Cuando la Unión Soviética comenzaba a proyectar su modelo de revolución bolchevique triunfante, él propuso que el socialismo en América no fuera calco ni copia. En vida fue resistido por los camaradas de la Internacional Comunista, que rechazaban su reivindicación del comunitarismo incaico. Vivió aquejado por enfermedades y perseguido por un régimen represivo, situaciones que enfrentó a fuerza de una voluntad inquebrantable. Su capacidad de creación intelectual fue heroica, como él mismo reclamaba. Con ustedes, el padre del marxismo latinoamericano.
El último año de vida de José Carlos Mariátegui es dramático para él y para quienes lo rodean. Postrado en silla de ruedas, con una pierna amputada y la otra atrofiada desde la infancia, su salud desmejora una vez más. Parece que esta vez será grave. Ya había orillado la muerte cinco años antes, cuando sacrificó la pierna derecha (su pierna "buena") para salvar su vida. Cuenta su amigo y colaborador, Alberto Bazán Velásquez, que, superado aquel momento límite, Mariátegui dijo: "En el instante más álgido de mi agonía yo sabía que no podía morir, que no moriría aún. Sabía que mi destino no estaba terminado y ello me daba una fuerza inaudita. Nuestras vidas son como las flechas que deben alcanzar necesariamente un blanco, y la mía no había llegado todavía al suyo". Su fuerza de voluntad, su compulsión al trabajo y su fe (porque Mariátegui, el padre del marxismo latinoamericano, era un hombre de fe) son admirables. Hasta el último momento intenta mantener su rutina, su trabajo y su activismo militante: despierta cada día entre las 6 y las 7 de la mañana, y a las 8 ya está en el estudio de su casa trabajando; por las tardes recibe a los camaradas, planifica sus próximas publicaciones y debate la realidad de Perú y el mundo con obreros e intelectuales.
Por esos meses van a apresarlo por segunda vez, clausurarán el periódico obrero Labor y recibirá malas noticias sobre el rechazo a sus postulados por parte del Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista, copado por dirigentes protoestalinistas, a quienes el peruano no les caía bien.
No son tiempos fáciles para Mariátegui, que intenta sostenerse activo a puro optimismo de la voluntad. Pero esta vez no va a resultarle. "Le veíamos decaer, perder su fuerza. En un momento dado, aumentaron extrañamente la palidez de su rostro y el brillo de sus ojos, si bien seguía acudiendo siempre infalible a la brega", relata Bazán.
La fiebre avanza durante los primeros días de un otoño de lluvias finas, monótonas, desesperantes. Anita se ocupa de los cuatro niños, de la casa, y de él. Anita es Anna Chiappe, su compañera de cada instante desde que se vieron, se gustaron y se casaron en Italia, una década atrás. "Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo", le escribió José Carlos en un poema publicado en 1926. Ya lisiado, necesitado de la asistencia permanente que la mujer le brinda, en la última estrofa esboza algo parecido a una disculpa, o agradecimiento: "Siento que la vida que te falta es la vida que me diste". La casa de la calle Washington, en Lima, se mantiene siempre plena, viva. Los niños pequeños corretean por el patio (el mayor, Sandro, tiene apenas 8 añitos), y cada día Anna recibe a los compañeros de la revista Amauta. Pero la enfermedad se agrava. Es abril de 1930. Mariátegui resiste, hasta que la fiebre se le vuelve insoportable y es trasladado a la Clínica Villarán para su internación.
El Amauta y los comunistas
No lo llamaban Amauta en vida, pero el apodo se convirtió en marca inseparable de su figura cuando la izquierda recuperó su legado, un par de décadas después de su muerte. Aunque para ello primero debieron fracasar las campañas de desprestigio de quienes eligieron subordinarse acríticamente a los lineamientos soviéticos, entre las décadas de 1930 y 1940, cuando el dogmatismo y el sectarismo que propalaba el régimen de Stalin ganó terreno a nivel internacional. Por esos años ya se hablaba de amautismo, a modo de descalificación de la obra teórica y política que emanaba de la revista que Mariátegui fundó en 1926. "Hay que acabar con el amautismo", solía decir Eudocio Ravines, el encargado de burocratizar el debate comunista en Perú. Pero en ese nombre, y en la identificación de Mariátegui con esa figura, hay una elección consciente que se refleja en el debate que tuvo lugar a la hora de registrar la marca de la revista. El amauta era el sabio, el maestro en el Perú de los incas. Alberto Bazán cuenta que fue el propio Mariátegui quien eligió el nombre, aunque Miguel Mazzeo, riguroso investigador de su obra, señala como quien trajo la propuesta a un pintor que participó desde los inicios del proyecto e ilustró las emblemáticas tapas de la revista con motivos indígenas, el peruano José Sabogal. Otro pintor, el argentino Emilio Pettoruti, dejó constancia en su correspondencia con Mariátegui del peso que tuvo esa elección para una publicación que en principio se iba a llamar Vanguardia o Adelante o Iniciación: "Lo del nombre de su revista me parece muy acertado, ya verá usted que se calmarán todos aquellos que nos han acusado de vanguardistas, de fumistas y extravagantes". Pero la definición más clara la da el propio Mariátegui, en una de las notas editoriales de 1928: "Empezamos por buscar su título en la tradición peruana. Tomamos una palabra incaica, para crearla de nuevo. Para que el Perú indio, la América indígena, sintieran que esta revista era suya".
Por las páginas de Amauta desfiló un surtido ecléctico de teóricos, políticos, literatos y artistas. Entre la crítica social y la crítica literaria, aparecerán los nombres del surrealista André Breton, el poeta Jean Cocteau, el católico liberal Miguel de Unamuno, Sigmund Freud, Rosa Luxemburgo, Gabriela Mistral, León Trotsky, Jorge Luis Borges y Vladimir Lenin. Era una revista única en su género, que integraba a las corrientes renovadoras de la cultura europea con el proceso de creciente protagonismo político y cultural de las clases populares en Latinoamérica. La diversidad de enfoques y la mezcla de disciplinas era premeditada. De esa forma, Mariátegui llevaba al marxismo a dialogar con la cultura de su época, desde el arte hasta el psicoanálisis; diálogos que serán comunes décadas más tarde, pero que resultaba extraño en los años veinte. Esa particularidad sería uno de los aspectos resistidos por las corrientes ortodoxas del marxismo, a cuyos miembros la idea les resultaba excesiva, complicada...
(La nota completa en Sudestada N° 132 - septiembre 2014)
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