Con discos recién editados, la chica de la guitarra de siete cuerdas y el pianista y arreglador se detienen a repasar sus caminos dentro de la escena independiente. También reviven anhelos musicales y trazan las dificultades que afrontan los artistas en una ciudad donde las razones de mercado siguen derramándose en la cultura.
Las sombras se alejan del mediodía porteño: adentro del bar en Rivadavia y Avenida La Plata, bajo la luz tenue, Cecilia Zabala y Diego Penelas se reconocen -los ojos, los gestos, esas sombras- y empiezan a recordar aquello que los desvela, los reúne, de las canciones de cada uno a los deseos en nuevos terrenos sonoros. Y el espiral de imágenes del dúo musical que quizá, a modo de remanso, vuelvan a tramar alguna vez: dos compositores y cancionistas de Buenos Aires con largos años de desarrollo independiente.
Penelas, desde el piano y la guitarra (que toca al revés y sin dar vuelta las cuerdas, en una técnica intransferible), y esas marcas de sutileza que plasma también como arreglador de otros solistas o con sus músicas para teatro -varias junto a Alejandro Tantanian- editó en 2011 su primer disco solista con el Diego Penelas Trío, En la espalda de los días: un trabajo entre el jazz, el rock y la sensibilidad de cámara, reunidos en su voz liviana pero sustancial, y las melodías que nacieron al piano y se entramaron a las texturas y las voces de Diego Martínez (bajo) y Rodrigo Quirós (batería).
No tan lejos quedan los caminos de Cecilia Zabala: cantante y guitarrista de formación académica y selecto repertorio popular, logró con el tiempo y la lucha autogestiva proyectarse en escenarios del país y recorrer muchos otros de Europa. Hace apenas unos meses editó Presente Infinito, su tercer disco solista, con una impronta melódica cada vez más íntima, sin rótulos, y letras susurrantes escritas al calor de su guitarra de siete cuerdas.
"Yo esencialmente me sostengo con la viola y la voz", dice Zabala, divisando recuerdos mientras Diego Penelas demora su té de hierbas para escucharla: ella celebra a su banda (Eliana Liuni en vientos, arpa de boca y serrucho; Mario Gusso en batería y percusión, Mariano Martos en bajo) "por transformar la guitarra-voz en una música nueva. Ellos colorean esa esencia. Algunos temas fueron pensados para guitarra sola, como ‘Reflejo de arena y sal' -con música de Pierre Bensusan- o por ahí ‘Coming Home', que tuvo mil versiones hasta hallar la más querida. Y ‘Obrador', que armé a partir de una letra de Gabo Ferro, ya traía la intervención de la banda. El otro extremo es ‘Solsticio', con letra de Adrián Abonizio, que directamente armamos entre todos".
-Diego, ¿vos trabajás de la misma manera con el trío?
-No, justamente, para el disco En la espalda de los días el formato de trío nació a la par de las canciones. Yo se las llevaba a Guido y a Rodrigo, con las letras a medio hacer, las tarareaba y armábamos los arreglos juntos. Los dos tienen una cabeza muy abierta: con Guido era nuestro primer trabajo; ya lo conocía por sus arreglos en la banda Latinaje y no me quería perder eso. Compartí las canciones y así nació lo que se escucha: está la mano de ellos.
-¿Cuándo se armaban las letras, entonces?
-A muchas las cerré en el estudio. En los ensayos probaba ideas; estaba bueno tararear a ver qué palabras resonaban. Podés ir por un lado, y de golpe aparece un verso que te gira todo el significado. O incluso uno nunca se lo encuentra y pueden pasar años hasta que te cae la ficha. No me preocupa tanto. Por algo me resuenan esas palabras y por algo las cerré así. Casi siempre hay algo que me seduce: no sé si es una idea, pero quizás es una imagen o un misterio que tiene ese texto, y por eso quiero echarle mano y profundizarlo.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 105 - diciembre 2011)
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