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Sobre el libro Se Trata de nosotras

Los cuerpos como mercancías

El negocio detrás de las sombras. Mecanismos, roles y explotación a partir de redes de trata de personas cada vez más expandidas, sustentadas por la complicidad policial y la indiferencia estatal. Un ensayo de Torres Cárdenas, como adelanto del imprescindible libro Se trata de nosotras, de reciente publicación.

Hace muchos años, cuando comencé mi práctica profesional como psicoanalista, conocí a una joven de apenas 14 años que había podido escapar de una red de trata. Para ese entonces, el problema no era difundido y nombrado como tal. Sólo mucho tiempo después entendí que el horror que había escuchado de boca de esa joven era ni más ni menos que explotación sexual.
La primera vez que asistí a una capacitación sobre la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, recordé y resignifiqué la historia de esta joven: la entrega, el traslado, el encierro, la preparación, y el abuso y la explotación de su cuerpo y de su psique. Ya no pude recorrer las rutas de nuestro país sin mirar a los costados y saber que en esas casitas precarias llamadas whisquerías, alguna o muchas mujeres eran víctimas de este flagelo.

Es de suma importancia entender que aquello que no se nombra, no existe. Plantear las cosas por su nombre no sólo permite accionar en el campo de las políticas públicas y de la implementación de justicia, sino que reclama imperiosamente la atención y preparación de las personas a quienes nos toca la enorme responsabilidad de acompañar y asistir a las víctimas de este negociado.

Mitos que avalan el consumo

A lo largo de la historia, se han reproducido y naturalizado estereotipos y prejuicios que refuerzan las desigualdades de género: el hombre fuerte y poderoso y la mujer sumisa y complaciente son algunos ejemplos. En tanto vivimos en un mundo que se instituye como un campo discursivo, las producciones imaginarias que circulan en cada época determinan modos de ser y de hacer, generando al mismo tiempo campos y prácticas que los sostienen y por los que circula el poder de manera desigual.

En ese contexto, toda demostración de afecto o sensibilidad en los varones muchas veces es contenida y remplazada por expresiones de frialdad e incluso de agresividad. Allí se insertan los cuerpos de las mujeres como posibles objetos de ser consumidos y mercantilizados, donde el afecto no circula. Cuerpos que son nombrados como una cosa que es posible mirar, tocar y, en muchos casos, comprar y abusar.

Aquí entra a jugar el mito o representación social de la "necesidad" sexual del hombre. Totalmente desligado del deseo, aparece relacionado con un instinto irrefrenable de descarga donde libera ansiedades y preocupaciones. Este imaginario compartido socialmente justifica y naturaliza que los hombres reclamen a las mujeres el territorio de su cuerpo, ya sea en el plano de una pareja o que paguen por sexo (o mejor dicho, alquilen un cuerpo para su satisfacción). La violencia sexual con un partenaire o el prostituir a las mujeres aparece como la voluntad de dominio en el plano sexual, muchas veces justificado por el fantasma masculino según el cual una mujer goza cuando la violentan. "Cuando dice no, es sí", "les gusta hacerse las difíciles", "dicen una cosa, pero en realidad quieren otra" son expresiones comunes que justifican este avasallamiento.

Lo que no se nombra, y queda por fuera de todo discurso y de existencia, es el erotismo de las mujeres: sus deseos, fantasías, incluso su cuerpo como sede de goce. Así, por una imaginaria complementariedad, quedan ubicadas en el rol de satisfacer esta perentoria "necesidad" sexual masculina; entonces, acompañando este lugar, aparece la sumisión, un rasgo que se atribuye históricamente a la estofa del "ser" mujer.
Este imaginario presenta dos caras: aquella que justifica el avasallamiento de los hombres sobre los cuerpos de las mujeres en pos de una irrefrenable necesidad, y la que deja por fuera los deseos de las mujeres (especialmente en el terreno sexual) para dar lugar al rol de complacer al hombre. Aquí es importante destacar que estos atributos son significaciones imaginarias compartidas y no un destino biológico referido al género. Sin embargo, es a partir de estos mitos desde donde la explotación sexual de las mujeres y su consumo quedan justificados y hasta avalados por gran parte de la sociedad.

El papel del cliente

La demanda es una de las principales causas para que exista el negocio de la trata con fines de explotación sexual. Sin embargo, el cliente o prostituidor es uno de los personajes más invisibilizados de este complejo entramado delictivo.

¿Qué lleva a un hombre a pagar por tener sexo con una mujer? ¿Qué mecanismos se ponen en juego? ¿Es posible que no sepan que estas mujeres son víctimas, esclavas de este negocio?
Una respuesta a estos interrogantes se encuentra en lo que Colette Soler define como el mecanismo de "hacer recaer una negación sobre el partenaire" ubicándola en el lugar de objeto. Así, disocia cuerpo y persona, renegando de esta última y poniendo ese cuerpo al servicio de su propio placer. El dinero garantizará que el deseo y la voluntad de la mujer queden silenciados.

Este mecanismo tiene también la función de dejar por fuera sus propias limitaciones subjetivas. Encontrarse con el deseo de una mujer supone confrontarse con deseos y carencias. Freud lo denominó "impotencia psíquica": "La vida erótica de estos individuos permanece disociada en dos direcciones: si aman a una mujer, no la desean, y si la desean, no pueden amarla".
Muchas veces, el consumo de prostitución se relaciona con la incapacidad para confrontar con lo femenino. Dificultades para relacionarse, abstinencia y disfunciones sexuales, misoginia -entre otras causales- quedan veladas bajo el manto de "quien tiene el dinero, tiene el poder". Poder que no se ejerce sobre cualquier mujer, sino sobre aquellas que se consideran como objetos dadores de placer. Al decir de Freud: "Personas en quienes la corriente tierna y la sensual no han confluido cabalmente una en la otra casi siempre tienen una vida amorosa poco refinada; en ellas se han conservado metas sexuales perversas cuyo incumplimiento es sentido como una sensible pérdida de placer, pero cuyo cumplimiento sólo aparece como posible en el objeto sexual degradado, menospreciado".
Una de las cuestiones más llamativas es que muchos hombres alegan no saber que están con mujeres víctimas de trata. El cliente/prostituidor reclama sometimiento: silencio a los cuerpos y al deseo de las mujeres.

De esta manera, se efectiviza, al decir de Foucault, que las relaciones de poder penetren en los cuerpos naturalizando la falacia de que el rol de la mujer es complacer al hombre e invisibilizando lo traumático de la escena en la que los hombres realizan sus fantasías sobre el cuerpo de las mujeres.
Una campaña española arrojaba luz a este asunto con una frase que resultaba contundente: "No compras sexo, compras vidas" dando cuenta de la violencia que supone este acto. Es decir, no es que pagan por un servicio: consumen mujeres, las consumen.

(La nota completa en Sudestada nº 121, agosto de 2013)

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Autor

Mariana Torres Cárdena