Mientras para algunos se trata de una prioridad dentro de su agenda política, para otros apenas se asoma como un episodio que confirma las limitaciones de los sectores de izquierda, en crisis en Argentina. Miradas y opiniones contrapuestas acerca de la próxima cita electoral, donde confluyen posturas abstencionistas con alianzas formadas de apuro, y donde no pueden faltar quienes eligen la fuga hacia el reformismo o, peor aún, la opción de sumarse al proyecto oficial. Como trasfondo del debate, emergen temas para la polémica: la crítica al sectarismo como práctica militante cotidiana, la ausencia de una alternativa real de la clase trabajadora y la paradoja entre un marxismo cada vez más actual y la escasa injerencia política de la izquierda en la realidad de todos los días. por Martín Azcurra y Hugo Montero
Como es costumbre, las elecciones nacionales encuentran a la izquierda naufragando en su propio discurso; y a todos los que nos consideramos de izquierda hundiéndonos con ella y aportando nuestro granito de arena a la confusión general. Pocos han reconocido que la actual etapa, de tanta convulsión política (nacional e internacional), con el capitalismo haciendo agua primero en Estados Unidos y ahora en Europa, y con las masas estallando en todo Medio Oriente, encuentra a la izquierda local en una de sus peores crisis, y al proyecto socialista revolucionario en Argentina como un sueño de compleja proyección.
Aquella unidad combativa entre clases y grupos consolidada en diciembre de 2001 se diluyó con el advenimiento de un gobierno de tinte populista y tímidas reformas neodesarrollistas. Sin embargo, no todo es tan claro y las víctimas no lo son tanto. El recambio de posiciones dentro de la burguesía no fue un plan preconcebido por el capital, sino la respuesta de un sistema en convulsión, golpeado por una ola de reclamos populares cada vez más organizada (del "cutralcazo" a las huelgas con piquete del 2001-2002). Así, un sector empresario no tan desprestigiado por la depredación menemista, y en cierta forma desplazado, tomó la iniciativa política y el resto de los sectores lo dejó hacer para cerrar el proceso de rebeliones y salvar al menos un modelo que no abandone lo esencial. Los dueños de la torta se vieron obligados a actuar en función de las luchas populares y de alguna manera tuvieron que dar ciertas concesiones. El poder popular se había manifestado aunque sin una resolución política favorable. ¿Supo la izquierda canalizar ese poder, germen de una nueva fuerza política, y llevarla hacia una propuesta antisistémica? Como una imagen del lejano oeste, un fardo que atraviesa rodando un desierto desolado. Mala copia del leninismo, las decenas de grupúsculos se extraviaron en una competencia prematura por una dirección que nunca tuvieron. Así, esas decenas de organizaciones socialistas, y sus expresiones de base, se transformaron en cientos de fragmentos, y hasta el día de hoy no pueden encontrar proyectos comunes ni presentar una alternativa confiable para la clase trabajadora.
Con la consolidación de una oposición por derecha en 2009, tras el conflicto entre el gobierno y la oligarquía del campo, el lugar de la izquierda quedó desdibujado, cuando tomó partido en el juego en vez de aparecer como una tercera vía. Sólo un sector minoritario conformado por intelectuales críticos y movimientos políticos independientes esbozó una postura alternativa, con la conformación de un espacio llamado Otro Camino para Superar la Crisis, que apoyaba la postura de retenciones a la exportación agrícola al tiempo que exigía una rebaja del IVA para los sectores populares. Pero su constitución como espacio de debate lo relegó a una mera propuesta testimonial que no tuvo eco a nivel de masas.
Con la muerte del ex presidente Néstor Kirchner y el floreciente apoyo popular al proyecto oficialista, algunas organizaciones con mayor trabajo de base, percibiendo el "lado positivo" en la influencia del peronismo sobre las masas (mayor participación politizada, formas de apropiación de condiciones de vida, sentimientos de dignidad y pertenencia a un colectivo mayor, todos aspectos que sin embargo se dan dentro de una aceptación general del capitalismo), comenzaron a realizar un mea culpa sobre la falta de comprensión de un proceso que excede claramente lo económico-político. Como aspecto negativo, la falta de alternativas llevó a dirigentes sindicales y políticos, que eran referencia de la izquierda independiente, a confiar por un lado en el progresismo kirchnerista y por otro, en el nacionalismo oportunista de Proyecto Sur. ¿Y cuál fue la reacción de los partidos de izquierda tradicionales? Cerrarse aún más en un discurso anti-popular e igualando a este gobierno con los anteriores.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 100 - julio 2011)
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