Entre tantas dudas e incertidumbres que manejamos como herramientas cotidianas en nuestra redacción, podemos decir que también contamos con algunas certezas. Mínimas, pero imprescindibles. Para empezar, sabemos qué no es cultura: cultura no es un museo vacío de gente joven, una obra de teatro "independiente", que reproduce muchas veces los vicios de las grandes compañías, un grupo de amigos de un funcionario que se sacaron la grande y reparten subsidios a otros amigos, un puñado de periodistas y artistas huecos de talento, pero siempre bien acomodados... y la lista sigue.
Bien, algunas cerezas tenemos. Luego de leer las declaraciones de secretario de Cultura de La Nación, el "socialista potable" Torcuato Di Tella, algunas cosas se nos escapan. Más allá de la declaración entra soberbia y lastimosa de "la cultura no tiene prioridad para el Gobierno ni para mí", la cuestión que nos impresiona es el concepto de cultura, su utilización y el manejo de sus instrumentos.
Para el Secretario, y para gran parte del país, la cultura es cuestión de unos pocos. Ese pequeño porcentaje de personas que asisten a los museos, al Colón o va a una muestra en alguna galería son los que, en palabras de las autoridades, mantienen la cultura. Lo que sucede en los "grandes recintos del arte" es lo que debe ser llamado cultura. Eso es lo que preocupa a los funcionarios, en las grandes marquesinas, en los grandes eventos, a los que la mayoría somos ajenos, por cuestiones de "intereses".
Que nadie se confunda, no estamos pidiendo participar, estamos reclamando coherencia. No se entiende que la falta de prioridad se lleve cuantiosos presupuestos para que unos pocos sigan disfrutando de los beneficios de lo que llaman "una actitud cultural".
Para el secretario de cultura en el país "la gente realmente culta es el 3 por ciento de la población; es decir, algo así como 1.200.000 personas. Si sacamos a los menores de edad tenemos un núcleo duro de personas que se interesan por la cultura, que suman un total de 800.000 personas". El resto del país, se entiende, siguiendo la lógica del funcionario, no tiene contacto con la cultura, vive fuera de ella, alejados de ella. Mientras desde la secretaría llevan a los barrios más humildes orquestas y músicos (con la misma visión de bajar al pueblo lo que se debe llamar cultura y lo que no) se sigue entregando presupuesto a organismos totalmente burocráticos, vacíos de gente, más cerca de los negocios de algunos vivos de turno que a los órganos encargados de valorizar la cultura de un país. Si bien en la actualidad se destina el 0,17 por ciento del presupuesto nacional a cultura, la cifra alcanza para engordar algunas billeteras.
Durante años se utilizó la cultura y sus actividades para fines non santos, sobre todo para lanzar o mantener alguna carrera política (la Capital Federal es un ejemplo bastante claro) o lavar las culpas de alguna empresa.
También se la usó para hacer la "caja chica", y por años nadie controló los gastos de estos organismos. Pero la cultura es más que eso. Es un espacio de resistencia, de creación constante. En cada barrio existen las condiciones de generar proyectos culturales independientes, donde no necesitan "secretarías", necesitan apoyo, difusión, trabajo, manos de sus propios vecinos. No hay que llevar la cultura, hay que buscarla y potenciarla. Ese es el papel del Estado, abrir los caminos, para todos los que tengan algo que decir.
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