El 19 de julio de 1976, horas antes de viajar a Cuba, cae en combate Mario Roberto Santucho. Desde entonces, la muerte del jefe del PRT-ERP multiplicó las preguntas y generó varias hipótesis. ¿Qué información llevó a los militares a su refugio? ¿Por qué en un solo día cayeron cuatro miembros clave del Partido, en diferentes operaciones? ¿Hubo un infiltrado que facilitó el trabajo represivo? En esta investigación, abordamos cada una de las hipótesis para intentar develar la verdad. Opinan Luis Mattini, Daniel De Santis, Rolo Diez y Pola Augier.
Golpean la puerta. Afuera, se anuncia el portero. Nada extraño. El reloj marca las 13.30 del lunes 19 de julio de 1976. Liliana Delfino se acerca y entreabre la puerta. No tendrá tiempo de volver a cerrarla. Una bota militar se interpone. El grito de alerta de Liliana invade el cuarto piso del departamento de Venezuela 3149, en Villa Martelli. En un segundo, todo es confusión. Ráfagas a ciegas, humo y pólvora, movimientos furtivos, el llanto de un niño. Cuatro miembros de un grupo de tareas asaltan el departamento a los tiros. Y aquí, en esta parte del relato, la versión se bifurca. Está la clásica, la más registrada por los investigadores: desde adentro responden el fuego como pueden, mientras en un rincón Ana María Lanzillotto protege con su cuerpo al pequeño José Urteaga, de apenas dos años. En la balacera caen tres hombres. Dos combatientes; un militar. Un combatiente es Benito Urteaga, el número 2 del PRT-ERP, la guerrilla marxista que se transformó para el Ejército en el principal objetivo por aniquilar. El militar es el capitán Juan Carlos Leonetti, que paga la imprudencia de encabezar el operativo con un balazo fatal. El otro caído es Mario Roberto Santucho, santiagueño de voz serena, líder de una generación rebelde que lo eligió como jefe de su revolución trunca. Restaban apenas unas horas para que partiera de viaje, rumbo a La Habana. Liliana, Ana María y José son secuestrados. Ellas, desde esa tarde, permanecen desaparecidas. José volverá con su familia dos meses más tarde. En el departamento quedan apenas huellas de ese final. En la habitación, un pasaporte falso, una valija preparada, una libreta de apuntes. La otra versión no difiere en lo sustancial. Un ex sargento que cumplía funciones en Campo de Mayo afirma haber escuchado que el comando aprovechó el factor sorpresa y redujo a todos en la casa antes de cualquier intento de defensa. Que los militares empujan a los combatientes hasta un rincón para palparlos de armas. Que antes de ser maniatados, los dos guerrilleros cruzan una mirada efímera. Un instante, apenas. Lo suficiente para concentrar en ella una decisión audaz. Una convicción profunda. No van a entregarse mansamente. Robi espera a que Leonetti se acerque para revisarlo, y entonces, en un segundo de distracción, le practica una toma que termina con el militar en el suelo y con el fusil en manos del guerrillero. Benito intenta lo propio, pero una balacera sepulta toda resistencia. Casi cuatro décadas después, no existen certezas sobre los caminos que condujeron al comando al departamento de Villa Martelli. Ni siquiera se sabe a ciencia cierta si estaba al tanto de la presencia de Santucho allí. Muchos de los protagonistas ya no están, pero aún sobreviven combatientes que siguen discutiendo hipótesis y acumulando conjeturas. Y persiste una serie de indicios que, quién sabe, podrían ocultar parte de una verdad pendiente...
(La nota completa en la edición N° 136 de Sudestada - marzo de 2015 )
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