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Mitos y esquinas

Hoy un juramento, mañana una traición

Recorriendo esquinas uno aprende que la muerte a veces no es una derrota, y que el beso de una dama no es gratuito. Algunos lo aprenden, otros lo pagan con su vida.

El calor de la noche de verano era una densa nube que se aplastaba contra mi nuca. El ventilador, inútil, rezonga su incesante andar. El cono de luz de la lámpara ilumina el recorte amarillento que días atrás alguien me hizo llegar. "Carlos Muñoz cayó bajo las balas policiales el 18 de diciembre de 1957 cerca de la estación Banfield. El múltiple asesino fue sorprendido cuando desayunaba en el bar La esperanza . Según sabía, este Muñoz había matado por lo menos a diez personas, sin razón alguna. Era una especie de pistolero solitario. No robaba, no hablaba, solo disparaba o acuchillaba.

Salí de la estación pasada la medianoche, el aire era irrespirable, en busca de la dirección del que me mando el viejo recorte.

"Por fin apareció. Usted si que tarda en buscar respuestas". Desde el umbral de una vieja casona la voz ajada traspasó la noche. Después de un segundo de duda, me senté junto al viejo, que me esperaba con cerveza bajo la desojada parra. Le pregunté que sabía de Muñoz, de su vida. Me miró, tomó un trago de cerveza y habló sereno.

"Muñoz no era lo que la gente dice, él era un trabajador normal, nunca molestó a nadie. En el barrio se lo recuerda como eso, un tipo común. Siempre andaba con dos compañeros de trabajo, el Pardo y el Chueco, que además eran gente del sindicato. A la tarde se los podía ver en La esperanza tomando un vermouth, discutiendo de política.

Eso si, discutían mucho, por Perón. Eran hombres alegres, a su manera". Una brisa caliente envolvió nuestros cuerpos. El viejo me dijo que yo no entendía, que Muñoz no estaba loco. Le dije que puede ser, pero que nadie sale de la noche a la mañana a matar gente. Claro, me respondió riendo, pero sí lo hace por que el viejo lo fajaba de chico o por que no le dieron una bicicleta en Navidad.

Déjese de pavadas, usted cree mucho en el psicoanálisis, me retó.

"Mire, una noche Muñoz comenzó a tener un sueño que no lo abandonaría jamás. Soñaba que caminaba desnudo por un sendero de piedras, rodeado de ríos púrpuras de intenso calor. Caminaba hasta el final, donde había dos enormes columnas llenas de sucios buitres. Del otro lado, una pradera negra, de fuego, el olor de la carne quemada, los gritos. En eso Muñoz pega un salto de la cama y se encuentra vestido, todo sudado, con la camisa llena de sangre. Se asusta mucho, no recuerda nada, tiene el cuchillo en la mano y el revolver en el cinto. Hasta que llega Elena, que lo encuentra ausente, como loco. Se abrazan, ella vio todo, sabe todo". Le pregunté si era Elena su mujer. El viejo se calla un instante y luego me dice que Elena era una morocha divina, capaz de enloquecer a cualquiera. Un ángel moreno digno del cielo, o del infierno.

"Lo cierto es que Muñoz tiene miedo de dormir, de volver a aquel infierno, de volver a matar. Los ríos se rebalsan y traen cuerpos mutilados, después la oscuridad, los muertos, la sangre. Pasan las noches, y aquel Dios cabeza de cabra y piel de serpientes se apodera del cuerpo de Muñoz para saciar su sed de sangre. Mientras la policía buscaba al asesino solitario, Elena preparaba el final. Desde hacía varios meses, Elena y Pardo se veían en secreto. Totalmente perdido, Pardo se dejó llevar por su ángel moreno, que pudo más que la amistad de tantos años. Aquel demonio era la oportunidad para el amor.

La mañana del 18, pardo llevó a Muñoz a La esperanza para tratar algunos temas del sindicato. En un momento, El Dios sale de su mundo y le invade la cabeza. Pardo se asusta al ver la muerte reflejados en sus ojos, mientras la policía entra al lugar a los gritos. El demonio ruge "traidor" y de un tiro le arranca una mano. Pardo cae ensangrentado, al tiempo que los tiros liberan el alma de Muñoz. Los ríos se aplacan, los buitres se queman, el muerto sonríe. Todo terminó".

Las primeras luces del día se ven en el horizonte. Tomamos la última cerveza en silencio, hasta que una voz resonó en el aire. "Che, viejo vago, otra vez tomando. Vení adentro de una vez". La figura redonda de mujer se deja ver en el portal, la mano maciza que se estrella en la cara del viejo, que levanta el brazo y deja ver el metal plateado que sale de la camisa.

-¿Pardo?, ¿Elena? Pregunté sorprendido.

-Amigo - me gritó entre risas - créame, no hay peores demonios que los que traen pollera...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°02)

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Autor

Diego Lanese