En una sociedad que los ve, pero no los tolera, y con un Estado prácticamente inexistente, los jóvenes están en el imaginario social como los promotores de la "inseguridad". Con los medios como principal aliado, y con políticas que no hacen otra cosa que marginarlos aún más, la ceguera y el prejuicio crecen a niveles parecidos a los de gatillo fácil. por Lucas Pedulla
En el comienzo de un año electoral, el tema de la seguridad y la Responsabilidad Penal Juvenil volvió a adentrarse en la agenda de debate de la sociedad argentina. El marco contextual en el que se produce esta discusión no es un dato irrelevante: cada candidato prepara su discurso, elige a sus receptores y delimita su cauce para ofrecer la solución más eficaz a tan acuciante problema. Luego de que un joven de 15 años fuera detenido por un crimen en el barrio platense de Tolosa a mediados de enero, el reclamo por la baja de edad de punibilidad de los 16 a los 14 fue puesto -otra vez- como eje central de esta polémica.
La controversia no es nueva, no obstante persiste. Puede considerarse el debate como anticuado, pero basta sólo con una noticia para que adquiera actualidad nuevamente. Además, mucho se contribuye a la polémica sobre si es adecuado o no bajar la edad, pero no demasiado -o casi nada- acerca de la ceguera y la obnubilación de una sociedad muy susceptible a estos acontecimientos.
En extraña (¿?) paradoja, el mismo foco de luz que cotidianamente condena a los chicos a la marginalidad se posa hoy sobre ellos. Con el conocimiento del rebote mediático que tendrán sus declaraciones en el público preocupado por esta cuestión, diversos funcionarios se hacen eco del dolor y proponen la solución más rápida, sin vislumbrar lo que hay detrás del telón del escenario que ellos mismos edifican. ¿Inoperancia, oportunismo o ideología? Puede decirse que las tres.
Nadie osa en cuestionar el dolor de una persona que pierde a un ser querido. Nadie. Y la comprensión de terceros jamás se comparará con el sufrimiento de las víctimas. Pero cuando la lectura política sobreviene, muchos escapan a la explicación de las fallas que este sistema corrosivo posee y provoca. Es sencillo endurecer las penas y seguir revalsando las cárceles, en lugar de acentuar la inclusión. Es sencillo seguir dándole de comer a un monstruo que gira en círculos y vuelve sobre sí mismo, pero siempre con más hambre que la vez anterior. No obstante esa es la lógica: saciar el apetito del capitalismo con las mismas personas a las que él les quita el pan. El problema estructural y sistémico nunca se ve, sino que permanece oculto detrás del telón como tantas otras cosas. Y los que lo cimientan no incitan a una discusión sobre qué es lo que lleva a un muchacho a delinquir, a cómo y de qué manera obtiene un arma, sino que centran el debate en si debe o no ser castigado. ¿Inoperancia, oportunismo o ideología? Puede decirse que las tres.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 100 - julio 2011)
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