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Entrevista

Ricardo Piglia: "La lectura está asociada con la locura"

Con la excusa de adentrarnos en El último lector, su último ensayo, nos metimos en el laberinto Piglia, donde las lecturas hermanan a personajes como Borges, el Che o Kafka, y donde las fronteras que dividen lo real de lo imaginario se desvanecen. El rol del intelectual, el cambio en la literatura de Walsh y la trama del género policial son algunos de los temas que Piglia abordó durante esta entrevista con Sudestada.

Hay un lector subido a un árbol, busca en la lectura sumergirse en un mundo paralelo a la selva boliviana que lo rodea. Otro lector escribe con fruición en su caverna, e intenta atar con sus manuscritos a un amor fugaz. Hay otro lector en un bar de frontera, que pretende refugiarse en su libro ante la mirada despectiva de los parroquianos, que lo insultan... Con El último lector, Ricardo Piglia invita a un viaje diferente: ahora, los protagonistas son los lectores, y todo aquello que sucede alrededor del acto de leer. Allí comienza un ensayo, y allí se suma Sudestada para escuchar los apuntes de ese viaje literario por un universo al que, en cierto modo, pertenecemos.

1. "Empecé a detenerme en las escenas donde alguien aparece leyendo un libro, en un momento determinado, en una novela. Era interesante, por un lado, el elemento concreto que rodeaba la situación: de dónde venía el personaje antes de empezar a leer y hacia dónde se dirigía la acción después. Se podía encontrar un aspecto intrigante en casi todos los casos: la lectura estaba en tensión, funcionaba como un punto de fuga, era una especie de pausa precaria. Un ejemplo es la tensión entre la lectura y el crimen, en el caso del género policial, la figura de algunos detectives clásicos del género como Dupin o Marlowe que se constituyen antes que nada como lectores, en el sentido más literal.

Entonces, si bien no era posible esbozar una conclusión general, era evidente que la lectura cifraba un conflicto. En principio, la tensión surge de la soledad que implica la lectura. Uno puede modificar de muchas maneras el acto de leer, pero siempre supone cierto aislamiento. Y se pueden registrar a la vez dos tendencias: una es la del que busca que ese aislamiento se agudice y, para mí, el modelo en este sentido es Franz Kafka o Robinson Crusoe, leer en una isla desierta y toda la serie de imágenes que surgen a partir del aislamiento extremo. Y la otra tiene más que ver con una lectura que yo asocio con James Joyce, la metáfora de lectura no es la isla desierta sino la ciudad, la interrupción, los cruces, la percepción distraída: alguien lee pero a la vez atiende el teléfono, escucha música, mira el e-mail, tiene la televisión prendida.

Ése fue un poco el punto de partida: pensar en el lector como personaje o, mejor, ver cómo aparece el personaje cuando está leyendo. Son sujetos concretos, tienen nombre y apellido, se llaman Silvio Astier o Julián Sorel, tienen experiencias específicas que definen su modo de leer y los efectos de lo que leen. Esa es la particularidad de la literatura: trabaja siempre con casos concretos, con situaciones individuales y no con generalidades.

Un elemento interesante en el libro es que la atención se desliza hacia la situación que rodea al lector y a su libro...

Esa fue la idea: ver la escena que constituye el acto de leer en el momento en que sucede, la luz, las posiciones del cuerpo, los lugares, la economía que sostiene la situación; y por otro lado, los efectos. Entonces no se trataba tanto de los libros que se estaban leyendo, sino más bien de las condiciones de la lectura y de las consecuencias de la lectura. Hay una serie, podríamos decir, donde la lectura determina la experiencia, y entonces el sujeto va a la realidad tratando de encontrar la misma intensidad que encuentra en lo que lee (El juguete rabioso es un ejemplo de esto) . Y la otra serie se define por la voluntad de escapar de la lectura; no ya trasladar la experiencia intensa de la lectura a lo real, sino considerar a la lectura como una suerte de encierro del cual el sujeto debe huir para encontrar la vida ("El Sur", de Borges sería un buen ejemplo).

2. El Che: lector en movimiento

"Tomé ese aspecto del Che Guevara como un modo de acercarlo al presente, a una discusión más próxima a mi propia experiencia. Sacarlo de ese lugar mítico que tiene y ver la continuidad con el pasado, porque su vida está llena de virajes notables, pero también hay una suerte de continuidad. Yo veía ahí cierta tensión también entre el mundo de la lectura, el mundo intelectual, y el mundo de la acción y de la práctica política. Ese es un elemento que está muy presente en Guevara como tensión, pero también en la experiencia de la tradición marxista y revolucionaria, porque sus fundadores han sido grandes lectores. Marx, Lenin y Trotsky construían a partir de la lectura y la consideraban un elemento muy importante de su práctica: como sabemos, para Lenin la clave para construir un partido era tener un periódico. Dar a leer a partir de lo que ellos mismos habían leído. Esa tradición, los registros de esa experiencia, se condensaban en Guevara de un modo específico.

Cuesta imaginar un momento más complicado para la lectura que el caso de la marcha de una guerrilla por el monte. Aparece como una idea de oposición absoluta...

Claro. Por un lado, la teoría política de Guevara, más allá de todas las consecuencias prácticas y los debates que suscita, se define a partir de la noción de movilidad, de marcha, de cambio constante de lugar. Es contraria a la idea de pertenecer a un territorio, de establecerse, contraria incluso a la idea de nación: la política se constituye en la no-localización, no hay patria, la clave es atravesar las fronteras, desplazarse. La conciencia política se construye en el camino o, mejor, en el caminar mismo, "la movilidad constante de la guerrilla. Y esta marcha, digamos, define lo que hay que llevar, lo que se carga y parece contradictoria, con el hecho de cargar libros, de detenerse para leer. Había como una tensión que estaba centrada en Guevara, y uno podía de ahí inferir cuestiones más amplias. En ese sentido, aparece la referencia a Gramsci como el ejemplo de la otra tradición: el político que está en la cárcel, lee lo que la censura le deja pasar, pero lo lee de una manera tan extraordinaria que le permite realizar reflexiones fantásticas en sus Cuadernos de la Cárcel. Incluso la terminología que utilizó para romper ciertos clisés de la tradición marxista tenía que ver con pasar la censura. En vez de decir "marxismo", decía "filosofía de la praxis"; en vez de decir "clase obrera" decía "clases subalternas"; en vez de "partido comunista", decía el "príncipe moderno"; y todas son nociones muy renovadoras, conceptos claves en la discusión actual. Como suele suceder en la literatura, cuando uno no puede decir una cosa por el nombre que tiene y debe nombrarla de otra manera, termina resignificando un concepto y encuentra definiciones que son muy productivas. Entonces, "bloque histórico", "hegemonía", "tradición nacional-popular" y otros conceptos de Gramsci que han sido tan productivos, en realidad eran maneras de nombrar cosas que ya estaban muy cristalizadas, muy fijas. Modos de leer en condiciones extremas.

Otro aspecto interesante es que un lector puede usar cualquier cosa que lee, muchas veces los libros no se eligen, están ahí, llegan. De hecho, Gramsci se las arreglaba con lo que se filtraba en la censura fascista. Y Guevara leía lo que llevaba con él.

A la vez, en Guevara la lectura funcionaba como un lugar de descanso, como un espacio propio, como la recuperación del pasado. A mí me interesó ahí ver justamente lo que persistía en Guevara, antes de convertirse en el Che: ese joven, universitario, cercano al PC, estudiante de Medicina, una suerte de destino que uno puede más o menos imaginar; y de pronto termina convertido en un líder guerrillero, un ícono mundial. Pero, ¿qué persistió de lo que era antes? Seguramente han persistido muchas cosas, y una de esas es esta relación con la lectura. Ahora, ¿qué uso era ese?, ¿qué tipo de lectura era? Me parece que la lectura, en su caso, tenía mucho que ver con esta idea de aislarse, instalarse, en medio de una situación de movilidad continua, de no tener un territorio, de estar siempre fuera de lugar.

¿Y ese elemento que era continuidad con su pasado surgía como conflictivo en su caso?

Era un conflicto donde muchas cosas se anudaban, él mismo asociaba la lectura con la adicción, una necesidad personal, un espacio propio y, por lo tanto, en su concepción, no-político. La lectura formaba parte de su experiencia como un elemento a la vez privado y negativo (negativo porque era privado). Una tensión que, en el caso del guevarismo, fue tradicional: una noción esquemática de la práctica; las exigencias políticas exigen un tipo de individuo que debe borrar su propia cultura. Entonces también ahí surgen múltiples debates que están implícitos en el caso de Guevara.

3. Lo nuevo y lo útil

"El sentido de ese último lector entendido para mí como el que llega tarde, a destiempo, y no como el que se va a extinguir, el sobreviviente. Una noción, digamos así, o una figura, contraria a la fascinación de la novedad que domina el espacio cultural, donde parece que sólo lo nuevo, lo que acaba de llegar, tiene que ser lo más interesante. Entonces la figura del que está atrasado, el que está fuera de su tiempo, el que lee después, es la experiencia que me interesaba preservar. Para mí la metáfora es la librería de viejo, que es un gran espacio para pensar la relación de los lectores con los libros: uno allí no sabe lo que va a encontrar. Uno va ahí, mira y realmente no sabe qué puede encontrar. Y lo que va a encontrar son los restos, las ruinas, lo que sobra. Los libros que quedaron fuera de circulación y conforman un espacio que deberíamos rescatar y valorar en contra de una lectura que tiende a trabajar a toda velocidad. Las temporalidades de la cultura. Cambiar el ritmo. Me parece que una manera de reflexionar sobre esto es la metáfora del lector tardío, a quien los libros le llegan a destiempo y muchas veces por azar. Podríamos ligar esto a la pregunta ¿cuánto cuesta un libro?, en el sentido a la vez literal y metafórico. Cuánto nos cuesta económicamente y cuánto nos cuesta establecer un espacio para que ese libro funcione. Toda esa reflexión aparece también en el Ulises de Joyce, porque Bloom anda por ahí y lo llaman "el hombre de los saldos", está siempre leyendo en librerías de usados y revisando kioscos de libros de segunda mano en Dublín. En nuestro caso, el caso más emblemático es el Silvio Astier de Roberto Arlt, que alquila los libros que lee. En El juguete rabioso, Astier no tiene dinero para comprar libros, y entonces se los alquilan. Un caso particular de lectura, se paga un dinero que no es el precio del libro, sino el precio del tiempo de la lectura. En El juguete rabioso hay además una escena que me parece extraordinaria: cuando Astier y la bandita entran a robar en la biblioteca de un colegio. Robar la biblioteca de un colegio, lo más anti-Sarmiento que uno pueda imaginar. Entonces empiezan a mirar los libros para saber cuánto cuestan. Astier se quiere quedar con un libro de Baudelaire, pero ese libro de Baudelaire no vale mucho. Hay toda una discusión implícita entre el precio y el valor. Cuánto vale un libro quiere decir también cuánto cuesta, en cuánto lo puedo vender...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº63-Octubre 2007

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Autor

Ignacio Portela