Desde hace más de un año, seis campesinos paraguayos están presos en Argentina por una infamia política. Se encuentran en la cárcel de máxima seguridad de Marcos Paz. Allí esperan que la Suprema Corte apele la sentencia dictada el 14 de diciembre por el Juez Ariel Lijo, en la que resolvió extraditarlos a su país. Sudestada mantuvo una larga entrevista con ellos (realizada íntegramente en guaraní) dentro del penal.
Jueves gris y muy frío. La cita fue a las diez de la mañana, en Liniers, y de ahí nos dirigimos hacia Marcos Paz. Tardamos cerca de dos horas. En el trayecto -mientras Jorge, Ramy y Dionisio me ponían al tanto sobre las infinitas peripecias legales y solidarias que vienen coordinando con los organismos de derechos humanos de Paraguay y Argentina para impedir la extradición-, escucho y colaboro con una de las tareas que desarrollan siempre: pelar varios kilos de mandarina para que puedan comer los muchachos, y verter todo el contenido de los envases de vidrio con mermelada a un botellón plástico porque, de lo contrario, no pueden ser ingresadas al penal. Antes de dejar la documentación en la entrada, Ramy recuerda que debe comprar las tarjetas telefónicas para que los muchachos puedan hablar con sus familiares a Paraguay. Va hasta el almacén que está a escasos metros. A poco de llegar a la requisa, repasa nuevamente la lista de las cosas y pedidos, se asegura de que no hayamos olvidado nada, actúa como la madre que estos hombres no tienen acá. Luego de pasar varios cercos de seguridad, vemos a los seis que nos aguardan ansiosos porque saben que les llevamos noticias de amigos y familiares, novedades sobre la causa y porque además podrán comer, al menos un día de la semana, ricas milanesas, alguna que otra comida tradicional paraguaya y postre. Verdaderos manjares en comparación con la comida diaria del penal. Bajo este clima de cordialidad e injusticia, comemos y nos presentamos.
Ellos son Gustavo Lezcano Espínola, Basiliano Cardozo Jiménez, Arístides Vera Silguera, Simeón Bordón Salina, Roque Rodríguez y Agustín Acosta González. Me cuentan detalles de la lucha campesina en Paraguay: las persecuciones, el castigo y los asesinatos impunes contra quienes osan reclamar por derechos básicos como la tierra, el pan, la salud, y la educación. Por momentos, uno parece ingresar al túnel del tiempo, ya que la conducta del actual gobierno de Nicanor Duarte Frutos, poco y nada puede envidiarle al régimen de Alfredo Stroessner. Mientras almorzamos, los cinco militantes del partido Patria Libre y Rodríguez, fundador de la Mesa Nacional Campesina (MNC); hacen la ronda formal de presentación de cada uno de ellos, muy respetuosa, cuidando cada palabra. Con el tiempo se van soltando y me cuentan sobre la toma de tierras en los asentamientos improductivos, las tareas de formación con los campesinos analfabetos, el desarrollo político, las marchas y reclamos del sector y, por sobre todas las cosas, las persecuciones personales que sufrieron antes de solicitar refugio político en Argentina.
Se los acusa de haber secuestrado y asesinado a Cecilia Cubas, la hija de un ex presidente paraguayo. Este lamentable crimen, que resonó tanto años atrás, se trató de una evidente puja entre organizaciones mafiosas ligadas al poder. Nadie podía prever, ni los mismos detenidos, que se los podría acusar de este episodio de manera tan burda.
"En Paraguay siempre sucedió esto, siempre hubo secuestros y asesinatos. Entre las mafias pasa esto. ¿Cómo íbamos a imaginar que se iba a culpar a campesinos o a un partido político como Patria Libre, o que Estados Unidos iba estar implicado en esto? Si bien ahora somos concientes de que desde el Departamento de Estado actuaron e intervinieron directamente. Vinieron e instruyeron al fiscal acusador, al fiscal general, al juez. Sacaron lo que quisieron en la televisión, allanaron más de un centenar de casas campesinas, y no encontraron nada. Después dijeron que fueron guerrilleros por una supuesta confesión. Desplegaron a las fuerzas armadas, a los medios; estuvieron durante un mes por la zona del hecho y no encontraron nada. Encontraron una lata de sardinas de origen colombiano de unos pescadores y eso les bastó para decir que era de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC). Un paquete de cigarrillos colombianos, entonces era la pista de los secuestradores. Estados Unidos se encargó de montar todo este dispositivo; ellos le daban el sentido. Además, cuentan con la influencia de los medios de comunicación, que arman lo que ellos quieren e instalan una opinión en contra de los campesinos: decían que en San Pedro y en Concepción había guerrilleros y, hasta la fecha, no encontraron nada. Pero la persecución sigue ahora. Por ejemplo, el fiscal que nos acusó, Rogelio Ortúzar, hace poco se disfrazó como un soldado yanqui en Irak; se puso el chaleco antibala más sofisticado, gafas especiales y botas para ir a matar a seis campesinos indefensos de Alto Paraná. Se supone que el fiscal debe velar por la integridad física de las personas, y que está para acusar ante la Justicia, no para matar. Este tipo de fiscales tenemos hoy en Paraguay. Y ese fiscal es el que nos acusa", explica Arístides en un tono tranquilo que no oculta indignación...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº61- Agosto 2007)
La historieta fue una herramienta para la imaginación del autor de Rayuela. Allí encontró nuevos caminos para comunicar sus ideas. ...
En "Los indios invisibles del Malón de la Paz", libro del psicólogo Marcelo Valko (*), publicado por el sello editorial ...
Nadie supo retratar los rasgos del escritor con mayor justeza que Sara Facio, armada con su Leica. En su estudio ...
Ñancahuazu y un abrazo eterno. La amenaza de un cerco que se cierra. La captura, la derrota y la infamia. ...
Durante toda su vida, el autor de Bestiario combatió contra los contenidos anquilosados de la literatura. Pero también propuso una ...