Los dialectos, la jerga, lo que algunos llaman el lunfardo, lo que en las barriadas populares se denominan berretines, son un acto milagroso contra el dominio de todas las expresiones estéticas que abarca el capitalismo.
Los dialectos, la jerga, lo que algunos llaman el lunfardo, lo que en las barriadas populares se denominan berretines, son un acto milagroso contra el dominio de todas las expresiones estéticas que abarca el capitalismo. El hecho de que aún subsistan lenguas y códigos discursivos propios y espontáneos entre las distintas tribus subterráneas de la sociedad, es una victoria, porque si hay algo que quiere el capitalismo es la homogeneidad expresiva. Pero es sólo una victoria entre la multitud de batallas. La guerra semiótica es permanente. En todo espacio de la vida existen los "Equipamientos colectivos capitalísticos" (Félix Guattari) que cuentan con toda la estructura educativa a su servicio para tratar de barrer toda palabra que sea ajena a la esencia de lo enciclopédico. El lenguaje también está normativizado. Por lo tanto también puede ser ruptura.
En la excusa de que se busca que los pibes (sobre todo los nacidos en ámbitos de pobreza) "hablen bien" en realidad se esconde una forma de represión que nada tiene de abstracta. En la escuela nos dirán que ese tipo de palabras son un síntoma de un sujeto que no respeta las normas y los códigos de convivencia. Si se pretenden eliminar esos vocabularios autóctonos es porque son palabras que se las considera improductivas para la maquinaría de signos oficiales. Pero hablar de improductividad de los dialectos es una falacia. Se necesita de su existencia. Son una reserva para representar las fantasías que los supuestos normales tienen sobre los otros, sobre los diferentes. Se los utiliza como inspiración de chistes en todo el repertorio de imágenes de la vida social. El dialecto en las series de televisión y el cine genera risas despectivas y humillantes más que irónicas. La clase media se deleita jugando a hablar con ese dialecto extraño que brota de las villas y las cárceles. Como así también se ridiculiza el acento de las personas que viven en provincias que no son Buenos Aires. No hay una reflexión profunda sobre los orígenes y las posibilidades de las palabras marginadas. A lo sumo se mencionan las letras del tango, de un siglo atrás, que los pibes de hoy desconocen. Letras de una época donde la población marginal en su mayoría vivía en otros espacios. No existían la cantidad de villas, asentamientos y cárceles de hoy en día. Tampoco eran similares las formas de relacionarse, los estilos, las formas de violencia. El lunfardo contemporáneo aparece en la cultura solo barnizado de estereotipos. Es más cómodo evocar al pasado milonguero, que aceptar la falta de tacto para acariciar las novedades contemporáneas. Como un mecanismo de defensa se ridiculiza algo que desborda de originalidad. "Esos pibes hablan así porque no son como yo. Entonces puedo reírme de cómo hablan. Me respalda mi clase, que es la dueña del saber, por ende, de las palabras y en consecuencia es la que garantiza y preserva el hablar-bien".
Pero un villero o un "convicto" resplandecen cuando se expresan en su verdadera lengua, sin avergonzarse, sin pedir permiso, sin arrodillarse ante nadie, sin agradecer entre lágrimas las migajas epistemológicas que les arrojen.
Esa jerga propia es el único capital cultural y simbólico (entendiendo estos conceptos como Pierre Bourdieu) con el que cuentan los pibes de las villas, los que están en la cárcel, los que viven en el campo, la minoría representativa cualquiera que aún preserve y actualice su dialecto. Este, muchas veces, es la única posibilidad que tendrán de realizarse subjetivamente. Al no tener el dinero suficiente para poder estudiar alguna disciplina artística, les queda como consuelo y redención su lengua. Es en ese plano donde desarrollan un talento mágico, empleando palabras llenas de música, que se bailan mientras se dicen. Saben transformar en sinfonía a la frase más vulgar. Pero el ingenio no se agota en lo expresado que creó otro; además de ser técnicos con la palabra son inventores. La creación de nuevos términos es una necesidad, casi una obligación...
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