Contra los prejuicios que impone la televisión, Villa 31. Historia de un amor invisible es una novela de ficción que ofrece una visión alternativa de un barrio emblemático. Su autor, Demián Konfino, da cuenta de la indignación de la gente cuando se topa con el estigma y de un entramado solidario que respira en los pasillos de una villa, a la vista de todos aquellos interesados en observarla en profundidad. Y explica por qué a los vecinos de la 31 no les gusta nada Elefante Blanco, la última película de Darín y Trapero.
Hay una asamblea de vecinos interrumpida por un entrevero de perros peleándose. Hay un barrio que despierta, una serie de pasillos de barro que se llenan de la procesión de guardapolvos blancos, de laburantes con su bolso al hombro, de negocios que levantan sus rústicas persianas. Hay competencia en cada esquina cuando, por la tarde, los bafles se acomodan en las ventanas y de allí pujan por hacerse oír el reguetón, la cumbia romántica, la cueca y el rocanrol. Hay gritos y risas de sábado a la tarde, en los picados de fútbol, en el voley de los paraguayos, en la soga que saltan las nenas. Hay problemas, claro, las cloacas que no están, las viviendas, las conexiones eléctricas truchas, la falta de documentación, la droga, los punteros, la policía y su "gatillo fácil", las ambulancias que no quieren entrar, el anhelo de una urbanización que no llega nunca. Pero hay, también, una historia de amor que nace en el comedor solidario a cargo de una salteña de ojos tristes, cuando comparte el mate con el misterio de un peruano con pasado guerrillero y tristezas de derrota lacerando su biografía de exiliado.
La ficción es el camino elegido por Demián Konfino para presentar batalla a un ejército de prejuicios, estigmas y lugares comunes que tapan una visión objetiva de la vida cotidiana en Villa 31, uno de los barrios emblemáticos y multitudinarios de la ciudad de Buenos Aires. Lejos del recurso fácil de la crónica policial, lejos también del recorte sesgado y tergiversado que intenta caracterizar a la villa como aguantadero social, Konfino dibuja una historia de amor que germina entre techos de chapa y juntadas de vecinos solidarios.
"No hay muchas novelas que transcurran íntegramente en villas, o en barrios populares. Hay que remitirse a Bernardo Verbitsky con su novela Villa Miseria también es América. Lo que existe apunta hacia otro lugar, como lo que hace Cristian Alarcón: hacia lo policial, donde se nota que hay conocimiento de las barriadas pero siempre desde un perfil en el que sobresale la cultura del pibe chorro, la cuestión de los ritos religiosos, el tema del narcotráfico. Cuando empecé a pensar la novela, intenté reflejar todo lo otro: la cotidianeidad, los comercios, los ritos religiosos de América Latina. Con muchos compañeros estuvimos discutiendo Elefante Blanco. Un vecino de la villa que vio la película se preguntaba cómo era posible que no apareciera nunca una canchita de fútbol; porque si hay algo que define la identidad de la villa es la canchita de fútbol. Entonces intenté ir contra la figura de la villa como aguantadero, como lugar oscuro... Los pibes a las 11 de la noche ganan las calles, por ejemplo. Están dando vueltas, y eso no pasa en otros barrios, donde todos se encierran tras las rejas. Hay cosas muy interesantes para resaltar que difieren en algunas cosas de lo que pasa en otros barrios. Cuando sucede una muerte, por ejemplo, se hace una vaquita entre todos para conseguir que se pueda trasladar al deudo hasta el lugar de origen o velarlo: existen lazos de solidaridad que andá vos a pedirle algo a tu vecino del departamento de arriba... Tocá puerta por puerta y nadie te va a ayudar", señala Konfino, militante en la villa desde 2006 con su agrupación Los invisibles.
-¿Por qué te parece que persiste esa ausencia de un registro literario acerca de la villa, más allá de las dificultades que puedan existir para que surja un pibe que escriba cuentos o novelas desde allí?
-Está muy firme el estereotipo del villero pibe chorro y violento y la villa resumida en cocina de narcos, aguantadero y armas. Un caso es Elefante Blanco, y encima te lo refuerzan con Ricardo Darín y con Pablo Trapero -que tiene cierto prestigio-, que te dicen: "esto es verdad" y "así vive esta gente". Ya al arranque de la película, la primera imagen de la villa es cuando llega el cura francés y no puede dormir porque escucha balazos en la noche. Es muy difícil luchar contra una película así. Si a eso le sumás lo que se ve en televisión, esos programas de América 2 donde siempre se agarran a trompadas y todos están dados vuelta, es una lucha muy desigual. Pero hay que encararla porque todo lo otro existe y hay que dar esa otra mirada. Que llegue a los que llegue, pero que vaya penetrando de a poco.
-¿Qué prejuicios te fuiste sacando de encima vos con tu trabajo en la villa?
-Lo primero que descubrí es que se trataba de un barrio como cualquier otro, parecido a los del interior del país. Con sus calles de tierra, con sus zonas comerciales, y lo asemejo más al interior justamente porque está menos urbanizado y tiene construcciones mucho más precarias. Después comprobé que no tienen nada de desorganizados: tenés consultorios odontológicos, ferreterías, mercados, carnicerías, todo lo que tiene cualquier barrio. De hecho, es algo que a los que recién llegan les llama la atención. Después, en siete años que llevo militando en el barrio, no tuve ningún tipo de episodio de violencia. Aisladamente a algún compañero le intentaron arrebatar algo pero como sucede en cualquier lugar. Por eso te genera impotencia cuando está tan establecida la imagen de que es un lugar de mierda, que no podés caminar, porque es todo lo contrario. A nosotros lo primero que nos pasa es que en el barrio tenemos absoluta seguridad, y eso que uno cuando recién llega va mirando un poco para todos lados, por las dudas, por todo eso, porque todo el tiempo tenés el prejuicio encima que te dice que es peligroso. La verdad es que andamos con mucha tranquilidad.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 114 - noviembre 2012)
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