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Una mirada criolla sobre el nuevo policial negro

Matar al detective

Nos preguntamos si la novela negra sigue vigente y en busca de respuestas, hicimos un recorrido por algunas de las colecciones que editan libros de ese género en Argentina y en Uruguay. Además, charlamos con seis autores acerca de sus obras y de las variaciones inevitables que se dan en la literatura en función de los cambios de la sociedad.

"Eran cerca de las once de la mañana de un día de octubre. El sol no brillaba, y en la claridad de las faldas de las colinas se apreciaba un aspecto lluvioso. Vestía mi traje azul oscuro, corbata, vistoso pañuelo asomando del bolsillo, zapatos negros y medias de lana del mismo color, adornadas con ribetes azul oscuro. Estaba limpio, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase. Era todo lo que un detective privado debe ser. Iba a visitar a cuatro millones de dólares".
¿Se podría imaginar que esta escena inicial de El sueño eterno, de Raymond Chandler, transcurre en Argentina? ¿Algún lector lograría construir en su mente, sin que se torne grotesca, la imagen de un detective privado rioplatense ingresando en una mansión donde una mucama de impecable uniforme le muestra el camino hasta una rubia platinada que le ofrece un whisky? ¿Cómo tendría que ser una novela negra para ser considerada como tal aunque sus protagonistas sean sudamericanos y no lleven en el bolsillo una tarjeta que los identifique como detectives?

Tanto Chandler como Dashiell Hammett son referentes ineludibles cuando se habla de novela negra. Pero el mundo cambió desde que se publicaron sus obras, y la realidad de hoy se encuentra lejos de esos escenarios brumosos por los que caminaban Sam Spade o Philip Marlowe, con las solapas del impermeable levantadas y un cigarrillo humeante entre los dedos. No sólo los problemas son otros; además en Argentina resulta inverosímil la figura del detective, el rol del investigador está demasiado asociado con la policía, y la policía está lejos de representar lo que Chandler describe en El simple arte de matar: "El detective de esa clase de relatos (...) debe ser el mejor hombre de este mundo. (...) Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no conocería su trabajo. No acepta con deshonestidad el dinero de nadie ni la insolencia de nadie sin la correspondiente y desapasionada venganza. Es un hombre solitario, y su orgullo consiste en que uno le trate como a un hombre orgulloso o tenga que lamentar haberle conocido. Habla como habla el hombre de su época, es decir, con tosco ingenio, con un vivaz sentimiento de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos y con desprecio por la mezquindad".

A pesar de todo esto, la novela negra no murió. El género se renueva y algunos ejemplos se pueden encontrar en colecciones como Cosecha roja (de Estuario editora), Negro absoluto (de Aquilina) y Tinta roja (de Eduvim), entre otras. Autores, escenarios y personajes latinoamericanos acercan tanto la acción al lector, que debe arrugar los dedos de los pies si no quiere cruzar el borde del papel y caerse dentro de la trama.

El detective

"Se preguntaba si una tarea, por indigna que sea, tarde o temprano llega a ser valorada por la cuota de justicia que la justifica." (Javier Chiabrando, Caza Mayor, Eduvim)

En estos libros casi no hay detectives; por el contrario los que cumplen el rol de investigadores son, en su mayoría, personas que se encuentran casi por casualidad inmersas en situaciones que las llevan a involucrarse hasta descubrir la verdad. Javier Chiabrando analiza lo que sucede con esto: "Si bien hay detectives en la novela negra argentina, tiendo a creer que están en vías de extinción. Eso se debe, a mi juicio, a que el término detective casi no existe en el imaginario argentino, y que la palabra policía es una mala palabra por sus relaciones históricas con la represión. Por eso en Caza Mayor la policía es cómplice del malo (cuándo no). El detective muta en gente común que busca justicia".

Entre los publicados por Negro Absoluto se encuentran Santería y Sacrificio, de Leonardo Oyola. La protagonista de estas novelas es Fátima, la Víbora Blanca, una vidente que vive en Puerto Apache y está enfrentada con la temible Marabunta. Oyola coincide con Chiabrando sobre el rol del detective, aunque no cree que lo que busquen sus personajes sea justicia: "Acá la característica fundamental de aquel que investiga un determinado caso es que no va a ser un Sam Spade o un Philip Marlowe.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 104 - noviembre 2011)

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Autor

Carolina Uribe