Es escritora mendocina. Publicó los libros de relatos Antes de decir que no... morite de amor, cagón y Mientras nada, tanto.
La gorda
Ayer escuché una conversación entre varones, después de comer, sin quererlo, hablaban fuerte y la montaña estaba silenciosa. Decían la gorda la negra la boliviana, haciendo referencia a una chica que tuvo la lamentable desgracia de besar a uno de estos pibes en un boliche.
La gorda era el término principal. "La vergüenza de mi vida" o algo así, decía el portador de ese beso. Otro le decía que no se hiciera el gil, que seguro le había apoyado la pija. Se reían, hablaban de pibas como enumerando una lista de supermercado. Se la medían entre ellos. Se esforzaban por demostrar una virilidad trunca, blanda. Competían. "Qué puto sos", resaltaban.
Me acordé de los besos que alguna vez repartí en un boliche, me acordé de mis amigas mirándose al espejo, de las dietas, los maquillajes, mi fobia a las fotos, mi miedo a desnudarme. Yo acababa de comer y ellos me metieron patriarcado, gordofobia, xenofobia y homofobia en el medio de la digestión. Hasta pensé que no podía ser cierto, me quedé muda, me dio asco, me dio miedo. Nos tuvimos que ir. Yo acababa de comer y sentí, lo juro por mi vida, haber comido piedras. Sentí la panza llena de piedras. Ojalá estos varones supieran que las gordas, las negras, las bolivianas y los putos están luchando para que puedan dejar de ser tan caretas y que ese pibe que se comió a "la gorda" pueda decir tranquipiola que se la comió porque le re cabió. Ojalá puedan escapar de sus propias cárceles y puedan dejar de comer piedras ellos también.
Yo sentí una regresión en el tiempo inmensa, me entristeció, me acordé de una conversación de compañeros de la secundaria. Sentí el beso de la gorda en la frente, esa gorda soy yo, sos vos, somos todes. Ojalá que los besos se vuelvan un templo sagrado, y que ningún gil de estos pueda tener acceso nunca más.
Luciérnagas
Nuestra "separación" fue bastante larga, sobre todo porque, a pesar de que lo mejor era la distancia y sabíamos que se tenía que terminar, nos costaba dejar de vernos. Entonces seguíamos: una vez vos, otra vez yo... viéndonos hasta tres veces en la semana. Me acuerdo de que tuve que pedirte que dejaras de decirme "te amo" porque se sentía diferente, y cada vez que lo decías me dolía la panza.
La más loca de todas esas juntadas bizarras fue una de las últimas, que nos fuimos a pasar un finde a la montaña, a unas cabañas, como si separarnos fuese un ritual. Hicimos hasta un asado, cogimos y comimos y tomamos durante dos días seguidos. La pasábamos tan bien que ni siquiera entendíamos por qué nos separábamos, pero ahora, después de muchísimo tiempo, me doy cuenta de que cada uno se separa como puede.
La última noche nos sentamos en el balcón de la cabaña, creo que tomábamos un vino, porque tengo todo medio borroso, como si el recuerdo fuese un pino navideño que con el tiempo se ha ido desmantelando. Un pino navideño pelado y con polvo. Pero este recuerdo, que es la punta del pino, la estrella, el centro... está intacto.
En un momento, no sé cuál, flasheé, estaba muy contenta y muy triste, todo al mismo tiempo. No entendía nada y tampoco quería. Entonces me fui adentro, porque tenía los ojos llenos de lágrimas y no quería que me vieras así...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)
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