Una década después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la sensibilidad de Héctor Oesterheld y el talento de Hugo Pratt coincidieron en una de las sagas épicas más importantes del cómic argentino. Ernie Pike, el cronista que contaba las pequeñas historias que quedaban tendidas en el campo de batalla.
"Cada hombre realiza su propio combate, tanto en la paz como durante la guerra. El resultado de este combate se conoce al morir, pues, según como se muere, se es vencedor o vencido. El cabo Mark Lenner, el teniente Bridge y todos los componentes de la patrulla fueron auténticos vencedores", anota en su libreta un adusto Ernie Pike, saliendo casi del cuadrito final de una de los capítulos de la saga, titulada "La patrulla". En esa aventura, ambientada en medio de la Segunda Guerra Mundial, en Nueva Guinea, una patrulla australiana huye del ataque japonés en busca de la costa, a la espera del arribo de un barco aliado salvador. Pero la patrulla es devastada en la huída y la ayuda nunca llega. Sin embargo, en mitad de la tragedia, a segundos del final inexorable, un par de hombres resuelve preservar la ilusión de uno de los sobrevivientes, ciego por una explosión, en un gesto que invade de humanidad el sangriento epílogo.
Una historia que se repite, que nunca tiene vencedores, ni buenos ni malos, ni banderas, ni razas, apenas hombres lanzados a la muerte con un fusil en la mano ante la oscuridad total del verdadero enemigo: la guerra. Tal vez su mejor trabajo en conjunto, Ernie Pike fue una creación de dos próceres de la historieta mundial: el guionista argentino Héctor Oesterheld y el dibujante italiano Hugo Pratt. Su protagonista, un corresponsal de guerra asqueado de la hipocresía de los uniformes y resuelto a romper con las falsas crónicas repletas de gloria, relata en sus notas historias pequeñas, la de soldados que, en medio de una situación crítica, buscan un resquicio de dignidad. Son hombres, después de todo, y están allí para matar y morir, pero son trabajadores, granjeros, médicos, estudiantes: esos son los protagonistas de las crónicas de Ernie Pike, uno de los puntos más altos en la historia del cómic argentino.
Para desarrollar su personaje, Oesterheld se basó en el trabajo de un verdadero cronista de guerra, de nombre Ernie Pyle, que recorrió varios frentes de batalla durante la gran guerra y dejó su impronta en la prensa estadounidense hasta pocos días antes del armisticio, cuando el disparo de un francotirador japonés lo abatió en una isla al norte de Okinawa. La obra de Pyle, ganadora del premio Pulitzer, llegó a los ojos de Oesterheld, y el creador del Eternauta generó una saga extraordinaria, cuyo otro puntal fue el soberbio trabajo de Pratt en la ambientación (se basó en un amplio archivo fotográfico, "sustraído" en su paso por la redacción de algún matutino) y en las escenas de batallas, verdaderos desgarros en cada página, atiborradas de sombras, sangres y cadáveres destrozados. Para definir los rasgos de Pike, Pratt no miró demasiado lejos: vistió al propio Oesterheld con una gorrita militar y utilizó su rostro para inmortalizar a aquel cronista que iba por las ruinas de una guerra que dejaba cientos de historias para apuntar en su libreta.
En la saga, los hombres son plumas al viento, marionetas de un titiritero sangriento llamado guerra. A contramano de la demonización de los alemanes y japoneses, Oesterheld rescataba los gestos humanos atravesando los bandos en pugna: imposible olvidar ahora al soldado distinguido Helmuth Gruber, que elige morir en el paredón de su propio ejército antes que delatar el refugio de unos maquis donde se oculta una nena muy parecida a su hija, muerta en un bombardeo sobre Berlín; o a ese puñado de soldados brasileños que, atrapados por una patrulla nazi, mueren fusilados uno a uno en la nieve antes de confesar cualquier dato sobre las tropas aliadas; como tampoco al guerrillero maquis Denis, que es abatido en su bautismo de fuego en pleno sabotaje de un tren nazi para impresionar al líder de la resistencia.
Como muchas veces pasa y después de un brillante ciclo, la historieta provocó un distanciamiento entre sus dos autores. Oesterheld continuó guionando aventuras de Pike con una docena de dibujantes (entre ellos Alberto Breccia y Solano López), y Pratt publicó en Europa parte de la saga adjudicándose la autoría completa. Sin embargo, y pese al recelo que quedó entre ellos, las crónicas de Ernie Pike no sólo fueron el punto más alto en la obra de ambos creadores (por lo menos hasta que Oesterheld creó el Eternauta y Pratt hizo lo propio con su Corto Maltés), también representó un punto de inflexión en la historieta de aventuras en Argentina...
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