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Viñetas sueltas

Venganza en blanco y negro

Pecaminosa, por cierto, la relación entre historieta y cine. Desde Astérix hasta Las puertitas del Sr. López, pasando por Batman y por La Liga Extraordinaria, todo tipo de géneros, de bodrios y de hallazgos han dado el salto de la viñeta al fotograma, de la página a la pantalla, de la secuencia a la continuidad, del silencio al sonido, de la inquieta quietud al aparente movimiento. Sin City constituye un caso atípico en este panorama porque es un producto-arte que, presentado como la adaptación de un cómic de autor, se ha vuelto una muestra de cine de autor o de autores. Veamos, entonces, ese no sé qué que tienen las callecitas de Ciudad Pecado.

La historia del cine es una historia de adaptaciones. Desde aquel primitivo miedo ante la locomotora que amenazaba con atropellar a los desprevenidos espectadores desde la pantalla, recorrió un largo camino hasta llegar a la costosa popularidad del presente. El séptimo arte siempre se nutrió, en ese recorrido, de diversos medios, de diversas artes, para adquirir su propia identidad. Supo tomar de la fotografía la fuerza de las imágenes; de la literatura, una serie de técnicas narrativas; de la biografía, el carácter único de una vida; del teatro, la potencia del diálogo. Pero ¿qué ha obtenido de la historieta, llamada alguna vez -y sin ánimo de ofender- "el cine de los pobres"? De la historieta ha podido extraer, más bien recientemente, casi todo eso y, como si fuera poco, un storyboard con el guión ya corregido, listo para filmar, y en muchos casos una guía inmejorable para el casting.

En los últimos tiempos, que ya se cuentan por lustros, Hollywood viene sufriendo una carencia de ideas que busca combatir o compensar con gastos siderales de dinero. En el comienzo aparecieron esas películas originales cuya novedad cimera consistía en el uso y abuso de los efectos especiales. Cuando este engendro hartó a sus cultores, se buscó ir a lo seguro. Si cierta gente había visto en el pasado ciertas películas, ¿por qué no habrían de verlas otras ciertas personas nuevamente? La industria del refrito (escudado en el eufemismo de remake) invadió las carteleras: primero, fue el turno de viejos éxitos de taquilla (Psicosis, Sabrina, Tienes un e-mail); en segundo lugar, el de segundas y terceras partes de cuarta (que da cosa nombrar); luego, el de sucesos televisivos (El fugitivo, Lost in Space, Scooby Doo); al fin, el de hermosas o sutiles o personales películas extranjeras (Las alas del deseo, Nueve Reinas, Abre los ojos). Y todo, claro, en nombre del entretenimiento o, quizás, de una industria que mueve millones y que no quiere dejar de moverlos.

What if...?

Así fue como alguien, de pronto, vio Superman I, II, III y IV, o las diferentes Batman, y pensó: "Pero ¿cómo? ¿no hay otras historietas para adaptar a la pantalla?". Y entonces comenzó la seguidilla: Spawn, Spiderman, X-Men, El Fantasma, Hulk, Gatúbela, Punisher, Daredevil, Elektra, Hellboy, Fantastic Four (que no son los Beatles). Además, estaba el beneficio extra de los efectos especiales: por un lado, se aprovechaban las nuevas tecnologías para hacer más verosímiles a estos fantásticos personajes; por otro, se desarrollaban nuevos efectos al intentar plasmar a estos engendros en la pantalla grande. Y también hubo autores que decidieron tomar el mundo de la historieta en general en clave humorística, pero no siempre, para decir algo más sobre este mundo que nos tocó en suerte. Así, tuvimos las geniales y graciosísimas películas de Kevin Smith: Mallrats (sobre el mundo de los fans del cómic con la aparición estelar de Stan "The Man" Lee) y Chasing Amy (acerca de artistas de cómics y lesbianas), El Protegido de M. Night Shyamalan y la animada Los Increíbles (parodia de una familia con superpoderes). Claro que no todo es superhéroes, así que también nos deleitamos con el soberbio documental biográfico American Splendor (sobre la vida del autor under Harvey Pekar), la violenta Una historia violenta y Oldboy, una película coreana de las mejores de todos los tiempos.

Trasponiendo los límites

Gus Van Sant debe cruzarse, de vez en cuando, con algún espectador de su psicótica versión de Psicosis que se tomará sin duda el trabajo de insultarlo, una vez más, un ratito, por haber hecho una adaptación que, de tan fiel, no podría considerarse homenaje a la original, pero tampoco plagio de ella (aunque el pago previo de los derechos lo eximiría, de todos modos, de ese pecado). La versión de Sin City -a cargo de Robert Rodríguez, Frank Miller y, en una escena bien tarantinesca, Quentin Tarantino- es un ejemplo, no porque deba ser el modelo a seguir, sino por sus características intrínsecas de lo que es trasponer fielmente una obra de un formato a otro, de un lenguaje a otro. Rodríguez se encargó de que todas y cada una de las escenas de las sagas de Miller fueran filmadas, aunque no las haya puesto en la versión final (pero sí en el DVD). Respetó el blanco y negro de la historieta, condenado en el cine actual por esnobismo a la experimentación y al under, y logró hacer con esos dos colores -que, desde el ajedrez, se odian- un nuevo clásico. Respetó también los pocos toques de color del original (un rouge fatal, una cara amarilla, alguna que otra mancha de sangre roja) y logró hacer, a pesar de la aparente obsecuencia, una película personal. Respetó, por fin, a tal punto la obra de Miller que buscó a los actores perfectos para cada papel (Jessica Alba, Clive Owen y Benicio del Toro parecen haber nacido para ser esos personajes) tal como aparecían en el papel del cómic y logró arrancarles muchos momentos memorables: tan memorables -no podía ser de otra manera- como los que brindó, antes, la historieta. Hay tal identidad entre ambas obras que al pensar en una escena cualquiera, después de haber visto y leído las dos, uno no sabe exactamente si se está acordando de la película o de la historieta.

Civitas populi, civitas Dei

Y sin embargo, la protagonista de la historia es la ciudad, esta Basin City (Ciudad ¿Palangana?) que a fuerza de balaceras -según vemos en algún cartel-, por violenta aféresis, ha perdido parte de su nombre para volverse pecaminosa. O quizás haya ganado su verdadero nombre, el nombre que la esperaba desde siempre. La ciudad fue respetada también en la trasposición y constituye una de las marcas más fuertes que ligan la saga con el policial negro, junto con el uso del lenguaje, algunas situaciones y algunos personajes.

Algo de ciudad antigua pervive en su trazado, en sus inciertas calles sin salida, en sus bares de violento alcohol, en sus prostíbulos donde el lujo es vulgaridad. Algo de la ciudad antigua descripta por el viejo Coulanges, con un fondo sagrado -no por nada la palabra pecado forma parte de su nombre- y con lazos que no se quieren romper. Así, Marv (encarnado por Mickey Rourke) se niega a irse aunque sabe que lo buscan y que lo van a encontrar los hombres de Roark, especie de sacerdote con poderes políticos: irse de la ciudad equivale a morir -y por eso en la antigüedad al destierro se lo llamaba pena capital, lo cual anticipa irónicamente el final de Marv-. Tampoco hay que olvidar que estamos ante una sociedad con roles bastante definidos y con lugares determinados para cada uno: de un lado, los poderosos (con el clan Roark a la cabeza y algunos mafiosos); del otro, los miserables (prácticamente el resto de los personajes). La ciudad está configurada de esta manera con una serie de reglas que recuerda las de la sociedad guerrera de Esparta, ya visitada por Miller en su 300, pero también las de otras series realizadas por él: la del Gotham de su futurista Dark Knight, la del Hell's Kitchen de su Daredevil, la del Detroit de su Robocop... La ciudad, para los antiguos y para Miller, es la patria o la forma primitiva de la patria...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 46 - Marzo 2006

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Autor

Hernán Martignone