Una hora y media de charla con Juan Falú, el guitarrista creador y docente tucumano, puede ser un mapa: un recorrido por varias de las urgencias en políticas culturales, en el contexto del flamante Ministerio de Cultura de la Nación, quien celebró el año pasado cincuenta años con la música, analiza los desafíos que viven las nuevas generaciones del folklore y el tango por fuera del marketing trasnacional. Además, habla sobre la polémica que se desató en el verano torno al funcionamiento del Festival de Cosquín, y muestra qué otras propuestas pueden dar cobijo y reunir a los exponentes de la música popular del siglo.
Va probando, Juan Falú, cuando cae la noche. En su pequeño estudio de San Telmo, el guitarrista y creador tucumano larga el mate y pone play al programa digital con el que compone en su computadora. Arruga la nariz mientras escucha "este fiero sonido de máquina" del formato MIDI con el que el sistema lee el pentagrama virtual: es la nueva suite de cámara de Falú para guitarra, flauta y quinteto de cuerdas, con varios movimientos de ritmos argentinos: "Son estos: malambo, cueca, zamba, vidala, milonga, milonga canción y chacarera. Me lleva tiempo, eh. Lo hago a los ponchazos, a prueba y error", concede Falú arrastrando la voz y con su guitarra Estrada Gómez sobre las piernas. Con el mouse corrige unas notas en la pantalla y da play otra vez. "Va tomando forma la suite: estoy entusiasmado, porque hallé algo distinto dentro de lo que venía haciendo. Suena bien tradicional y a la vez me propone riesgos nuevos".
Así avanza Juan Falú. Desde los aires conocidos a las sonoridades y texturas que desafíen sus dedos guitarreros, sus desvelos a prueba y error, al rastro de senderos posibles para la música de raíz folklórica en roce con otras fronteras. Será lo clásico en él, o tendrán más dulzor tu-cumano todas sus melodías, inagotables por su vastedad. La cantante Liliana Herrero (cómplice de agites culturales y de vanguardias teñidas de amistad) fue una de las que enseñó esa obra a las nuevas generaciones al abordar a Falú en cada uno de discos. En el último, Maldigo, fue la "Milonga para la muerte"; antes "A puro fierro" y "Laurel", y más atrás "Zamba del arribeño" o "Zonko querido". Y así hasta las primeras melodías: las memorias de las que brotan las creaciones de Juan Falú. No sólo nacen de una elección estética en soledad, sino de un espesor ideológico compartido, para reconcebir las tradiciones con arraigo a cada región cultural, a sus paisajes, y aún más a las luchas de los hombres metidos allí dentro. En su historia colectiva.
La suite inédita es apenas uno entre los incontables proyectos que trama el hacedor tucumano, bien
lejos de toda seriedad. La noche también convida una copa de vino, más música y recuerdos: en 2013, Falú presentó tres discos a modo de celebración de sus 50 años con la música: el doble Zonko Querido, Ronda de los amigos y En vivo (1995-2012). Con nombres en cruce de los amigos, compañeros, colegas. Son, además, tres momentos ineludibles para ver las diversas concepciones de la guitarra de Falú dentro del país, tanto como en Francia o allá en Brasil Allí vivió exiliado en los 70 tras lograr escapar de la dictadura: la misma que en el Tucumán de Antonio Bussi asesinó a su hermano Lucho. A su regreso, en los 80, Juan Falú, no ejerció más como psicólogo (su profesión desde una década atrás): en de nuevo en Buenos Aires, reafirmó su visión de gestor cultural, no frenó de componer y se transformó en uno de los puentes sonoros a la raíz y a lo que vendrá.
En la mirada de los otros, la celebración es también por sus treinta años como docente y militante cultural. En 2003, en el Conservatorio de Música Manuel de Falla del barrio de Once (que atraviesa serias condiciones edilicias y de desfinanciamiento a cargo del Gobierno del PRO), Juan Falú creó junto a la profesora Marta Sima -y a otros colegas- la Carrera Superior de Tango y Folklore, que permitió que los músicos nacientes aprendieran instrumentos y teoría no sólo bajo los cánones clásicos. Hace un año y medio que ya no está a cargo pero asiste como docente, y también dirige la nueva Diplomatura en Música Argentina de la Universidad de San Martín. Desde esos frentes, Falú atesora una mirada global sobre las estéticas que se están gestando en pleno siglo xxi. "Me consta, porque lo veo a diario. Hay una camada de músicos muy integrada a las creaciones y a las estéticas de varias generaciones atrás, con gran musicalidad y conocimiento del folklore", acentúa Falú en tono rugoso, mientras apaga la computadora y apoya la guitarra en su pie. "Hay personas concretas que pueden llegar a transformar el panorama, como Juan Quintero o Carlos El Negro Aguirre, porque es muy poderoso lo que emana de ellos. Y hay muchos jóvenes con el talento, la vocación y la energía para consolidar ese espacio. Es muy completo lo que está pasando".
Los desafíos, a la hora de pensar en la promoción de políticas y acciones que afiancen ese traspaso generacional en la difusión de las músicas argentinas -por fuera del marketing trasnacional- se abren al plano territorial como interrogaciones, o anhelos, ahora que Teresa Parodi ocupa el cargo de Ministra de Cultura. La correntina tendrá una gestión corta -no más de un año y medio-, pero las expectativas son comunes a todo el campo artístico. ¿Qué transformaciones pendientes y urgentes podrá generar? ¿Con qué márgenes de acción logrará contar en esta coyuntura política y económica?
Juan Falú piensa unos segundos, devuelve el mate y coteja: "Teresa Parodi tiene una posición ideológica y un compromiso social y militante. Puede desempeñar un rol en el campo cultural porque tiene una mirada preocupada y esperanzada del país. Ha reunido vivencias, en muchos años, para comprender el fluir permanente entre las tradiciones y las nuevas creaciones en la cultura. A veces uno desconfía del artista en la política, porque parece más bien como figura de salvación electoral, pero eso ocurrió mucho en los noventa. En muchos casos, fueron artistas sin pergaminos políticos, algo que tenía que ver con una desvalorización de la política. Pero la política puesta en valor obliga a pensar también políticamente y a valorar a aquel que tenga un pensamiento político. Y a veces los artistas lo tenemos".
(La nota completa en Sudestada N° 131 - agosto de 2014)
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