Sin entender para nada el retroceso que significaba un gobierno del herrero ruralismo, en los meses finales de 1958 acompañé a don Pedro, mi padre, en la campaña electoral que culminó con la victoria del Partido Nacional sobre el Partido Colorado. Entonces yo tenía quince primaveras, que había cumplido el 30 de noviembre. Los blancos del mundo rural –la fuerza electoral de don Pedro– vivían como historia viva y actual las revoluciones de Aparicio Saravia. Hablaban en presente de las hazañas guerreras de Chiquito Saravia, de su carga a pura lanza en Arbolito....
por Jorge Tambero Zabalza (*)
Sin entender para nada el retroceso que significaba un gobierno del herrero ruralismo, en los meses finales de 1958 acompañé a don Pedro, mi padre, en la campaña electoral que culminó con la victoria del Partido Nacional sobre el Partido Colorado. Entonces yo tenía quince primaveras, que había cumplido el 30 de noviembre. Los blancos del mundo rural –la fuerza electoral de don Pedro– vivían como historia viva y actual las revoluciones de Aparicio Saravia. Hablaban en presente de las hazañas guerreras de Chiquito Saravia, de su carga a pura lanza en Arbolito. Sus casas estaban adornadas con la foto de la entrada de las tropas revolucionarias a Minas, los jinetes cabalgando sobre las flores que las damas arrojaban desde los balcones. Las tradiciones de los blancos introducían en una especie de ensueño virtual. No llegué a tiempo para conocer a mi abuelo, pero sí para hacerme dueño de su viejo corvo, el sable con el cual había desfilado junto a las huestes saravistas, según los cuentos que me hacían sus viejos amigos del Club. Gustaba escapar en la motoneta hacia la pulpería-capilla-casona donde se criaron mi padre y sus hermanos y hermanas y allí, en Cerro Pelado, en las nacientes del río Santa Lucía, pasaba las horas leyendo las biografías de Monegal y el Dr. Saravia García sobre los Saravia revolucionarios, Nepomuceno, el de la "guerra dos farrapos" en Río Grande do Sul, y Aparicio, el de los varios levantamientos en el noroeste de Uruguay. Me dejaba embriagar con el espíritu insurrecto de los blancos.
Don Pedro, electo Consejero Nacional de Gobierno en esas elecciones, estaba suscripto a Bohemia y a Life en español. Mientras que la revista cubana insistía en dar por muerto a Fidel Castro y la dictadura censuraba toda versión en contrario, en marzo de 1957 Life publicó una entrevista que mostraba vivito y coleando al barbado líder del Movimiento 26 de Julio, con foto y todo. El reportaje era de Herbert Matthews, editorialista del New York Times, y fue realizado en un lugar clandestino e inducía la idea de un moderno Robin Hood, de un romántico guerrillero en justa revolución contra la tiranía. Tenía un fuerte sabor a aventura. Fidel se preocupó por dejar señalado el carácter de liberación nacional del movimiento guerrillero, y por lo tanto, anticolonialista y antimperialista, pero reafirmaba que no era, en particular, antiestadounidense ni comunista. Durante el resto de 1957 y todo el 1958, Life publicó noticias y fotos que hicieron de Fidel un héroe simpático. Imagínense como prendían esas semillas de romanticismo caribeño en la imaginación exaltada de aquel adolescente que se soñaba junto a José Artigas en el éxodo del pueblo oriental o con el montonero Saravia, guerreando contra el ejército de línea del gobierno colorado. Por otra parte, aunque Fidel todavía era algo muy alejado de nuestra realidad cotidiana, su figura atraía comentarios y los articulos de Life permitían fundamentar con autoridad a favor de los aventureros del Moncada y del Granma.
A fin de año fuimos a Punta del Este, pero Fidel interrumpió el veraneo. Me enteré de la fuga aérea del dictador Fulgencio Batista –1° de enero de 1959– gracias al editorial de Marcha, escrito por don Carlos Quijano y a los artículos de Carlos María Gutiérrez, Carlos Núñez, Daniel Waksman y Eduardo Galeano que festejaban la victoria. El año se inició con Fidel y los barbudos entrando en Santiago de Cuba, que ya estaba controlada por las organizaciones urbanas del 26 de Julio, las que había creado Frank Pais, luego asesinado por los esbirros de la dictadura. La noticia terminó copando la tapa de toda la prensa uruguaya. Corría a mirar los informativos para robarles una imagen de mis héroes cubanos. Al derrocar la unánimemente repudiada dictadura de Fulgencio Batista, Fidel se convirtió en objeto de las alabanzas de las élites políticas y de la prensa uruguaya. También Bohemia se adaptó rápidamente a las nuevas circunstancias e informaba con todo detalle los acontecimientos de esa primera semana de 1959. Alumno entusiasta en historia nacional, estudié con dedicación el revisionismo histórico, y me pasaba las horas hurgando detalles en las fotos o en las entrelíneas de las informaciones de Bohemia, buscando confirmar la tesis de que, con Fidel, se estaba ante la revancha triunfal del artiguismo y de los caudillos montoneros como Felipe Varela, Güemes o Timoteo Aparicio.
Cuando Batista se refugió en Estados Unidos, la dictadura no estaba del todo derrotada, sus secuaces todavía tenían espacio para maniobras políticas. La primera columna guerrillera en entrar a La Habana fue el Segundo Frente Nacional del Escambray, un grupo escindido del Directorio Revolucionario, que habían tomado varios cuarteles, pero robaba ganado y cobraba impuestos revolucionarios a los campesinos; Ernesto Che Guevara los calificó de cuatreros. Entonces, para impedir que alguien mediatizara el triunfo popular, Fidel movió rápidamente sus piezas ganadoras. Antes que nada convocó una huelga general en todo el país, prueba de su absoluta confianza en la dignidad del pueblo trabajador. Luego lanzó a sus más destacados comandantes en una operación de pinzas: el 2 de enero llegó a La Habana, desde la provincia de Matanzas, la columna al mando de Camilo Cienfuegos que tomó Columbia, el cuartel con mayor cantidad de tropas de toda Cuba. El mismo día, el Che, que venía de dar la batalla de Santa Clara, ocupó el cuartel de La Cabaña en La Habana. Paralizada por la huelga, la ciudad quedó en manos de los guerrilleros del 26 de Julio. El 3 de enero Fidel designó a Camilo como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En un par de días, la cuestión del poder había quedado resuelta...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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