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Editorial

La lógica del mal menor

Persiste por estas tierras una vieja discusión que se repite cada tanto a nivel político.

El debate gira alrededor del "mal menor" como alternativa única para oponer algo distinto, mínimo, ante un enemigo que avanza y suele uniformar discurso y aglutinar intereses. Llamémosle genéricamente, la "derecha". Desde esta lógica dominante, aquellos que no optan por defender al "mal menor" pasan, de inmediato y sin vacilaciones, al bando de los funcionales a ese poderoso enemigo. La lógica resulta absurda desde lo político, precaria en lo ideológico, pero aún más peligrosa desde lo ético. De este modo, quienes defienden al "mal menor" y descalifican toda opinión crítica aparecen dispuestos a cualquier concesión, a mirar para otro lado y a justificar todo el tiempo las miserias de sus referentes. La lógica perversa del "mal menor" resiste el paso de los años y hoy se erige como único sostén de un sistema político corrupto, hipócrita y verdaderamente funcional a los intereses de la derecha.

La lógica del "mal menor" exige, desde el autoritarismo del discurso, abandonar cualquier proyecto de construcción alternativo y real, que se base en principios éticos, que proponga un desarrollo por afuera de la dinámica del aparato y que postule un programa revolucionario de transformación. Quienes defienden un cambio profundo, sin medias tintas, sin genuflexiones ni dobles discursos, son el blanco fácil para la ofensiva de los abanderados del "mal menor". Lo curioso, en todo caso, es que el observador atento que repase las últimas décadas de historia argentina se percatará de inmediato en la falacia de este axioma. El "mal menor" ha ganado y perdido elecciones, ha levantado y enterrado figuras impresentables y oportunistas, ha gestionado durante años y ha unificado y disgregado fuerzas a lo largo de la historia. Pero jamás ha perjudicado los intereses de aquellos que -con ingenuidad- algunos suponen que enfrenta. Por el contrario. No hace falta hacer nombres propios, ayer y hoy, la lógica es la misma. La trampa de la conciliación de clases en Argentina sigue en pie, en primer lugar, porque es un invento del reformismo, una quimera irreal; una fantasía: la clase que pierde es siempre la misma. Los que se benefician con la explotación de los trabajadores son siempre los mismos. Y aquellos que se erigen hoy como veedores de la contienda política, que acusan con el dedo y adjetivan con ironía y desprecio ante cualquier espacio que no se uniforme con su discurso (errado, en el mejor de los casos; cómplice, en la mayoría de ellos), asumen el rol de freno histórico para la construcción de una alternativa real de poder que no defienda los intereses de los industriales ni de los estancieros, que no sea cómplice en el manejo de la caja en los barrios de los punteros y burócratas del aparato.

La lógica del "mal menor" revive cada tanto, como un estigma. Confunde, fragmenta, dilata los procesos. Y, por lo que ha demostrado la historia, a la larga juega un papel reaccionario: le abre la puerta de par en par a la derecha con su tendencia constante a defraudar y traicionar las expectativas de los sectores populares, al mismo tiempo que los aleja cada día un poco más de las decisiones de fondo.


Una gran FLIA

Cuando los agoreros del fin de los proyectos alternativos se relamen, cuando las editoriales cierran sus puertas a miles de poetas, cuando las ferias oficiales le dan la espalda a los emprendimientos ajenos a las necesidades del mercado viene a romper todo la Feria del Libro Independiente, la FLIA. En su undécima edición, la FLIA se dio cita en la fábrica recuperada IMPA y durante dos días, rompió récords de público y expositores. Además, confirmó su singularidad como espacio libre de censuras en manos de cientos de compañeros que se autoconvocan para mostrar lo que tienen para decir. Ojalá que los mercenarios de siempre nunca se enteren y que la FLIA siga creciendo como hasta ahora, desde el pie...

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