Desde hace algún tiempo una misma pregunta es reiterada tanto por la derecha internacional más recalcitrante como por el pensamiento de izquierda genuinamente solidario: ¿Cómo será Cuba sin la presencia física de Fidel Castro?
Las tozudas leyes de la naturaleza, cuando no alguna locura aceleradora de acontecimientos desde la derecha, hará valer en algún momento el presagio de una realidad cubana más allá de la vida del máximo líder de su revolución.
Demasiada trascendencia histórica ha tenido la revolución cubana como para que su futuro no preocupe y ocupe a unos y otros en los más diferentes confines de la Tierra. En particular, la izquierda internacional es consciente de que esa revolución no sólo es cubana y que su destino tendrá mucho que ver con el futuro "equilibrio del mundo".
El propio Fidel Castro, afincado en las experiencias históricas recientes del llamado mundo socialista y aludiendo a las nada íntimas esperanzas del imperio situadas en su desaparición física, llamó a reflexionar sobre las condiciones que serían necesarias para evitar la reversión del proceso revolucionario cubano. En un extraordinario discurso pronunciado en noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana, el dirigente cubano expresó su convicción de que la revolución podría ser destruida, no por la política agresiva de Estados Unidos u otros, sino por los errores de los propios revolucionarios.
Más tarde, en el mes de diciembre y ante el pleno de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Canciller cubano Felipe Pérez Roque hizo suyo el reto planteado por Fidel e incorporó al final de su discurso importantes reflexiones sobre el asunto. Aquella invitación formulada por Fidel encontró rápida respuesta también en múltiples instancias de las organizaciones políticas y sociales al interior de la sociedad cubana y en no pocos artículos y ensayos aparecidos en la prensa digital y escrita internacional.
El título bajo el que se presentan estas reflexiones alude a un momento esencial, a nuestro juicio, del discurso de Felipe Pérez Roque ante la Asamblea Nacional, cuando, refiriéndose al momento en que ya no pueda contarse con el liderazgo histórico de la revolución, caracterizó tal situación como un "hueco que nadie puede llenar y que tendremos que llenar entre todos como pueblo".
Es poco probable que alguien ponga en duda el excepcional papel jugado por Fidel Castro en el proceso revolucionario cubano. Es cierto que ese desempeño hubiese sido imposible sin el apoyo irrestricto de la mayoría de los cubanos, sin que su obra individual se hubiese convertido en obra colectiva, sin que sus ideales y sueños fuesen abrazados y multiplicados por muchos. Pero ello no niega la invaluable función llevada a cabo por esa tremenda personalidad.
La experiencia histórica de Cuba pone de relieve el real alcance, a veces insuficientemente valorado, que pueden llegar a tener los individuos en la historia. Sin embargo, el hecho de haber sido afortunados testigos de ello no nos da pie para pensar que algo similar pueda ocurrir a cada momento, mucho menos en el preciso instante de la historia en que un individuo así, por ley natural, deba ser sustituido. Es poco probable que en un mismo contexto geográfico, por demás relativamente pequeño, cual es el caso de Cuba, y en un plazo tan inmediato, surja alguna personalidad con el conjunto de características similares a las que le han otorgado excepcionalidad a la figura de Fidel Castro.
Ello no niega la existencia en Cuba de excelentes cuadros de distintas generaciones forjados al calor mismo del proceso. No estamos en 1959, cuando triunfó la revolución y primaban en Cuba el analfabetismo, la incultura, los pseudovalores propios de la sociedad capitalista y, en lo atenido a las luchas sociales, la desorientación, la inexperiencia y el temor al socialismo. Mirado en retrospectiva, el papel desempeñado en ese entonces por Fidel, unido al del Ché y el de otros importantes baluartes de la revolución, parece haber sido definitorio y prácticamente insustituible. A 47 años de distancia hemos de reconocer que la principal obra de la revolución es el ser humano que ha logrado crear. La capacidad excepcional de Fidel se ha multiplicado, pero no en un hombre en particular, sino en todo un pueblo. Ese "capital humano", como le gusta decir al propio líder, es la principal divisa hoy de Cuba.
La necesidad, avizorada por Felipe, de que el vacío que deje Fidel y la generación histórica que lo ha acompañado sea cubierto por el pueblo, tiene su adecuado complemento en un pueblo culto, revolucionario, comprometido, dotado de altos valores, que lo hacen capaz de asumir esa trascendental responsabilidad. Son éstas importantes premisas para este propósito. Pero, ¿son ellas suficientes?; en otras palabras, ¿está Cuba mental y estructuralmente preparada para esa transición?
Si hemos de ser honestos, parece que la respuesta es sí y no a la vez. No hay dudas de que el bien llamado poder popular es ya actualmente una estructura de gobierno en Cuba que permite, directamente y al margen de las frecuentes disputas partidistas de otros contextos, la amplia participación del pueblo en la elección de sus candidatos y representantes en las diferentes instancias municipal, provincial y nacional, con el derecho formal a revocarlos cuando éstos no cumplen adecuadamente su mandato. Es difícil encontrar algo similar en cualquier otro lugar del mundo. Tampoco es fácil hallar en otra parte tanto protagonismo conscientemente asumido por parte del pueblo en el desarrollo de las tareas de choque que en cada etapa han marcado el ritmo de la revolución.
Sin embargo, la huella aún reconocible en el proceso cubano de la institucionalidad típica del llamado "socialismo real", basada en mecanismos tecnocráticos y con un exacerbado papel de funcionarios y burócratas, hace que todavía las estructuras cubanas no sean idóneas para tal transición. El proceso de rectificación de errores, nacido a mediados de los 80, no alcanzó a superar del todo esta situación y tuvo en los 90 que detenerse ante la emergencia del período especial suscitado por el derrumbe del socialismo europeo.
Al mismo tiempo, la propia excepcionalidad de Fidel y las circunstancias de asedio permanente en que se ha visto envuelto el proceso cubano ha tendido a reforzar un orden institucional centrado en su persona, sobre todo en lo atenido a la determinación de las principales direcciones estratégicas que en cada momento ha sido necesario asumir.
Ello se ha visto acompañado por cierta pasividad mental por parte de otros funcionarios, especialistas y población en general para pensar con cabeza propia e incorporar sus propias propuestas a la toma de decisiones estratégicas fundamentales. El propio Fidel ha llamado la atención sobre ello, como cuando, por ejemplo, en el referido discurso de la Universidad, mencionó el tímido papel desempeñado por los economistas en la detección de los cambios necesarios a introducir en la industria azucarera.
Con la agudeza visual que lo caracteriza, por la extraordinaria sensibilidad de que es portador, debido al alcance multidisciplinario de su pensamiento, éste y muchos otros problemas han sido detectados afortunadamente a tiempo por Fidel y bajo su dirección se ha buscado darles solución. Pero, ¿qué garantías existen de que, bajo las actuales estructuras mentales e institucionales, pueda alguien, dotado a no dudarlo también de no pocas cualidades, suplir con la necesaria eficacia esa pluralidad de funciones esenciales que a tenido a su cargo Fidel? La posibilidad de que no lo logre es real y el peligro que ello lleva aparejado también. No pueden ser, en este sentido, más elocuentes las palabras del máximo líder de la revolución cuando en aquel mismo acto dijo: "Es tremendo el poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las masas, cuando confían en su capacidad. Son terribles las consecuencias de un error de los que más autoridad tienen, y eso ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios".
Se hace necesario, en nuestra modesta opinión, crear desde ahora un antídoto para que esas "terribles consecuencias" nunca tengan lugar en Cuba. Ello presupone, entre otras muchas cosas, un importante componente educativo para activar más el pensamiento propositivo desde las bases sociales y también el perfeccionamiento estructural de la sociedad cubana que permita que aquellas propuestas realmente tomen el lugar que por su valor merezcan en la toma de decisiones.
El socialismo sigue siendo una experiencia inédita en la historia de la humanidad. No hay modelos únicos que hayan probado a largo plazo su eficacia histórica. El socialismo cubano, con sus enormes logros y también sus desaciertos, debe encontrar sus propios mecanismos de autocorrección que, más allá de la opinión particular de alguno de los dirigentes que puedan venir y por más remota que nos parezca ahora esa posibilidad, evite a tiempo un cambio de rumbo inconsulto. A ello nos obliga la amarga experiencia reciente de las revoluciones frustradas.
(*) Es investigador titular del Instituto de Filosofía de La Habana, profesor-investigador titular de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Puebla.
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