Durante un alto en uno de sus viajes arriba de "El Dino", el colectivo en el que se traslada llevando música e historias a cada remoto punto del país, el misionero Joselo Schuap nos cuenta sobre su música itinerante, sobre el compromiso ineludible del artista y define lo que hace como "acción cultural".
A Joselo no le hace falta presentarse como misionero porque lleva pegada la tierra colorada, el chipa, el mate, y suena con la armonía de las cataratas del Iguazú. Este joven musiquero nacional no concibe la vida sin música, sin compromiso, sin libertad, sin compartir, sin amistad. Defiende el ambiente sin concesiones y no negocia ni un milímetro de agua, de oxígeno o de tierra. Dice que, junto a su amigo Pochosky, el payaso de las plazas públicas, anda abrazado a la última gota de agua del Planeta, y ¡minga que se la van a sacar!
Precisamente, el juglar de la tierra colorada no sabe de distancias ni de tiempos, por eso va sumando amigos que desde La Quiaca hasta Cabo Vírgenes suben y bajan de "El Dino", que no se detiene y lleva arte a los rincones más inhóspitos del país. El colectivo pintado con un mural por fuera -y lleno de chamamé, libros, artesanías y costumbres por dentro- es la casa de quienes siguen a este genial artista que enlaza los pueblos más remotos, cantando, contando historias, llenando de colores las plazas y los patios de los ranchos de nuestro país profundo.
En uno de esos viajes, Joselo de Misiones -como le gusta que lo llamen- respondió algunas preguntas mientras todo parecía un sueño, un escenario de ciencia ficción, un viaje salvaje, imponente, interminable, lleno de historias de vida, repleto de argentinidad.
"Los paisajes se suceden pero no dejan de lado los misterios y las luchas de sus pobladores que aún hoy desafían a la geografía y al destino", señala el cantante que ceba un mate y parece aprestarse a dar batalla, y seguir en un viaje impredecible como la vida misma, sorprendente y eterna, con sus paradas y sus distintas velocidades.
El viejo Mercedes avanza lento, al compás de los tiempos de los personajes que se pierden en la distancia, en la contemplación y en una Argentina poco conocida.
Joselo muestra y canta ese país en perspectiva, en movimiento, con los encuentros y desencuentros de quienes no quieren doblegarse.
"Mirá, el único que terminó riéndose en mi pueblo fue el loco Tito, y una vez le preguntaron: ‘¿Tito, por qué vos vivís riéndote?'. Tito respondió: ‘Porque ustedes se burlan de mí porque soy distinto y yo me río de ustedes porque son todos iguales'", me dijo Joselo antes de saborear un cebado.
-¿Cómo podrías definir tu música?
-Creo que lo que hago es acción cultural. Me manifiesto a través del arte. El panadero lo hace a través de la masa que leuda. El campesino, de la forma en que cuida la semilla para que no sea apoderada por el gran negocio de los transgénicos. El maestro, enseñando que hay otras historias. Lo mío es música del Litoral con la frontera pegada a la piel como un tatuaje. Hago chamamé, shotis, polca, con c y con k, es decir, de Paraguay y europea, y por qué no, en algún momento rock y fusiones a las que no podemos escapar. Jimy Hendrix e Isaco Abitbol, que están en nuestro cielo. Hago política cultural, afilada como un machete, pero no para herir, sino para el trabajo, la construcción, el abrir camino. Si amerita y tengo -que no creo- autoridad para decirlo, un machete y un chamamé afilado para limpiar la maleza de lo que no suma, de los culos en la tele por el rating no porque no nos gustan sino porque nuestras guainas menores de edad de Misiones son raptadas por la mafia de la trata de personas para exportarlas al mundo. Son almas niñas e inocentes. Entonces, que el culo no nos tape el alma. Hago chamamé y me importa todo desde allí. Mi pueblo es digno, y baila chamamé con dignidad.
- ¿Qué significa para vos ser un artista comprometido?
-Los verdaderos artistas están comprometidos con su realidad. Es la devolución que tenemos que tener para vivir de lo que nos gusta en un mundo con gente sin casas, sin Patria, sin agua, sin sonrisa, sin sueños, sin hijos, sin padres, sin paz. Cómo puede haber artistas que no ven que hay un mundo que llora y que les duele la vida. El artista que no ve esta realidad finge en su arte. Es mi humilde opinión. No digo que sea la única verdad. Tal vez haya descorazonados que componían canciones tremendas. Igual, no los conozco.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 105 - diciembre 2011)
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