Pensador, filósofo, hombre de acción. Jean Paul Sartre fue uno y todos los modelos de intelectual posibles para su generación y marcó una época. Respiró de cerca los aires de un tiempo agitado que lo encontró más de una vez en el amplio escenario del Tercer Mundo. Allí confirmó sus convicciones y difundió sus ideas. Aquí, algo de lo cosechado por Sartre en aquellos viajes por tierras urgentes. Opinan Abelardo Castillo y José Pablo Feinmann.
La impronta desviada en sus ojos no era sólo una imperfección en su mirada. Sartre vivió siempre en los bordes del desvío. Tomó el camino más sinuoso: el del compromiso y la responsabilidad como escritor, como intelectual, como filósofo y como hombre de acción política. Para toda una corriente de pensamiento que le fue contemporánea, el hombre había muerto. Solo podían pensarse las estructuras, el sujeto como única centralidad del mundo había desaparecido. Y así, parecía que aquella poderosa afirmación de Marx ("Los filósofos, hasta el momento, se han dedicado a interpretar el mundo, de lo que se trata ahora es de transformarlo"), perdía sentido. Pero Sartre decidió continuar. Esa tesis no sólo no perdió para él relevancia sino que la llevó hasta el extremo de enfrentarse a toda la filosofía francesa de la época (Michel Foucault, Louis Althusser, Jacques Lacan, entre otros) comprometiéndose como nadie.
Y ese compromiso lo podía tener con Argelia, Cuba, Brasil o enfrentándose a la guerra de Vietnam. Sumergiéndose en el barro de la turbia historia francesa, Sartre apuntalaría a su país con sólidas afirmaciones que no hacen más que demostrar hasta dónde era capaz éste filósofo de tomar una clara posición política: "Porque estamos enfermos, muy enfermos; febril y postrada, obsesa por sus viejos sueños de gloria y por el presentimiento de su vergüenza, Francia se debate en medio de una pesadilla confusa que no puede descifrar y de la cual no puede huir. Tenemos que ver claro o tenemos que morir".
"El europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos. Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos muestren lo que hemos hecho de ellas para que conozcamos lo que hemos hecho de nosotros mismos. Es el fin, como verán ustedes: Europa hace agua por todas partes. ¿Qué ha sucedido? Simplemente, que éramos los sujetos de la historia y ahora somos sus objetos". Para ésta batalla política Sartre elegirá como tribuna el prólogo que decidió escribirle al libro Los condenados de la tierra, del militante argelino Frantz Fanon.
El compromiso con una causa abarcó para Sartre toda una vida. En ese camino, su acercamiento a la lucha de los argelinos por la liberación de los colonizadores franceses fue muy intensa, ya que no sólo fustigó el papel de Francia con su pluma sino que viajó a Argelia para un mayor acercamiento a su realidad. "Los desempleados afluyen a las ciudades, donde se les ocupa unos días en trabajos de instalación, y luego se quedan allí, por no saber dónde ir: ese subproletariado desesperado crece de año en año. (...) Al argelino, en su casa, en un país en plena prosperidad, no le queda más que morir de hambre". Asimismo, no vacilaría en disparar munición gruesa contra los colonos que usufructuaban las tierras africanas: "En realidad, el colono es rey, no concede nada de lo que la presión de las masas ha podido arrancar a los patronos de Francia: no hay escala móvil, no hay convenios colectivos, no hay subsidios familiares, no hay cantinas, no hay viviendas obreras. Cuatro muros de barro seco, pan, higos, diez horas de trabajo diario: aquí el salario es verdadera y ostensiblemente el mínimo necesario para el mantenimiento de las fuerzas laborales".
También, a través de sus trabajos militantes, Sartre se comprometió a hacer historia, a contar una y otra vez cómo había comenzado su país la invasión a Argelia. "La revuelta de 1871 sirvió de mucho: se quitaron cientos de miles de hectáreas a los vencidos. Pero esto podría no ser bastante. Entonces decidimos hacer un hermoso regalo a los musulmanes: les dimos nuestro Código civil. ¿Y por qué tanta generosidad? Porque la propiedad era colectiva en la mayoría de los casos, y se quería desmenuzarla para permitir a los especuladores comprarla de nuevo poco a poco".
Sartre, además de transformarse en una dolorosa espina para la opinión pública y los organismos del estado francés, no dudó en arremeter contra quienes debían, en el caso de la guerra con Argelia, informar fehacientemente los hechos, y prefirieron ocultar información o tergiversar datos: "Hay informadores honrados, valientes, que dicen lo que saben cada día o cada semana: se les quiere arruinar o encarcelar o su audiencia no se dilata. ¿Pero en qué se han convertido las grandes voces virtuosas?; porque lo sabéis todo. No tenéis siquiera la excusa de la ignorancia. Conocéis los documentos, las declaraciones. Hoy somos nosotros los que estamos en litigio, los que necesitamos saber, creer. Nosotros somos a los que podéis librar de nuestras pesadillas y salvar de la vergüenza".
Ya se oían los aprestos invasores de unas bombas que agrietarían la tierra un año más tarde en las blancas arenas de Girón. Las calles de La Habana dejaban el rastro de un pasado reciente, fastuoso e inmoral. Era marzo de 1960, la revolución cubana daba sus primeros pasos y Sartre elegía una vez más ponerse del lado de los rebeldes.
Así, el viaje a La Habana, apenas un año después del triunfo de la revolución, significó apoyar con las palabras y con los hechos un camino de libertad que recién comenzaba. En ese momento las hostilidades contra la isla por parte del gobierno estadounidense recrudecían. Al descender del avión, acompañado por Simone de Beauvoir, le consultaron qué opinaba sobre las relaciones futuras de Cuba con Estados Unidos. Se tomó su tiempo para responder. Luego dijo: "La revolución cubana es y será un temerario reto al poderío de Estados Unidos". Además de reunirse con estudiantes y sindicalistas, de dormir en las carpas de las cooperativas de trabajadores, de examinar mapas, planos y los problemas económicos de la isla, Sartre participó de varios actos oficiales. En uno de ellos, en la provincia de Holguín, donde Fidel Castro inauguraba una ciudad escolar, se vivieron momentos de incertidumbre. Un avión no identificado sobrevolaba la concentración. Corridas, aprestos de defensa militar. El escritor francés y su compañera inmutables. Luego diría: "Era imposible vivir en aquella isla sin participar en la tensión unánime". Si uno hiciera en trabajo mental de abrir el plano en la foto más famosa que muestra la cara del Che Guevara, se encontraría con Sartre en la misma tribuna durante el sepelio de las víctimas de la explosión de un buque poco tiempo antes.
Todo en la isla era para Sartre como la concreción fáctica de sus pensamientos filosóficos: intento de democracia directa en un pueblo mayoritariamente campesino; la juventud de sus dirigentes (Fidel Castro tenía apenas 33 años) frente al poder de los banqueros del norte; veía a la revolución como la más democrática, cultural, emblemática, desarrollada y marcada por el signo de la alegría. Esto lo observaba al visitar plantaciones de caña, de tabaco, al reunirse con estudiantes, campesinos, políticos y periodistas. Justamente en una conferencia en la Universidad de La Habana un joven le pregunta: "¿Se puede hacer una revolución sin ideología?". Sartre intentó una respuesta, pero enseguida notó que su contestación divagaba. Pidió un tiempo para responder. Esa misma noche, en su habitación del Hotel Nacional, sintió que las palabras le rehuían. Entrada la madrugada, sabía que debía tomar el avión que lo llevaría de regreso a París y escribió de un tirón "Ideología y Revolución". Así, el mismo día de su partida el diario Lunes de Revolución le cedió sus páginas y publicó la respuesta a los estudiantes cubanos donde intentó combinar los postulados de la Crítica de la razón dialéctica con los hechos concretos de la realidad cubana. En el texto decía: "Hace unos meses unos amigos cubanos vinieron a visitarme en París; me hablaron detenidamente, con calor, de la revolución, pero en vano intenté sacarles si el nuevo régimen sería o no socialista. Hoy tengo que reconocer que me equivocaba al considerar el problema de esta forma. Este proceso vio desaparecer sus objetivos uno tras otro, descubriendo progresivamente metas nuevas, más populares y más profundas, en una palabra, más revolucionarias"...
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 46 - Marzo 2006
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