Fue la revuelta de las consignas inconclusas: ni "Argentinazo", ni "que se vayan todos", ni "piquete y cacerola". Sin embargo, nos dejó algo muy profundo. ¿Qué nos dicen los muertos del 19 y 20? Una resistencia callejera heroica, que supo desbordar a la Policía Federal, que superó los planes conspirativos del PJ y abrió una nueva etapa en la política y economía argentinas. Opinan Hernán López Echagüe, Atilio Borón, Guillermo Almeyra, Fernando D'Addario y Luciano Schillaci (SIMECA)
1. Carlos Petete Almirón (24) era uno de esos pibes que sienten culpa por dormir con frazada en invierno y comer dos veces al día. Tal vez por eso estaba tan flaco. El 19 se despidió de su mamá, Marta, que le dijo que se cuidara, como tantas otras veces en los últimos años de su militancia social. El 20 por la tarde, en Bernardo de Irigoyen y Av. de Mayo, un policía de la Fuerza 2 del Cuerpo de Operaciones Federales, al mando del subcomisario Weber, descargó su arma no reglamentaria en el pecho de Petete. Fue el mismo grupo que asesinó a Gastón Riva (30) y a Diego Lamagna (26) ese mismo día. Tiempo después, durante el gobierno de Néstor Kirchner, Weber fue ascendido a comisario. El cuerpo de Petete, aún con vida, fue llevado por la gente hasta Hipólito Yrigoyen, donde pasaban las ambulancias, y luego fue trasladado hasta el Hospital Argerich. A eso de las 19, en medio de los festejos, un compañero de Petete que no podía festejar se comunicó con la madre para decirle que su hijo estaba muy grave. Petete siguió luchando, pasó la primera operación pero no la segunda. Extrañamente, la pueblada del 20 de diciembre nos dejó un sabor a victoria y, a la vez, a derrota. Los responsables de los 39 muertos en todo el país siguen libres, y a la sociedad no parece importarle demasiado. Marta reflexiona: "Decían 'que se vayan todos'... y están todos menos los que murieron". Pero algo más dejó Petete en su batalla, algo más portaban sus piedras, la semilla que crece en el subsuelo de un pueblo tan ardiente como complejo.
2. Los hormigueros empezaron a explotar el 12 de diciembre. El pueblo trabajador, que atravesaba una de las peores crisis económicas, decidió no quedarse en su casa mirando el plato vacío, como le habían querido enseñar desde los años de terrorismo de Estado, sino salir a las calles. En malón, los pobres del conurbano se dispusieron a asaltar el monopolio comercial de los hipermercados. De todas formas, allí donde los desocupados estaban mejor organizados, fue donde se registró la menor cantidad de saqueos a comercios y el reparto más organizado de la mercadería.
En ese clima social, nació la revuelta popular que produjo un cambio histórico en el país. Duró 24 horas, del 19 al 20, y concluyó con la renuncia del gobierno aliancista. Según testimonios y cálculos estimativos, se podría decir que el 19 al atardecer, tras el anuncio del estado de sitio por parte del presidente Fernando De la Rúa, unas 200 mil personas se movilizaron como torrente desde los barrios para congregarse en torno a la Casa Rosada y al Congreso Nacional, estableciendo un corredor permanente entre uno y otro edificio. La clase media argentina, trabajadores que veían perder los ahorros de toda la vida, indemnizaciones de una década infame atrapadas en las cajas de los bancos, dieron al proceso de puebladas un carácter dinámico y profundo.
Pero la movilización fue mucho más grande: en cada barrio de la Capital, en la quinta de Olivos y casas de funcionarios, los vecinos encendieron fogatas e hicieron sonar las cacerolas. En total, unas 800 mil personas se habrían movilizado y protestado con fuerza el 19.
Era medianoche y De la Rúa no sabía todavía cómo apaciguar el fuego del pueblo, que parecía seguir creciendo. Entregó la cabeza del ministro de Economía, Domingo Cavallo, pero la gente seguía allí. Frunció el ceño, revisó el manual del represor, una costumbre radical desde la Patagonia Trágica, y encendió la máquina policial. Fue el mayor despliegue represivo desde el inicio de la democracia, que incluyó el uso de gases lacrimógenos con fecha de vencimiento de 1983, balas de goma y algunas de plomo, una de las cuales impactó contra Jorge Cárdenas (52) en las escalinatas del Congreso, quien falleció meses después. A partir de las 2 de la mañana, el grueso de la gente se empezó a retirar a sus casas, pero quedó un sector considerable, unas 30 mil personas, con mucha bronca, enfrentando a la policía con piedras, rompiendo e incendiando símbolos del neoliberalismo como bancos, locales de Mc Donald's, empresas privatizadas, etc., durante toda la noche hasta eso de las 6 de la madrugada. Todavía se escuchaban ruidos de cacerolas.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 105 - diciembre 2011)
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