de propuestas ausentes, de alternativas pendientes, aquella gesta de discursos encendidos, de multitudes marchando por su destino y amenazando con la bestia del socialismo a las burguesías de toda Europa.
Había urgencia en esa imagen de Lenin, tumbado en las escalinatas del Kremlin. No había tiempo que perder. La historia lo esperaba.
"... Tú envías a los marineros, / a los hundidos cruceros, / para salvar aún a aquellos, / allí, donde maullaba olvidado el único gato. / Y después, / aullaba una multitud ebria, / los bigotes retorcidos, desafiantes. / Tú echas a culatazos a los canosos almirantes, / desde el puente de Helsinki hacia abajo. / Surgen las heridas del pasado, / y yo de nuevo veo como todo se / desangra. / Ustedes, cómodos pequeño-burgueses! / ¡Oh, malditos sean, tres veces! / Y mis poetas, / ¡Oh, benditos sean mil veces!"
("Oda a la revolución", de Vladimir Maiakovsky)
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