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Julio A. Roca: Olvidos y Miserias

En el nonagésimo aniversario de su muerte, la Academia Nacional de la Historia editó Roca, un libro que recorre en imágenes la vida de uno de los personajes nefastos de nuestra historia.

La Academia Nacional de la Historia ha querido conmemorar el nonagésimo aniversario de la muerte de Julio Argentino Roca, y el centésimo de la finalización de su segundo mandato con la publicación de un libro imprescindible, en tanto reúne y presenta, con un lujo inusual y un excelente diseño gráfico del estudio Marius Riveiro Villar, lo mejor de la iconografía relativa a este nombre clave. A la abundancia de retratos y fotografías de familia -muchas de ellas, hasta ahora, virtualmente desconocidas-, a los innumerables testimonios gráficos y pictóricos sobre su actividad como militar y político -que incluyen tomas actuales de obras arquitectónicas, mapas, armas, y todo tipo de objeto tocado por el General- se agregan fotografías que dan cuenta de una fortuna personal fastuosa, en crecimiento proporcional a su ascenso en la escala del poder, que incluye estancias, mansiones urbanas y todo tipo de bienes artísticos de una belleza deslumbrante. Cien años después, el lector recorre las páginas con la ambigua fascinación de quien mira las imágenes del trasatlántico Titanic, sin dejar de preguntarse qué factor escondido detrás de tanto oropel, o qué falla en el ensamblado de las partes de ese orden aparentemente indestructible, dio origen al naufragio. Y al mismo tiempo, salvando las melancólicas distancias, las imágenes nos remiten constantemente el engañoso esplendor del siguiente fin de siglo, la trampa implícita en ese declarado afán de "insertar a la Argentina" -según las palabras de Félix Luna- "en las singladuras de la modernidad", o como se decía hasta hace poco, en las "coordenadas del Primer Mundo".

Por supuesto, ni aun imitando la extrema cautela con que el doctor Miguel Ángel de Marco presenta el libro, y que pretende, por medio de generalizaciones e inteligentes subterfugios, otorgarle un aire de objetividad y ecuanimidad política, ninguna biografía actual de Roca puede eludir los "puntos oscuros" del homenajeado, ni dejar de discutir con las centenas de historiadores han venido señalándolos durante un siglo, "puntos oscuros" muchísimo más evidentes e injustificables que las fallas y limitaciones de la mayoría de los políticos de la época. Sin la grandeza y la complejidad intelectual de un Sarmiento, sin la capacidad de ver al otro de un Mansilla ni, como es evidente, la inteligencia ni la ética de un General Paz, Roca aparece menos como un pensador que como un militar; menos como un ideólogo que como el implacable ejecutor de un proyecto político inventado por otros; menos como un hombre atento a resolver contradicciones que como una mente siempre lista para anularlas, suprimiendo a sangre y fuego uno de sus polos; en fin, menos como una "figura polémica" que como un emblema de lo peor de ese "régimen" sobre el que, sí, todavía se polemiza, atendiendo a la riqueza de figuras como las nombradas.
Roca, el libro, está dividido en cuatro partes, cada una precedida por un breve prólogo a cargo de un historiador reconocido; y es curiosamente el primero, a cargo de Félix Luna, y que en teoría debería limitarse a la "vida familiar", el que aporta, con la amenidad y la agudeza propia del autor, conceptos más originales y valiosos en este sentido: más que un "militar ante todo", Luna revela a Roca como un hombre de naturaleza profundamente autoritaria, de idéntica implacabilidad con los adversarios en la guerra y en la política, e incluso con los "desvíos" de sus propios familiares y amigos. De una inteligencia indudable, sí, pero, de naturaleza práctica, -muy al estilo de Perón, como brillantemente sugiere Luna- la primera ocupación de Roca parece haber sido el cálculo y la intriga con el fin de asegurarse el voto, o mejor dicho, el fraude a su favor; una naturaleza en la que siempre primó la pasión irracional del poder, por sobre toda consideración afectiva. Su propio matrimonio, acota Luna, más allá de lo indudable del amor por su esposa, fue antes que nada una estrategia para la inserción en una clase, esa discreta burguesía criolla a la que, por lo demás, se desveló por dotar de cohesión, de una extrema conciencia de sí misma, y por supuesto, en lo económico, de un poder nunca antes conocido en las sociedades criollas. Como dato al pasar, todavía hoy asombra que cada apellido de su vasta familia nombre una calle distinta del barrio de Recoleta.

En verdad, más que un "constructor de la Argentina" como lo llama Di Marco, Luna lo hace aparecer como el alma mater de una clase, que el peronismo acostumbrará a llamar oligarquía, omnipotente en todo salvo al momento de adaptarse a los cambios del mundo, esto es: de sobrevivir a la imagen que tenía de sí misma. Rosendo Fraga, notorio historiador, entre otras cosas, de personajes las Fuerzas Armadas, es el encargado de reseñar la "carrera militar" de Roca, como Ministro de Guerra y como Presidente de la Nación, y lo hace en una prosa prieta y telegráfica, al estilo de Mansilla o Estanislao Zeballos; una prosa que, en mérito a una supuesta objetividad, se limita casi exclusivamente a enumerar hechos, nunca a interpretarlos. Sin embargo, confrontado con el punto álgido, la "Conquista del Desierto", e incapaz ya de gráciles rodeos como aquel con que De Marco la define en términos de "una rápida campaña que le permitió enarbolar la bandera celeste y blanca en las márgenes del Río Negro, el 25 de mayo de 1879", (y sin hacer referencia alguna, como Eduardo Belgrano Rawson, a su carácter de "gigantesca operación inmobiliaria"), Fraga sostiene claramente que la Campaña no fue un "genocidio", que los pueblos aborígenes fueron "batidos" (sic) y "reubicados".

El tercer capítulo, en que Inés Rato de Sambucetti introduce sumariamente a la actividad pública de Roca, es igualmente "neutro" en la presentación de actividades y logros, pero despierta hondas reflexiones al nombrarlas con palabras de urticante actualidad: "pacificación", "convertibilidad", "unificación de la deuda externa". Al igual que Fraga, Sambucetti insta a considerar a Roca según categorías de su tiempo, esto es, considerarlo a la luz de una especie de "relativismo cultural" del que el propio Roca careció palmariamente, como lo demuestra su sistemática supresión de todo opositor, de todo "diferente". Un último capitulo escrito por Marcela F. Garrido, a cargo también del proyecto y dirección de la obra, presenta una pormenorizada cronología, dotada de imágenes que profundizan, como se dice, "facetas íntimas y humanas".
Sin embargo, si el libro resulta, como decíamos, imprescindible, es porque el paso de un siglo o más de historia argentina, con sus logros y sus innumerables tragedias, ha redoblado el poder de sus imágenes, o mejor dicho, ha multiplicado nuestra propia capacidad de leer, en cuerpos y gestos, mucho más de lo que los propios retratados hubieran querido, y aun podido, decir de sí mismos, y muchísimo más de lo que sus exegetas son todavía capaces de decir. Matronas alimentadas a la criolla y asfixiantemente embutidas en vestidos franceses de una delicada opulencia; una novia agobiada bajo un velo pesado como un dosel y con un gesto de entrega perpleja, mucho más apropiado para la guillotina que para el altar, junto a un General Roca rígido y vivaz, robando nuestra atención, como si fuera el inventor de esa mise-en-scene que era por entonces la "sección sociales" de los diarios; y sobre todo, esas imperdibles "escenas familiares" en que la cuidadosa disposición frustra el pretendido aire de espontaneidad, pero evidencia prolijamente el status que cada uno ocupaba dentro del clan, son algunos de los ejemplos, profundos como tratados, que ilustran el modo en que una clase se representaba a sí misma -aun al precio de una frecuente, y tormentosa, alienación de sus miembros...

La nota completa en Sudestada n°41.

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Autor

Leopoldo Brizuela