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Contra Editorial

Nada de nada

"Nosotros los cantores tenemos que cantar lo que el pueblo siente y nos equivocamos muy a menudo, especialmente cuando nos sentimos vanguardia, la vanguardia es la clase obrera. No somos creadores, somos recreadores de lo que la gente siente y piensa, prendiendo el fuego, arreglando un zapato o creyendo en dios sin razones suficientes."

Alfredo Zitarrosa


Un pueblo se contrae de dolor, y la sangre que expulsa es el arte. El silencio gana las calles, la resignación golpea las puertas del barrio, el viento detiene su labor y duda. Todo parece, definitivamente, perdido. El artista, el refugio sensible de su gente, el mascarón de proa en el corazón de una nave que navega hacia mares desconocidos, se oculta en la vaguedad de lo abstracto, en el escondite de los pocos que lo reconocen. Nadie, en verdad, lo escucha. Un pueblo se contrae de dolor, y la sangre que pierde es un artista sin masa que camina en soledad, perdido, a la búsqueda, sin comprender. A veces confunde los caminos, a veces se traiciona sin darse cuenta, a veces se olvida de todo y se desvanece para siempre. El pueblo, que sufre de dolor, no lo extraña ya. El dolor es muy profundo. El silencio gana la batalla.

Pero a veces, muy de vez en cuando, los pueblos despiertan, lentamente, se desperezan y miran al sol con los ojos tibios. No entienden pero se buscan como dos amantes las bocas. Se buscan y se saben confundidos en un vendaval de viento, en un edificio con columnas gastadas y ventanas rotas, en un corazón que ahora palpita, que ahora se agita entre brazos y rostros que se cruzan en las calles. Son ellos, dice el artista, son ellos. Y entonces deja todo atrás, abandona su refugio y lo prende fuego, y se pierde en la multitud con su guitarra, con su pincel, con sus lápices y se hace artista. Ahora sí, es la voz de un pueblo que camina y que le susurra al oído las melodías de su cancionero, que le dicta palabra por palabra, las oraciones de su novela. Ahí está el artista, recreando una historia que le pasa por adelante y por los costados, que lo lleva y lo trae sin parar, que lo alegra y lo enfurece y lo emociona y lo conmueve y lo derrota y lo triunfa cada mañana. El artista encontró su lugar en la marcha presurosa de un pueblo que no expulsa su sangre, que la extiende por su venas hacia todos los corazones, que tira y tira para adelante, buscando. Buscando.

Hoy, que el silencio parece imponer su reglamento, la voz de los artistas se confunde con el murmullo de un colectivo al alejarse, con la voz gastada de los sicarios de la televisión, con la ruidosa ausencia de una multitud de víctimas que ya no cuentan con él para la batalla. ¿Se equivocan? Quién sabe, habría que ver cada caso, habría que detenerse a pensar pero..., no hay tiempo. El fuego se consume y la oscuridad de la resignación parece dispuesta a comerse cada pedazo de carne humana. Artistas, hermanos, no queda mucho tiempo, parecen decir esas voces que hoy no dicen nada. No se pierdan en la pesadumbre y sean la voz y la piel de un pueblo que ahora se contrae de dolor, pero que quiere buscar una salida, y la busca desesperadamente para explotar y cubrirlo todo de rebeldía.

Una melodía se vislumbra allá lejos, en el rojizo horizonte. Veremos entonces quiénes son capaces de escuchar el silbido lejano de un corazón que ahora exige, que ahora necesita, que ahora se contrae de dolor. Pero busca.

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.