La fina ironía, la oralidad callejera y el humor implacable, son elementos que se destacan en la narrativa del mexicano Ivo Quallenberg. Es autor de "Diario de los años muertos", un libro de cuentos donde se asoma, de modo tangencial, el rostro aturdido del México actual, marcado por la violencia y la corrupción.
La solvencia expresiva del escritor Ivo Quallenberg, autor del excelente libro de relatos Diario de los años muertos, radica en el modo en que reúne el discurrir de la oralidad de la calle, bajo el alumbrado de imágenes que emergen de la escena onírica. Por las páginas de este Diario por momentos de aire tenebroso, a ratos con trazos carnavalescos y desopilantes, cruzan la silueta de un hombre con "ojos color de aguardiente", una mujer que aprendió a "moverse por la vida sin hacer ruido, como una sombra que limpia el polvo", "un patio que huele a tierra de osario", recuerdos que arrastran a sus muertos "como muebles viejos" y un diablo que "se roba pedazos de cielo" para lazar a los mortales.
La fluidez del lenguaje de Quallenberg va amarrada a la reflexión. Busca hilar las voces de sus personajes con un fraseo que es monólogo interior de un yo plural, vale decir aquello que aunque se exprese por cuenta y riesgo, siempre lo hace a cuenta de un uno que es comunidad, de un yo que es, a la vez, habla coral. Los cuentos de su último libro Diario de los años muertos, develan desde el título mismo la paradoja de anotar cada día una cotidianeidad en una página vacía para siempre. El narrador trabaja en los callejones de los reversos; y allí donde el viento mueve realidades de papel pintado, eufemismos, maquillaje, altisonancia, devela anhelos pisoteados, flores marchitas, humillación; vergüenzas grandes –escribe– como la de "mirar sin ser mirado". No es forzado inferir que en entresijos de los relatos de este notable escritor, asomen flecos de una sociedad, la del México actual, abismada en inconcebibles espirales de corrupción y violencia.
De padre rumano y madre italiana que se conocieron en México tras la Segunda Guerra Mundial, Quallenberg –nacido en Ciudad de México en 1957– cursó la maestría en Filosofía en la Universidad de Barcelona y la maestría en Sociología en la New School de Nueva York. Además, es licenciado en Economía por la Universidad Autónoma Metropolitana.
Tiene en imprenta su novela El destino dobló la esquina y textos suyos fueron incluidos en Creadores bajo el volcán, antología de escritores y artistas de Morelos, Estado desde donde respondió esta entrevista para Sudestada.
–Tus cuentos son cobijas armadas con retazos de sábanas de fantasmas. ¿Cómo fueron tus inicios, tus primeras lecturas?
–A los once años escribí mi primer cuento. En un cuaderno hoy perdido tracé la historia de un teporocho (borrachin) que de buenas a primeras se convirtió en mi personaje central. Aquel indigente empinaba a pico una botella de aguardiente y aletargaba su borrachera tendido sobre el asfalto bajo la sombra de un árbol pelón. A los niños de la cuadra nos divertía interrumpir su sueño lanzándole corcholatas (tapitas) de cerveza a la espera de que abriera los ojos y nos correteara gruñendo palabras incomprensibles. Jamás atrapó a nadie. Un día le lanzamos corcholatas y ya no despertó. Cuando se lo llevó una carroza fúnebre me dio por revivirlo en un cuaderno. Ahí descubrí que la ficción hacía milagros. A ese teporocho le debo mis inicios en la literatura...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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