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Maditos: Vasili Grossman

La despiadada verdad de la guerra

Apenas se presentó como voluntario para soldado raso, lo rechazaron. Las autoridades militares miraron despectivamente a aquel sujeto de 35 años que usaba lentes y parecía excedido de peso. Pero Grossman no se resignó y volvió a insistir: probó suerte en las oficinas del Estrella Roja, el diario oficial del ejército soviético. Allí sí fue admitido, pero como corresponsal en el frente de batalla. La guerra era una oportunidad para redimirse y otra para escapar del clima de persecución que se respiraba en cada espacio intelectual de Moscú en esa época. En marcha hacia el frente, viaja en tren hasta donde puede y luego sigue avanzando a pie sobre los rieles en plena oscuridad, rumbo a Gomel. Rumbo a las entrañas del infierno. "Soy como un niño en cuestiones de guerra", confesó admitiendo su ignorancia ante las estrategias bélicas y su dificultad para disciplinarse a las normas de la comandancia en materia de comunicación. De ese modo comenzó Grossman a caminar las trincheras de la Gran Guerra Patriótica: conversando con los soldados, ignorando los triunfalistas informes oficiales para detener su mirada en los pequeños detalles, en el rastro sensible de cada hombre en la batalla, buscando historias conmovedoras protagonizadas por jóvenes del pueblo, anotando con fidelidad la barbarie pero atento también a los escasos pliegues de belleza que de vez en cuando emergían en la resistencia contra los alemanes.

Para ganarse la confianza de sus testimoniantes, Vasili elige no tomar notas y apoyarse en su memoria para narrar episodios donde no es la imaginación la característica destacable, sino su sensibilidad. Como cuando registra la vida en las trincheras ("un olor que parece mezcla de una morgue y una herrería") o la epopeya de los aviadores de Ziabrowski, que resisten los embates de los cazas alemanes y desoyen los comentarios de sus jefes, quienes niegan la realidad aun cuando esa realidad vuela sobre sus cabezas, y los bombardea. Otra de las coberturas que acrecentaron su popularidad fue la que realizó sobre los francotiradores siberianos, el terror de toda la oficialidad alemana por su puntería letal. Uno de ellos en particular, Vasili Zaitzev, se transformaría a partir de esas crónicas en un símbolo nacional y su fama le permitiría al ejército rojo utilizar su historia como instrumento de propaganda. "Zaitsev es un hombre reservado, del que los soldados de su división dicen: ‘Nuestro Zaitzev es instruido y modesto. Ya ha matado a 225 alemanes'". Grossman construye, a partir de la semblanza de Zaitsev, una historia épica del francotirador que diezmaba a la infantería alemana y, cuando podía, se cargaba también a algunas mujeres rusas que colaboraban con el invasor. Pero del mismo modo, pinta un perfil popular, ajeno a la heroicidad opaca: el perfil de hombres comunes del pueblo que llegan a la guerra con sus modestas fuerzas, que se enfrentan a la adversidad y solo entonces comprueban habilidades que antes ni sospechaban. Pero no por eso olvidaban sus orígenes: aquella fascinación que sentían por acertarle un disparo al lobo que amenazaba su rebaño en el campo era la misma ahora cuando el que caía era un nazi.

Lentamente, sus crónicas ganaron popularidad entre los soldados, que se reunían de a grupos para escuchar a uno leer en voz alta esas historias que hablaban de ellos mismos, como reconoció más tarde el escritor y soldado Viktor Nékrasov: "Los periódicos con los artículos de Grossman eran leídos y releídos por nosotros hasta que quedaban hechos jirones". Ese reconocimiento significaba que su correspondencia no era interferida y que podía zafar de la censura con facilidad a partir de sus crónicas en las que daba cuenta del sentimiento patriótico, pero sin soslayar en ningún momento el aspecto humano en cada uno de los gestos de aquellos jóvenes decididos a entregar su vida por la defensa de su tierra. Incluso artículos donde abordaba temas conflictivos como la deserción y el colaboracionismo, o como aquel en el que da cuenta de un oficial soviético que desoye las órdenes de su superior para preservar la vida de sus hombres durante una ofensiva tanquista y consigue la victoria por seguir su instinto. Al mismo tiempo que es denunciado públicamente por su comisario político por insubordinación; en voz baja, el mismo comisario no puede evitar felicitarlo por defender su decisión en una instancia límite.

Stalingrado fue el corazón de la guerra y el corazón de Grossman. "Stalingrado ha ardido. Stalingrado ha sido incendiada. Stalingrado está en cenizas. Está muerta. La gente está en los sótanos. Todo ha ardido", anota. Desde el 14 de septiembre de 1942, cuando los alemanes se lanzan a la conquista de la ciudad, el pueblo de Stalingrado asume el protagonismo y cumple con la orden del ejército: resistir hasta el último hombre, resistir casa por casa, en cada esquina sin darle ni el más mínimo respiro al enemigo. Pagó un costo altísimo por esa decisión: dos millones de muertos, pero derrotó al nazismo e inició su largo camino rumbo a la derrota...

(La nota completa en Sudestada N° 132 - septiembre 2014)

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Autor

Hugo Montero