Inquieto a costa de vivenciar silencios, rebelde a costa de volverse de nadie, el guitarrista Juan Falú desanda ritmos, teje puentes, discute herencias. Los músicos lo comentan, aprenden de él. El Festival Guitarras del Mundo, del que es director artístico, convoca cada año a guitarristas de todo el mundo, que esparcen el arte de las seis cuerdas por todo el país.
Como un niño que descubre el mundo que lo rodea, Juan Falú recorre lugares con la mente, poniéndoles nombres nuevos, jugando con ellos. Hilos de luces de colores le enrojecen las mejillas, como si otros rostros rieran a través de él. Al abrazar su guitarra Gómez, parece tocar desde lejos, evocando el rechinar de viejos muebles. Como un misterio tras el umbral, para Falú las obras enormes, de no más de tres minutos, resumen una épica, una memoria, una generación. Los nuevos autores aprenden lentamente a desacralizar eso que alguien llamó folklore, alguna vez patrimonio muerto, henchido de costumbrismo, tradición museológica, pueblo ausente.
"El arraigo con la guitarra es arraigo con la tierra. Aquí no sólo hay muchos guitarristas, clásicos, populares, flamencos, roqueros: hay un culto a la guitarra que trae sonidos lejanos, a veces fundacionales, o sencillamente de las historias familiares", describe. Sus dedos sobrevuelan los trastes como pinceladas húmedas y escurridizas de duendes imaginarios, escritos por poetas que nadie cita: "en otros tiempos había comercialización, demagogia o banalización cultural, pero se homenajeaba a un Yupanqui, un Eduardo Falú, un Waldo de los Ríos, un Eduardo Lagos, un Ariel Ramírez. Hoy queda el respeto, pero los que están tocando y componiendo, que son garantía de continuidad de un legado ancestral, no tienen representación institucional. Salvo ese pequeño porcentaje en Radio Nacional, están fuera de Cosquín, de la televisión, de las iniciativas culturales públicas o privadas. Hay que trabajar duro y exigir al Estado que asuma la política cultural como área estratégica de gestión".
Nacido en 1948, maestro de músicos y vaso comunicante entre generaciones, Juan Falú es motivo de guitarras: al tucumano se le ocurrió gestionar un Festival de Guitarras del Mundo, que comenzó a vibrar en 1995: con el Auditorio Azucena Maizani desbordado, se comenzaron a plasmar encuentros, exploraciones, abordajes, códigos futuros. Falú recuerda que "cuando empezamos, en todo el mundo había festivales de guitarra, principalmente en Europa. Era raro no contar con uno aquí, país guitarrero por excelencia." Desde entonces, el evento motoriza repertorios y técnicas, público y artistas. Amantes de la guitarra, como embajadores sin patria.
De tres sedes iniciales, con guitarristas de 4 países y 5000 espectadores, el Festival, único en el mundo, reunió 4 generaciones de músicos, "anónimos con reconocidos, jóvenes con viejos, clásicos con populares", de extracción clásica, jazz, flamenco, géneros contemporáneos, y especialmente sonidos latinoamericanos: "Presentíamos que iba a pegar, pero no tan rápida y contundentemente. La adhesión de público y artistas vino a confirmar el arraigo de la guitarra en nuestro pueblo, desde el fondo de su historia. Es más, contó su historia con guitarra", resume Falú.
Profesor de Formas y Ritmos del Folklore y la Música Ciudadana en el Conservatorio Manuel de Falla de Buenos Aires, el tucumano sostiene que "cuando la propuesta alzó vuelo, empezó a notarse el compromiso institucional. Lo mismo pasó con los medios: hubieron de transcurrir 4 ó 5 años de crecimiento sostenido, para que le presten atención". Cada año el Festival se ramifica por todo el país en 75 sedes. Aunque UPCN, Cultura de Nación -hace dos años- y la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires provean el soporte organizativo, Falú explica que "no surgió de una política cultural establecida; impuso parámetros de una modalidad de gestión en la cultura nacional. Las asociaciones de músicos -detalla- lo organizan en forma autogestiva en cada sede: tienen absoluta conciencia de que es un proyecto federal, masivo y enriquecedor, que promueve estéticas no comerciales, que es participativo. No pasa ni remotamente por sus planes la idea de abandonarlo".
El Festival no es creación suya, considera Falú: no tiene creadores sino pensadores; se sostiene en la capacidad de los guitarristas de imbricar géneros y lenguajes: "Aparecen guitarristas que no conocemos. Además, en cada una de las sedes participa un guitarrista local. Aquí se acepta todo: a veces buscamos variaciones, como canto con guitarra, o guitarra ensamblada con otros instrumentos, pero el protagonismo de las seis cuerdas determina la programación de cada año", remarca...
La nota completa en Sudestada n°37.
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"Juan es un extraordinario
agitador cultural"
por Liliana Herrero
A Juan lo conocí cuando volvió de su exilio brasileño. Nos encontramos en Paraná en un Festival de una extraordinaria experiencia, que fue la Alternativa Musical Argentina. Juan había sido compañero de exilio de mi esposo Horacio González: yo estaba con Horacio en ese festival entrerriano y nos pusimos a charlar inmediatamente. Cuando subió al escenario -recuerdo que vestido enteramente de blanco- y lo escuché tocar, percibí que estaba ante un maravilloso músico, ante un artista. Recuerdo la enorme emoción que me produjo su toque guitarrístico, su sonido particular y sobre todo sus obras.
Antes de grabar el primer disco juntos habíamos tenido muchas tertulias musicales. Antes había ido a su casa a pedirle temas, y grabé su chacarera "Donata Suárez". Intercambiábamos experiencias y conversábamos sobre música y tradiciones folklóricas latinoamericanas, de las que Juan tiene un enorme conocimiento. Él tiene un mapa cultural en su cabeza: al escucharlo, yo me esforzaba por comprender la novedad de su estilo: de dónde salía esa exquisita finura con que aparecen sus ideas, visualizadas no sólo en sus composiciones sino en sus interpretaciones de grandes autores como Carlos Guastavino o Pepe Núñez. Comprendí que Juan improvisa dentro del género: para ello se necesita una cierta distracción de las reglas musicales, y al mismo tiempo un conocimiento profundo de ellas. Esa paradoja lo conduce a un estado de creatividad permanente. Cuando ensayamos se combinan esos dos estados. Pero nosotros dos somos más felices y creativos en el escenario: en cada concierto aparecen universos artísticos y tratamientos diversos de las mismas canciones. Eso es una fuente permanente de aprendizaje, no sólo de lo que hace Juan como instrumentista y de sus ideas, sino de mis posibilidades como cantante y música.
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