Después del terremoto devastador, un grupo de fotógrafos se interna en las comunidades de refugiados haitianos para reproducir su lucha por la supervivencia y su gran espíritu de resurgimiento. por Martín Azcurra
En su sangre llevan la sabiduría de miles de años, arrastrada por continentes lejanos con pesadas cadenas en los pies. En su piel oscura, la fuerza para aguantar y la sensibilidad para amar. Y en sus ojos una revolución paciente, lejana pero posible, porque en sus miradas transcurren siglos enteros.
Representaron la primera sublevación esclava y la primera independencia en nuestra América, pero sufrieron la peor dominación extranjera que sólo les trajo hambre y enfermedades. Sus líderes populares fueron proscriptos, y sus organizaciones campesinas asediadas por los emporios del monocultivo que sigue destrozando la poca riqueza con la que cuenta el país.
Aun así, el pueblo haitiano cuenta con el poder más grande de todos, el de la recomposición. Su cultura proveniente de África les ha enseñado a resurgir de cualquier calamidad con mayor fuerza. En su constitución como pueblo, las avalanchas de lodo barrían continuamente sus pobres caceríos, y había que levantarlos nuevamente. Y en vez de lamentarse, lo recibían como una limpieza que les daba la posibilidad de empezar de nuevo. Tal vez no podían ocultar las lágrimas en sus ojos en cada nuevo alud, pero sin dudar seguían adelante. Cuando en 1991 llevaron al poder a un líder popular, el movimiento se llamó Lavalás -que significa Avalancha-, hoy proscripto por las fuerzas ocupantes.
Su lucha es el resurgimiento. El origen de la resurrección en vida (a diferencia de la esperanza en un más allá improbable) surge de sus creencias religiosas ligadas con el Vudú, religión que traen desde el norte de África con pizcas de cristianismo francés, por medio del cual consiguen revivir a los muertos. Con la fuerza de la magia negra, una fuerza también utilizada por los opresores, tuvo lugar en Haití una lucha ocultista en la cual los llamados zombis tenían un lugar destacado. Pero el Vudú no ha podido ser utilizado en su contra, sino que representa un lugar de encuentro de sectores populares y posiblemente un gran apoyo para las luchas de liberación.
Hoy, las fuerzas militares ocupantes (entre las cuales hay tropas enviadas por nuestro gobierno), al mando de la ONU, y en defensa de los intereses de súper empresas como Monsanto, tienen una clara misión: que el pueblo haitiano no haga uso de su mayor poder, la resurrección. Que Haití no se levante.
¡Abajo la MINUSTAH!
El terremoto de 2010 causó una catástrofe en el país (ver recuadro "Cuando el imperialismo..."), y fue la excusa perfecta para la intervención político-militar y, de paso, el negocio de la reconstrucción. Luego de esa enorme tragedia, llegó el Cólera, pero quedó demostrado que la enfermedad fue introducida por soldados mercenarios nepalíes de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas para Haití (MINUSTAH) en el cuartel de Mirebalais. He aquí el pretexto ideal para afianzar la intervención. Un país que estaba libre de la epidemia es hoy carne de cañón de la OMS y miles de agencias de beneficencia. La intervención militar se combina con la ayuda sanitaria y alimentaria para producir una nueva colonización psicológica a la riquísima cultura haitiana.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 100 - julio 2011)
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