María Takara de Oshiro es la madre de uno de los 17 nikkei (primera generación de inmigrantes japoneses nacidos fuera del Imperio), desaparecidos durante la última dictadura militar en Argentina. Hace algunas semanas, recibió su pañuelo blanco de manos de Nora Cortiñas y las Madres, en la Plaza de Mayo. Pero detrás de María hay una historia de búsqueda, de tristeza y de lucha que esta crónica registra. La historia de una madre contra el olvido y contra la impunidad.
Al cierre de esta edición, Mauricio Macri saludó en su día al Ejército, anoticiando su regreso. Le solicitó "apoyo logístico para cuidar a los argentinos", soslayando el hecho de que la seguridad interior de la nación les sea una materia prohibida por la Constitución Nacional.
"La 'seguridad interior de la nación' es sinónimo de la creación de un enemigo interno. Es muy peligroso y muy preocupante. Piensan que el enemigo interno es el pueblo y no es un hecho aislado, tiene que ver con el ajuste que se viene", señaló atinadamente el dirigente Adolfo Pérez Esquivel, titular del SERPAJ y premio Nobel de la Paz.
En tiempos no tan pretéritos, los militares se arrogaron la tarea de "defender a la nación de la subversión" incluyendo en la categoría de "enemigo", a un espectro amplio y difuso de personas que contemplaba desde militantes, docentes, trabajadores del campo popular, estudiantes, y no sólo a integrantes de las organizaciones armadas como se pretendía comunicar.
Entre las víctimas se cuentan 17 nikkei (primera generación de inmigrantes japoneses nacidos fuera del Imperio que son considerados una parte importante del acervo cultural de la nación asiática), que continúan desaparecidos.
Conversamos con Elsa Oshiro –una de las referentes en materia de derechos humanos de la Comunidad Japonesa en Argentina– en un intento de reconstruir alguna de sus trayectorias y, sobre todo, para reivindicar la de sus familias, que continúan en la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
"Desaparecido" no tiene traducción
Formando un patrón triangular desde el norte de Tokio, recorriendo el este y tornando de regreso, se encuentra el mar de Ma-no Umi. Los viajeros que atraviesan el Océano Pacífico, temerosos, evitan la zona que conforma el Triángulo de las Bermudas japonés. Las calmas aguas del Pacífico se tornan indomables para los intrépidos que osan, a pesar de las leyendas, irrumpir en el "Mar del Diablo". Hace más de mil años que la zona ha sido clasificada como peligrosa. Los radares marcan fosas que alcanzan los doce mil metros de profundidad y dicen que al ingresar en el perímetro prohibido, como en una novela de ciencia ficción, se pierde la conciencia y la memoria por la distensión espacio-temporal y las grandes descargas magnéticas. Como resultado, aviones militares, pescadores, barcos y buques con sus tripulaciones enteras desaparecen.
Otras leyendas y narraciones más doxas, narradas desde épocas antiquísimas de un Japón imperial, cuentan que son dragones hambrientos los que desaparecen a los hombres para llenarse los estómagos. Completan la variopinta galería de relatos abducciones, monstruos marinos y hasta la existencia de un reino desconocido en el que el tiempo, tal como lo conocemos, se detiene para siempre y retiene en sus tierras submarinas, a los hombres que nunca regresan a su hogar.
En el Japón, más allá de las leyendas sobre el Mar del Diablo y de los hombres que fueron a la guerra en los distintos frentes de batalla y no regresaron, no existía la figura del desaparecido. Lo más parecido a lo acontecido en la Argentina fue el secuestro de ciudadanos japoneses por parte de agentes de Corea del Norte, en las décadas del setenta y ochenta del siglo xx. Oficialmente el gobierno japonés reconoció 17 casos, y en setiembre de 2002 el gobierno coreano reconoció otros 13. Sin embargo, dista de la experiencia argentina en la que no existió guerra alguna –aunque algunos se empecinen en querer seguir sosteniéndolo– y la memoria y la conciencia, en lugar de perderse, debieron revitalizarse por los 17 nikkei desaparecidos en la última dictadura militar.
Aunque fue el primer país asiático en hacerlo, recién el 23 de julio de 2009 Japón ratificó la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, adoptada por la Organización de las Naciones Unidas en 2006.
Los 17 nikkei desaparecidos
La comunidad japonesa estuvo también atravesada por la desarticulación de las relaciones sociales y los vínculos de solidaridad, que tuvo por objetivo el Proceso de Reorganización Nacional. Después de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota de Japón y la pérdida de su hegemonía en el sudeste asiático, muchos japoneses migraron a la Argentina. Las condiciones de vida eran muy buenas y no existían signos de hostilidad hacia las comunidades como en otros países latinoamericanos como Perú o Brasil. Se integraron rápidamente, conformando familias de nikkei y redes migratorias mediante las que se contactaban con familiares para que pudieran abandonar el Japón natal entonces en ruinas. Instalaron sus negocios, tintorerías, florerías, se insertaron en fábricas e industrias y tuvieron hijos y nietos argentinos. Para 1978, vivían en Argentina 30.618 integrantes de la comunidad nikkei, de los cuales la mitad había nacido en Japón.
Fue en las décadas de 1960 y 1970 que dieron las principales muestras de asimilación en el país y, como producto de la activa participación en organizaciones sociales, en movimientos estudiantiles y culturales, en la universidad, y en la militancia política, en algunos casos, se convirtieron en un objetivo de los militares, que pretendían romper todo posible lazo social constituido.
Son diecisiete las vidas jóvenes que, al interior de la comunidad nikkei, se perdieron durante los nueve años que duró el terrorismo de Estado: Carlos Aníbal Nakandakare, Emilio Yoshimiya, Katsuya Cacho Higa, Carlos Alberto Cardozo Higa, Jorge Eduardo Oshiro, Carlos Eduardo Ishikawa, Norma Inés Matsuyama, Luis Esteban Matsuyama, Oscar Takashi Ohshiro, Amelia Ana Higa, Juan Carlos Higa, Juan Takara, Juan Alberto Asato, Ricardo Dakuyaku, Carlos Horacio Gushiken, Julio Eduardo Gushiken y Jorge Nakamura.
Como cada 24 de marzo, en torno a dos enormes movilizaciones, compañeros y compañeras se juntan en torno a la plaza más célebre de nuestra historia. Allí se reunieron y reúnen las Madres y Abuelas, haciendo rondas de esperanza y dolor a la espera de alguna respuesta. Allí han sabido convivir fiestas populares con luchas y reivindicaciones sociales y políticas de todo tipo. Y allí, también, nuevos actores emergieron del olvido y se sumaron para reivindicar a familiares y amigos de víctimas y desaparecidos en la última dictadura militar.
Hace no mucho tiempo, se juntan en torno a un cartel blanco con las banderas de Japón y de Argentina estampadas donde, escritos con letra clara y precisa, prolija como de maestra, pueden leerse los nombres de los desaparecidos de la Colectividad Japonesa...
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