Consumir: parece que al fin dimos con el verbo con el que se conjuga la felicidad. Cantidad de autos vendidos, acumulación de gastos en vacaciones, kilos de carne de cerdo per cápita. Cifras, más cifras. Estadísticas que miden la capacidad de consumir puestas en relación con la dicha personal. La provisión y la abundancia como trazo existencial. El número de cabezas, como cuando se mide la cantidad de vacas en un campo.
No creo que el consumo sea una práctica liberadora. No hay modo de que lo sea. Su principio es el movimiento rectilíneo uniforme. El mismo para todos: el deseo debe fluir en torno a diferentes objetos ofrecidos en el mercado. Nada debe detener esta cópula. Pero los objetos vencen, se hacen viejos. Entonces más, otros, novedad tras novedad. Uniformidad en la elección que parece haber sido tomada de un modo autónomo. Todos tenemos más o menos lo mismo, todos vamos más o menos al mismo lugar a buscar lo que el mundo nos debe para estar completos. Una única fila, con apariencias de variación de acuerdo con la clase social: aquí y allá el cable, el celular, las zapatillas, la ropa de marca (el cocodrilo en la remera fina y en el pecho de los Guachiturros). ¿Diferencias? Sí: no es lo mismo la Pelopincho en el patio que las playas del Caribe. Ese no es el problema. La cuestión es la intervención política sobre los deseos, lo mismo arriba y abajo. Intervención indirecta, no represiva, de decir sí. Lógica de a uno y disolución del plano colectivo, en nombre de lo colectivo del consumo de a uno. Lo mercantil desagrega cuando la voluntad de consumo se vuelve una calle de dirección única. Lo que aparece como liberador en los más pobres, puesto bajo un único diagrama de acumulación, es la llave para abrir la puerta de ingreso a la seducción del mercado.
Mercado es amplio; lo tomo aquí en parte de su geografía: shopping, mall y mercado callejero contemporáneo.
El shopping de Ezeiza es un efecto de los countries de la ruta 52. Estos, una cicatriz de los años noventa: convencimiento liberal de suburbios con césped, pequeños paraísos de 500 metros cuadrados a menos de cuarenta minutos del centro, seguridad y club house para días lluviosos. En general, terrenos yermos con árboles recién plantados. El shopping se abrió con pretensiones cardinales (inventar el norte en la zona sur: ser como Pilar) y tuvo en los comienzos un cierto desacople con la zona: familias numerosas de Ezeiza caminaban por los pasillos, los locales sin gente y la seguridad en atenta vigilancia de clase...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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