Otra vez, los zapatistas transforman una tristeza en un profundo episodio simbólico. El asesinato de un compañero determinó el anunció menos esperado: la despedida del Insurgente Marcos, y el nacimiento del subcomandante Galeano. Otra vez, Chiapas como escenario de una metamorfosis silenciosa: la de un pueblo que persiste (con sus tiempos y su estilo) en la lucha por defender las conquistas de los más postergados por el capitalismo mexicano.
"Lo que pasa es que lo eterno,
no es de nosotros"
(Santiago Feliú, Náuseas de fin de siglo)
No se fue silbando bajito. Dejó de existir como es ley entre las y los zapatistas: en medio de un multitudinario acto donde la muerte individual cedió paso a la celebración colectiva de la vida digna. El Subcomandante Insurgente Marcos ya no está más entre nosotros. "No habrá funerales, ni honores, ni estatuas, ni museos, ni premios, ni nada de lo que el sistema hace para promover el culto al individuo y para menospreciar al colectivo", balbuceó el muerto antes de expirar el último soplo. El suyo fue un sepelio signado por el dolor y la rabia que generó el cobarde asesinato del maestro votán (guardián) Galeano. Pero como de costumbre, el zapatismo ha sabido transformar momentos dramáticos como este, en puntos de bifurcación que siempre han implicado el despliegue de nuevas apuestas políticas, a través de las cuales salir fortalecidos a pesar del golpe recibido. Es que a diferencia de la vieja izquierda, su propósito no ha sido jamás "aprovechar" la coyuntura, sino crear una nueva. La desaparición de Marcos apunta precisamente a inaugurar una fase de lucha donde las referencialidades individuales (así sean las que remiten a las vocerías de las comunidades en resistencia) pierden peso en función del fortalecimiento del mando colectivo de las autoridades civiles zapatistas.
De bautismos de fuego al estorbo
¿Pero cuándo nacieron Marcos (el que dejó de existir el 25 de mayo en la Selva Lacandona) y Galeano (el caído en ese mismo territorio el 2 de mayo a manos de las balas paramilitares)? Según cuentan en tierras rebeldes, el primero fue parido al calor de ese inolvidable año nuevo de 1994 en el que miles de insurgentes del EZLN ocuparon, al grito de "¡Ya Basta!", las principales cabeceras municipales de Chiapas. Muchos y muchas fueron los que, en medio de esa intensa guerra, optaron por rebautizarse con nombres de compañeros caídos, o bien nacer a la lucha con máscaras de hermanos nuestroamericanos que merecían estar presentes en esos días y noches de un enero tan particular. De acuerdo con el relato dado por el propio Sub, "en la organización político-militar de la que veníamos, se tenía la costumbre de no dejar que los compañeros murieran, y la forma de mantenerlos vivos era tomando el nombre del que había caído". Es así como en aquel contexto de levantamiento armado decide autodenominarse Marcos, para rescatar de la muerte a quien le había dado clases de Historia durante sus años de militancia clandestina. Entre esa maraña de indígenas encapuchados, al parecer también se encontraba el joven José Luis Solís López, quien con el transcurrir del tiempo y en homenaje al escritor rioplatense de Las venas abiertas de América Latina, optará por llamarse Galeano. Ambos actos buscaron, al decir de Walter Benjamin, "adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro".
Desde ese entonces, José Luis se abocó, al igual que otros cientos de insurgentes, milicianos y bases de apoyo, a la construcción de la autonomía civil en los territorios zapatistas, mientras que el Subcomandante Marcos comenzó a fungir, en ese tránsito del fuego a la palabra, de vocero de las comunidades indígenas, elaborando documentos y comunicados que permitieran "traducir" la cosmovisión y los anhelos de los hombres y mujeres del color de la tierra hacia el exterior, oficiando de una suerte de "puente" entre ellos y la sociedad civil nacional e internacional. Pero este rol fue deviniendo cada vez más en una distracción. El racismo y la mirada obtusa llevaban a que no sólo los medios hegemónicos de comunicación y el mal gobierno vieran en él la encarnación y síntesis de la autoridad zapatista, sino que incluso muchos de quienes se decían de izquierda fetichizaran a este personaje hasta convertirlo en algo demasiado parecido a una figura rockstar.
Así nació el mito-Marcos, icono de infinidad de resistencias altermundistas y de la cultura juvenil contestataria. Pero resultaba que para los de arriba (y también, trágicamente, para no pocos de aquellos que presumían mirar el devenir del EZLN desde el abajo) poco importaban quiénes habían dado vida y sentido a este personaje enmascarado. Las comunidades indígenas en resistencia quedaban opacadas, siendo sus múltiples proyectos prefigurativos, sus embriones de poder popular y de autonomía territorial -en materia de salud, producción cooperativa, educación, culturas, agroecología, géneros, comunicación y ejercicio del autogobierno- un mero complemento residual y pintoresco de los comunicados, poemas y cartas escritas por el Sub. De esta manera, la pluriversidad zapatista era por lo general subsumida a la puesta en escena del pasamontañas y la pipa, así como a un conjunto de epístolas sarcásticas surgidas de la pluma individual de un mestizo de clase media y origen urbano. Flaco favor se le hacía al sentido común dominante al leer en esta clave el complejo e inédito proceso abierto por el zapatismo.
(La nota completa en Sudestada N° 131 - agosto de 2014)
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